23.10.05

Ospina novelista

Hace unos días tuve que fotocopiar un libro que, por lo que acabo de ver, salvo en las librerías de Colombia, no es posible encontrar en las de otros países. Las copias me las solicitó por teléfono monsieur Gortaire, que vive en Berlín, apartado de la lengua castellana y los habituales canales por los que esta circula en el cielo electrónico o bajo las nubes berlinesas. Me pidió esas páginas para releerlas, pues, en el fluir de los días y las conversaciones, me decía, un insospechado resorte que le remitía a ese libro abordado por primera vez hacia 1996, se activó de pronto, sin ton ni son, imponiéndole la necesidad de revisitarlo después de nueve años (cosa no tan extraña: “Es tade para el hombre ”, que es como se llama el tomo que fotocopié, y casi la mayoría de los libros de Willian Ospina, su autor, nacido en Colombia, no han sido aún publicados en España, donde no pocos lectores saben que este escritor es uno de los de primera línea en nuestra lengua).

El pedido de Monsieur fue una de esas oportunidades que suele de vez en vez regalarnos el azar. No había leído ni releído apenas nada de W. Ospina desde hace tres años, que fue cuando un amigo suizo con familiares en Colombia, me cruzó dos ejemplares de “Los nuevos centros de la esfera” —uno para mí, otro para hacerlo llegar a Hans Magnus Enzensberger, el hasta hace poco editor de la quiza mejor colección literaria en lengua alemana, Die andere Bibliothek, para mí, el sitio ideal donde los libros de Ospina encontrarían a sus similares de espíritu—.

Con el recuerdo a mano, me he puesto estos días a revisar de nuevo los materiales que tengo del autor colombiano: en mis estantes, dos libro de poesía, tres de ensayo y pare de contar. En la memoria, el recuerdo de la lectura de “La franja amarilla” y de “Esos extraños prófugos de occidente” que acometí en Quito hacia 1997 —donde por entonces también era posible conseguir la Revista Número, en la que aparecen regularmente ensayos y comentarios de este autor. En los buscadores de la red: ¡sorpresas!, sobre todo una que me parece muy grata.

Como cada uno se podrá dar cuenta luego de leer diez líneas de cualquiera de los escritos del autor colombiano, no es sólo el efecto de su prosa lo que nos impele a adentrarnos en sus páginas donde la claridad de sus frases y planteamientos parecería provocar de continuo un acuerdo inverosímil entre el mundo y las palabras que lo designan. No, no es sólo esa manera de mostrar la belleza propia y ajena lo que nos atrae; tampoco el alcance de su curiosidad. Cuando lo leemos, no leemos, digamos, un ensayo interesante más sobre la vida de un poeta o autor genial (Whitman, Emily Dickenson, Faulkner, …) o sobre alguno de los problemas más emergentes de la modernidad (la medicina, la vida en las grandes ciudades, la democracia, la violencia); no nos enteramos sólo de la historia (griega, romana, la americana de la conquista, el renacimiento italiano). Cuando lo leemos, el yo lector cambia su actitud a pocos pasos de haber empezado a conversar con el texto.

Pensabamos como Cioran que la delicadeza, como forma de considerar y acercarse a lo otro y a los otros, tras la muerte de Borges, había pasado a ser una manera arcaica que feliz y definitivamente se undió entonces en el pasado, su sitio. No se nos ocurrió jamás que esa manera de enfrentar y alumbrar las cosas pudiese mover un pelo del duro presente. Numerosos ejemplos daban, dan prueba de ello —y las excepciones existentes, digamos, no son esféricas, no pueden prescindir de algún “pero” aclaratorio sin el cual, como si de un bastón se tratará, se irían al suelo ante el primer sobresalto. Pensabamos como Cioran pero sólo hasta ese 1996, que fue el año en que accedimos por primera vez a los escritos de W. Ospina.

La sorpresa que acabo de llevarme al buscar en la web materiales sobre W. Ospina es que acaba de publicar el pasado mes su primera novela, Ursúa, agotada a los primeros días de haber sido puesta en el mercado colombiano. Grato me es saber que la casa editorial que la publica es Alfaguara-Colombia, un sello que, supongo, por tratarse esta vez de un autor cuyo nombre susurra el viento en distintas direcciones y, sobre todo, de una novela, la mercancía cultural mejor dotada para abrirse paso entre lectores, lanzará la obra luego en el contexto de la lengua.

P.S. Acabo de encontrar un blog en el que sus asiduos comentan algo de los contenidos de esta novela e impresiones como lectores de WO.

18.10.05

Estética

Los griegos llamaban aisthetikhós (sensible) a todo aquello que puede ser percibido por medio de los sentidos. Se trata de una palabra derivada de aísthesis (percepción sensorial), y ésta del verbo aisthanesthai (percibir con los sentidos), del cual proviene el verbo latino audire (oír). En nuestra lengua, existen numerosos ejemplos de palabras derivadas de aísthesis, tales como anestesia, compuesta por esta palabra griega precedida del prefijo privativo an-, hiperestesia (aumento exacerbado de la sensibilidad sensorial), cenestecia (percepción del propio cuerpo), formada con el prefijo koinós (común).
Todas estas palabras, de significado diferente al que hoy damos a estética, surgieron en la segunda mitad del siglo XIX con la irrupción de la Psicología como ciencia independiente. A mediados del siglo XVIII, el alemán Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) había publicado una obra que él mismo definió como una «crítica del buen gusto» bajo el título de Aesthetica, creando un neolatinismo que significaba 'ciencia del buen gusto', contra el cual se levantaron numerosas objeciones de lingüistas y pensadores.
Sin embargo, el neologismo latino acabó por imponerse y fue adoptado con su nuevo sentido en 1753 en alemán como ästhetisch y en francés como esthétique, en 1832 en inglés como aesthetic, y en español y portugués en la segunda mitad del siglo XIX como estética.

Esta definición, como la de otras tantas palabras -triviales, multiusos, caprichosas, elementales,..-, llegó a mi casilla electrónica, luego de haberme suscrito a una lista de oficiosos gramáticos que brindan este servicio gratuitamente.

4.10.05

Bad fellows

Reordenando papeles me encuentro con uno diminuto, una cita, arrancada de un artículo de Aguilar Camín que apareció en junio pasado —cuando el lío de “garganta profunda”—, en El País, de España. Dice así: “Los equilibrios de poderes, escribió Madison, padre fundador de la democracia americana, deben diseñarse pensando en poner límites a los chicos malos (los bad fellows), ya que los buenos, por definición, se contienen solos. Se trata de que los malos se vigilen y contrarresten entre ellos, y que sea caro para todos actuar mal”.

No sé cómo se pueda interpretar este pensamiento en este mismísimo presente, cuando la mayoría del congreso norteamericano, los malos de esta película, deben, porque ya no hay salida, hacerse responsables de sus acciones corruptas, cuyo móbil no era más que el enriquecimiento ilimitado de unos pocos conjurados del partido republicano (una buena parte de la sociedad, no sólo quiere ganarse la vida sino hacer fortuna, no hay nada de malo en ello, están en su derecho, pero siempre y cuando sepan respetar las reglas de juego, las reglas que le avisan que también otros traen sus mismos afanes).

Esperemos que las instituciones que rigen la democracia americana demuestren su fortaleza ante los envates de estos políticos que, como muchos de los de países iberoamericanos, han llegado al poder solamente para usufructuarlo a como en gana les venga. Esperemos que el afán de justicia contenido en el pensamiento de James Madison les alcance a estos señores y les recuerde sus olvidados deberes.

¿Y cómo son las reglas de juego en el país de cada uno?

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...