23.3.05

CHABACANERÍA


Por costumbre suelo echar un vistazo a las páginas de opinión de los tres principales diarios ecuatorianos. Los sábados o domingos también al suplemento ARTES del diario La Hora. Allí encuentro de vez en vez gratos artículos que me informan y parecerían perpetuar un diálogo con los quehaceres de la creación, los percances o rumores que la “suave patria” provoca; así por ejemplo, he leído con agradecimiento sobre cine y video ecuatorianos, artículos firmados por un señor llamado Juan Pablo Castro Rodas —lo supongo un gran observador de películas y, sin duda, buen escritor: expone, argumenta, deja ver con su prosa reflexiva, las escenas y procesos por los que el cine nacional va abriendose camino. No conozco a este señor ni lo he leído jamas en otro sitio que en ARTES.
Agradezco así también, los comentarios mensuales de Edgar Freire sobre las publicaciones diversas que se hacen en El Ecuador. Esa información es muy apreciada por mí, pues, si no fuese por ese canal, no podría conseguirla en sitio alguno —incluso si viviera en Quito—. Desde luego que Edgar en sus notas, mientras informa, bordea peligrosamente uno de los abismos de la escritura ecuatoriana: la moralina, el enunciamiento rápido de la sombra de un problema y no al problema en sí, trocando afecto por razones, barruntando más con desconfianza que con olfato y lógica. De todas formas sus textos se dejan leer y el lector tiene la oportunidad de discrepar o corroborar con algunos de los apuntes que éstos destacan.
En el suplento ARTES de La Hora uno puede encontrar de cuando en cuando textos cuya lectura es de agradecer. Sin embargo, lo que nunca falta en cada edición dominical, son los artículos de dos señores inmamables, cuyas maneras de abordar los temas, con disciplina inmejorable, muestran concentradamente las taras literarias que parecen no sólo asolar sino cultivarse en el reino de Quito (bombos y platillos). Los textos de estos señores escabullen sin pestañear los temas que ellos mismos plantean. Es esto lo que me llama la atención puesto que funciona como una metáfora todo terreno de lo que le pasa al país: meterse a realizar cosas de las que no se tienen idea alguna pero se supone que son siempre improvisables —con un poco de talento se puede hacer ello pero, incluso así, ¡no con lo que se desconoce!—. Estos señores, sin embargo, lo hacen y, por lo que muestran, terminan conmovidos de sí mismos. Supongo que ellos, en sus adentros deben considerarse los salvadores de una tradición cultural universal, ardua de escarbar, sin embarago, accesible al populus —nosotros— gracias a su intermediación.
Este rapaz comentario habría ganado soltura si lo hubiese trenzado con un tono burlesco. No ha sido posible, pues, me doy cuenta que el ánimo no siempre se deja moldear. Me cabrié un poco, antes de empezar esta notita. Pero valió la pena, ello me abrió a la risotada, a la que probablemente también ustedes se den luego de leer el siguiente fragmento tomado de La Hora del 19 de marzo. No les quito más el tiempo.

Arte, pureza y lecciones Dos libros de féminas y uno de caballeros

Dr. Oswaldo Paz y Miño J.cpaz2@andinanet.net
Tres Libros nos acompañan hoy. Dos escritos por mujeres y uno, de autores hombres, sobre una Fémina, Gloriosa y Bella. Quito. Creación pura y simple los tres. Creación, palabra Hembra. Igual, que Literatura y Arquitectura. Hembras. Arte. Procesos de gestación completos y distintos. Páginas abiertas. Piernas abiertas. Surcos Abiertos. Agua. Sangre. Tierra. Humedad. Vida. Muerte. Hembras. Un trío de libros afines. Vienen de la mente. Hembra. De la pluma. Hembra. De la fotografía. Hembra. Escritoras y Autores, que de ellas también vienen. De las Hembras. Madres. Todo un conjunto de naturalezas. Hembras. Nos reúnen hoy, para disfrutar. De la lectura. Hembra. De obras particulares y distintas, que convergen en esta página. Hembra. Que complementa un servidor. Barón, para empatar el círculo. Tres a tres.Escritoras y ciudad, tres. Autores y comentarista, tres. Fundidos ahora en la Revista. Hembra. En este instante, detenidos en el tiempo. Hoy mismo que usted nos lee. Varón o Hembra.

15.3.05

GESCHWISTER TANNER

En base a la novela homónima de Robert Walser, Los hermanos Tanner. Adaptada y dirigida por Anna Viebrock, con Stefan Kurt y Bettina Stucky. En el Schiffbau de Zürich*



Me gusta el teatro. No sólo los escenarios y la puesta en escena de tal o cual obra, su juego de representación. No, con el solo nombre de teatro suele la imaginación ponerseme a danzar a su capricho. Ella sola, funde y confunde los minutos que fluyen sobre sí: retiene un parlamento de por acá, introduce un gesto de por alla, reagrupa imágenes de la memoria, ensarta brillos y estribillos, salta por el tiempo. Multiples elementos sin guíon. Su única cosa en común es el sitio que comparten, la visión que los cuenta. Por ello, sin proponermelo, cuando con la mujer nos enrumbamos hacia alguna función, los sentidos se aguzan anticipadamente y empiezan a ver los alrededores con lentes mentados, de espectador. Veo que me veo. Y me dejo cometer errores.

Las funciones suelen empezar ya en casa. Antes de abandonarla, los hijos, cuando no nos dan besos cariñosos de despedida, nos piden cuentas del cómo así sin ellos o, hasta qué hora va la cosa; sutilmente deslizan una compensación a su reclamo - una media hora más de tele, por ejemplo-. Si con apuro o no, en todo caso, nos vamos tranquilos, pues ellos se quedan bajo el cuidado de sus abuelos. No hay peligro de que se peguen una clavada muy larga en la pantalla. Tomamos a veces la autopista, otras la vía paralela al lago. En la ciudad el parqueadero es a veces un lío. Pero siempre hay uno.

Esas esperas de pocos minutos en las antesalas de los teatros me ponen de buen ánimo. Éstas han dejado en mí, a veces, imágenes más profundas que la obra misma a la que he asistido. Cada pueblo con sus representaciones; cada representación con su versión y con sus ritos: ver caras, fisonomías, poses, gestos pensados, rostros risueños, vivaces, pasados, pesados; ver la curiosidad en espera, las palabras danzando, comentando, llenandose de sí sin nada decir mientras los ojos se disparan por todas las direcciones. Los míos que miran y se ven mirar, los de algunos otros que me los encuentro en el camino. Y suena la segunda, la tercera campanada.


Esta vez las sillas no estaban numeradas y cada quien debía ajetrearse el puesto que en suerte le tocase: de entrada está todo dispuesto, alumbrado a medias: el escenario tiene dos niveles, el de arriba, libre como un patio interior, bordeado con un pasamanos antiguo y una habitación en un extremo que deja ver el resplandor de un foco. El nivel inferior con cuatro mesas de bar dispersas, una de oficina, otra de casa: es a la vez un bar, una oficina, un cuarto estrecho. En cada una de las mesas un hombre. Dos niveles, la esfera privada, la pública conectados por unas escaleras.

¿Qué sucede bajo estas paredes postizas? toca descifrarlo. Los dos personajes principales –Simón Tanner y Klara Agappaia- parecerían en los primeros minutos iniciar una acción e introducir una trama, un discurso. Pero no, las balas no van por ahí. Al poco rato, estos dos personajes, que a los otros apenas rozán -pues están como mera representación de la pesadez que transcurre-, más bien confrontan sus monologos al público, o quizá mejor destacado, a una tiniebla que parece estar interpuesta entre el público y los actores. No van bien de la cabeza podría uno pensar –eso se ve en el cuerpo, podría confirmarse-; rapidamente el espectador sabe que bajo estas paredes de cartón la palabra no será el centro; se la usa bien desde luego, la vemos, la seguimos pero nos damos cuenta rápido que no nos lleva a ningún lado: va de boca en boca, dislocada, dejandose escuchar pero en ningún momento dandose a entender.

Por lo visto -digo por lo escuchado hasta entonces- la palabra no es la puerta bajo estas paredes de cartón ¿cuál entonces? Pasada la hora y media una pareja de espectadores prefirieron tomar la puerta de las paredes de verdad y largarse; diez minutos después les siguieron tres muchachas (cuando las ví en el holl antes de la función, a pesar de no tener ese momento ni idea sobre el montaje, pensé que a ellas no les iba gustar: cuando las ví salir rápidamente, confirmando mi ojo, pensé que seguramente las entradas se las había regalado alguna abuela bien intencionada); a las dos horas, una pareja cincuentona, con similar agilidad, abandonaban la sala. Ellos, al menos, no se perdieron el desnudo masculino de cinco minutos que se manda Simon Tanner.

Si no hay acción en este montaje o si la acción entendida como tal ha cambiado de vehículo, de la palabra al cuadro, a la atmósfera, de la acción a la suspención, a una de sus formas entodo caso ¿qué puede significar esta cara metáfora de pesadez, impotencia, encierro y, finalmente, locura, donde la seducción brilla por su ausencia?

Creo que al teatro le es difícil prescindir del relato, de los movimientos generados por la palabra. Creo que lo que le sucede es algo similar a lo que pasa en poesía. La imagen poética queda bien en los poemas, a veces entre versos que los desdicen pero que por su sóla presencia en un verso bien puesto los convierte a todos, los fija. El discurso desgajado camina por poemas de varias tradiciones desde hace rato; el discurso roto por las novelas, la acción suspendida entre las tablas.

Inutil decir que la obra me fascinó. Inutil decir que me disgustó. Un rato me adormecí, otro me quedé en las nubes, pensando que a Robert Walser, de vivir, no le habrían podido meter en ese teatro ni secuestrándolo. Recuerdo una anecdota contada por Carl Selig: en una de sus conversaciones, Selig le sugirió a Walser que su obra iba a ser de suma importancia en el futuro; Walser entonces entró en cólera, le dijó más o menos, que no le tomase el pelo de esa forma si quería seguir siendo su amigo y que nunca más hiciera de él objeto de burla. Cuando el desnudo de Símon Tanner, recobré de nuevo mis cinco sentidos, para reirme de labios para adentro, otra vez imaginando: presumiblemente, se dice que Walser habría muerto virgén, como Enmanuel Kant. Se imaginan a un Walser en pepas.

No sabría calificar la obra. Parafraseando a una colega podría decir que me dejó igual de confundido, pero a un nivel superior -huelga decir, presumiblemente.



Una notita sobre la directora de la obra. La señora Anna Viebrock, junto a Stefanie Carp y Christoph Marthaler fueron hasta hace menos de un año los directores del Schuspielhaus de Zürich. Estuvieron al frente cuatro años, considerados de oro por la crítica y sus fieles seguidores. Se habla de esos años como la era del Welttheater in Zürich –pero sólo entre la crítica; para el público fue ello una especie de malentendido. Cuando Marthaler abandonó Zürich un amigo, él mismo director de teatro, me decía: es una pena para Zürich, pero a decir verdad, Marthaler se merece un mejor público.


*El Schiffbau es un edificio reconstruido para representar obras dramáticas -si quieren caóticas-. Si hubiese debido diseñarselo no habría sido posible hacerlo mejor. El edificio es el antiguo astillero de Zürich, salvado desde hace unos pocos años para los prescindibles menesteres del arte. Muchos años vivió abandonado, como un fantasma –un fantasma caro.

11.3.05

Prueba

Escribir lo que aparece, lo que parece, lo que desaparece, lo que perece,

BIENVENIDA Y BONZO

En una percudida tarde de marzo me embarco en este bote -en esta botella (por cierto, anoche bebí unas cuantas de cerveza).

Me gustaría empezar con el zumbido de una palabra que en castellano ha empezado a expandirse desde el pasado 21 de febrero, a proposito de la muerte de Hunter S. Thomson, el escritor norteamericano creador de ese estilo de periodismo que se escribe, no sólo muy cercano a las fuentes, sino desde las fuentes mismas: el gonzo, el periodismo gonzo. La palabra en inglés americano indica: fuera de lo común, excéntrico, loco. El paisaje se ve interesante: una prosa altanera, la de un malcriado curioso y de talento, siempre en malas compañías -por lo que parece incluso cuando estaba solo-, que se pone a contar los descarreos de descarriados peligrosos para los otros y para ellos mismos. Parece que este señor fue un lúcido y loco intenso; a su alma necesitada de alivio, la asistía con alcohol, drogas, soledad y exentricidad en dosis respetables.

Thomson se dió el vire en febrero pasado y con su muerte, pues fue él el que creo ese estilo de escribir y al primero que se la endilgó, la palabra ha empezado a recorrer las redacciones de los periódicos más visibles en el mundo. Leí hace dos semanas, en Radar de Página 12, una necrológica escrita por Tom Wolfe y, porque me gustó la crónica y lo que estaba detrás, me he fijado que el hombre y la palabrita aparecen en todo lado -The Economist, Le Monde, Der Spiegel, el FAZ, La BBC - Hoy ando a la casa de alguien que haya conocido al autor desde antes; de sus libros también, pero sólo si caen en mis manos.

Entre mis amigos, con los que solemos hablar de libros -buenos lectores todos- no recuerdo a ninguno haberme comentado alguna vez sobre este señor. Por si les interesa les anoto una dirección en la que se encuentran textos y comentarios sobre Thomson (http://www.gonzo.org/).

Que estén bien. Me marcho a reposar un poco. Mi espalda me fastidia y casi impide llevar esto hacia algo más intersante.

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...