13.4.08

Marco Núñez Duque

Tenía 21 años cuando murió. De muerte nada natural. Su cuerpo sin vida lo encontró la policía días después de su fallecimiento. Era abril, un abril de hace veinte años. A orillas del río Machangara, en las cercanías de Quito, a la intemperie, desnudo, picoteado por los pájaros —mirlos, tórtolas y quindes, seguramente.

Oficialmente, la muerte de Marco Núñez Duque no ha sido esclarecida hasta la fecha de hoy. Desapareció el 13 de abril de 1988. Marco había salido de su casa unos días antes, para no regresar. Cuando nos enteramos de su ausencia sin pistas y empezamos a indagar sobre su paradero, sus amigos nos imaginamos de antemano lo peor. En ese tiempo, en el trecho que va de 1984 a 1988, imaginar cosas terribles era relativamente fácil. El ambiente político del país era propicio para pensar lo fatal o ser abrazados por la fatalidad. Una de las características del gobierno del Ing. León Febres Cordero (1931), que gobernó al Ecuador en esos años, fue el uso de la violencia y la mano dura contra toda persona u organismo que se le opusiera. Las palabras valían entonces casi nada. Tener ideas humanistas era peligroso; tenerlas con contenidos opuestos a quien gobernaba el país, era mortal (Pero también, tener mala suerte podía ser mortal: ser confundido con una persona mal querida por el gobierno, dar una mala impresión política, despertar una sospecha o una antipatía en un agente de policía malhumorado, ser o parecer respondón podía ser un signo apocalíptico).

Fue en esos años que apareció el grupo armado “Alfaro Vive Carajo”, el AVC —que hoy, por lo que sé, está integrado al debate democrático ecuatoriano como fuerza política—. Fue en esos años que varios de sus integrantes y cabecillas fueron aniquilados por las fuerzas del gobierno y que algunas personas que nada tuvieron que ver con ellos u otras fuerzas opositoras al régimen, desaparecieron sin dejar rastro hasta la fecha o aparecieron luego muertas por la mera mala suerte (¡en un sistema democrático!) de parecerse a alguien que no debían o haber levantado sospechas desagradables en agentes que jamas se dieron el trabajo de verificar esas sospechas.

Puesto que no ha sido aún explicada la muerte de Marco Núñez Duque, es factible imaginar su desaparición como un astro caído entre esas macabras y azarosas coordenadas. Desde luego que podemos imaginarnos aún otras dos posibilidades: la una, que busca al culpable de la muerte de Marco entre asesinos corrientes, en uno o varios de esos que matan por robarle el dinero a alguién o porque sí, sin más. La otra posibilidad, poco natural desde luego e increible, se vuelve contra los pájaros, como en el dicho, los pájaros contra las escopetas, las aves como criminales.

Marco no era miembro del AVC ni de ningún otro grupo de la izquierda activa que se opusiera al gobierno de entonces. Marco era poeta, a caballo entre el artista y el loco de veras —hay en ese cruce de pasiones un tramo incierto, nebuloso por el que se filtra imperceptiblemente la enfermedad. Poco diestro con las palabras y sus leyes, sí lo fue en cambio para imaginar mundos y representaciones de la realidad. Proyectaba en el orden habitual de cosas versiones que contradecían ese orden y en las cuales, digamos que por licencia poética, Marco solía instalarse a gusto para hablarnos desde allí; un punto de vista privilegiado ciertamente, como el de quien ejecuta una performance y logra con ella poner al espectador en interrogación. Marco podía hacer las dos cosas sin encontrar diferencia alguna en esos roles: ser el público y ser el ejecutor de la performance, ir y venir de un rol a otro con la mayor naturalidad del mundo. Era en esos lapsos, que podrían ser también lapsus, que la Poesía, valiéndose de las alocuciones y representaciones de Marco, se dejaba ver y nos mostraba, a su modesto público, su silenciosa síntesis.

Marco fue un enamorado que soñó con el amor y lo anheló profundamente pero no llegó a palparlo. Lo arrancaron de la vida muy joven, no tuvo tiempo para hacerse con los ritos y las trampas necesarias de las que nos valemos los más para procurarnos de su calor, para atraerlo hasta nosotros. Marco no pudo desarrollar su voz ni dar forma acabada a las obsesiones que le atenazaron. Lo desaparecieron, sin más.

Han pasado 20 años. Los amigos que entonces fuimos un grupo, el Matapiojo, que vivió y bebió de la poesía a tiempo completo, se deshizo poco después. Al grupo nos unía entonces la literatura en todo su espectro. Sin que ella dejase de sernos a cada uno algo personalísimo, la considerabamos sin embargo como un bien común con posibilidades excepcionales, a las que sólo era posible acceder por el filtro de la amistad. Palabras, historias, cigarrillos, cafés y muchas cervezas, aquí y allá. Ella era entonces "nuestro pasamontañas", el santo y ceña para circular por los días de Quito, para adentrarnos en sus calles y sus historias como en un territorio inexplorado que debía ser descifrado y contado. Fuimos amigos entonces. Seguimos siéndolo aún, pero a diferencia de entonces, nuestra conversación tiende ahora al monólogo pues apenas tenemos la oportunidad de conversar. Supongo sin embargo, que en este día, en al menos uno de sus minutos, los Matapiojos y los amigos todos que conocieron a Marco, vamos a coincidir en su recuerdo, y pensarlo pensándonos.

Marco Núñez en los libros y escritos de los amigos

Marco no público en vida texto alguno. Sus escritos, que por lo general solía llevarlo consigo en una abultada carpeta, los rescató por suerte Diego Velasco, quien además fue el que les dotó del orden con el que aparecerían después bajo el nombre de "Entre Bakunin y Jackelin en blue jeans", título de uno de los cuentos que contiene este tomo, pero ante todo, parodia al de la novela del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum "Entre Marx y una mujer desnuda".

Pero la presencia de Marco, la de su fantasma, planea también en varios de los poeamas y libros acometidos por los amigos después de su muerte. Así por ejemplo, rota continuamente por entre los versos alterados de Celebriedad, libro escrito por Edwin Madrid en 1991. En otra forma, su voz es tomada como epigrafe introductorio a la novela "La alcoba de los patojos", publicada por Pablo Yépez Maldonado en 1993: Prefiero estar loco que cuerdo de remate, reza la cita introductoria.

2 comentarios:

fernando naranjo dijo...

Que los que vivimos aquellos tiempos olvidemos cómo fue que fueron es perdonable, por desgracia. Cargamos parientes que, con toda vehemencia, creen que esos tiempos fueron inmejorables; pero lo peor es que no hay persuasión arriba en el cielo ni acá abajo en la tierra que los lleve a reconocer, por lo menos, que la historia no solo fue de otro modo, sino que al menos se la pudiera leer de otra forma. Y resulta que estos cojudos no sólo tienen hijos, sino que ya se prestan a ser abuelos y, es de suponer que esa inocente porción de futuro de la patria pronto hablará bellezas de LFC. Y entonces qué débil ha sabido ser la fuerza de la verdad, dura de digerir, y qué inútil sigue siendo a ratos contar cómo fue que fue. Lo siento muchísimo por tu "partner" y por mis futuros sobrinos. Por lo pronto ando preocupadísimo por unos compañeros de mis hijos (que andan entre los 15-17) que sueñan en voz alta con ser magnicidas. Me muero de ganas por conocer a sus padres.

EL BUHO ANDINO dijo...

"MATAPIOJO VIVE ESPANTAJOS"
AQUEL SERIA EL GRITO
QUE HOY DIREMOS ANTE EL CARVAJALINO Y ESPESO MUNDO
DE NUESTRA LITERATURA DE OFICIO
Y OROPEL
AUNQUE ALGUNOS PREFERIMOS
SEGUIR ESTANDO COMO MARCO
"cuerdos de remate"
estamos enlazados Vìctor
con 10 blogs que recordarán
al matapiojo Marco, alias
Bakunin en blue jeans...

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...