28.1.06

Vásconez, el viajero de Quito

Verbo sur es una de las secciones fijas de Babelia, el suplemento de libros y arte que publica cada sábado El País, de España.

Es esta una ventana en la que escritores latinoamericanos emergentes y críticos literarios de prestigio presentan a autores de Latinoamerica cuya obra es determinante y esencial en la tradición de sus países pero que, por razones varias —entre las que cuenta el tamaño de los mercados y la misma estructura de sus sosciedades—, ésta no ha trascendido como debiera por los territorios enteros de la lengua; o, cuando sí, lo ha hecho con el sígilo que la admiración impone a los autores de culto, como ha sido hasta hace poco el caso de los argentinos César Aira y, sobre todo, con algo de retraso, el de Juan Filloy.

Verbo sur es una ventana indispensable que sus lectores seguimos, sábado a sábado con curiosidad, pues, de normal, en esa columna, si no nos los recuerdan, nos son revelados los nombres de autores cuya obra, a los que nos interesa el atlas narrativo que va trazando la lengua, nos trasmite información valiosísima; información que promete transformase en conocimiento.

Verbo sur trae esta semana un artículo firmado por Rafael Conte dedicado al novelista ecuatoriano Javier Vásconez, El viajero de Quito, a propósito de la publicación en el Ecuador de su último libro El retorno de las moscas.

Como he hecho ya otras veces, he dispuesto el enlace y, líneas abajo copio el artículo de marras (por cierto, Rafael Conte es el crítico que ha sabido seguir con mejor ojo la carrera literaria de Cesar Aira —quiero decir, que supo identificarlo mucho antes de que éste empezara a publicar en España y saltar a las otras lenguas. Otra cosa: en esta sección, apareció hace ya un par de años un artículo sobre Pablo Palacio firmado por Leonardo Valencia).

El viajero de Quito
Rafael Conte

QUITO ES una ciudad tan extraña que puede albergar toda clase de misterios, a los que el quiteño Javier Vásconez (1946) acude como las moscas a la miel, que vuelven una y otra vez con desolada y desoladora insistencia. Descendiente de próceres -su padre era diplomático y escritor y su madre de una gran familia de la colonia- es un gran viajero por Europa, Estados Unidos y toda América y un escritor de culto en su país donde ha recibido varios premios y ha sido objeto de numerosas críticas (véase una colección de ellas en El exilio interminable, Paradiso, Quito, 2002). Ecuador es un nombre ajeno, creado por la geografía de una situación, no es algo real, sino un "imaginario" repleto de montañas y volcanes que resume su historia colonial en su capital con un leve y simbólico "panecillo", coronado por una imagen encadenada sobre un minúsculo globo terráqueo, que domina los barrios de la Merced y San Francisco, llenos de iglesias barrocas, el mercado de Otavalo más allá, o el Museo del Oro al comienzo del barrio moderno.

Vásconez es autor de dos novelas importantes, El viajero de Praga (1996) y La sombra del apostador (1999), de las que la primera, de inspiración claramente germánica, es una especie de obra maestra y de una serie de relatos recogidos en diversos títulos Ciudad lejana (1982), El hombre de la mirada oblicua (1989), Café concert (1994), Un extraño en el puerto (1998) e Invitados de honor (2002), donde abundan las piezas magistrales, así como una serie de novelas cortas, entre las que destacan El secreto (1996) y esta reciente El retorno de las moscas. En verdad, Vásconez es un quiteño que ama y odia respectivamente a su ciudad, por lo que busca desesperadamente un exilio que siempre roza con los dedos, pero que siempre se le escapa. Nunca escribe de otro lugar, siempre trata de Quito, sus personajes hablan y viven en ella, o vuelven irremisiblemente, y aunque tratan de ella, la dotan de mar o de un puerto tan imaginarios como lo es el país del que surgen, un país -y una capital- que odia y ama a la vez pues vuelve a ellas continuamente. Amén de las citadas El viajero de Praga y La sombra del apostador, no es posible desconocer la obra aparentemente "menor" de Javier Vásconez, que empezó tardíamente como cuentista, recopilando primero sus relatos "anacrónicos" del pasado quiteño, pero que le permitieron obtener sus primeros premios, y que han dado paso después a cuatro libros de cuentos y novelas cortas, donde hay algunas pequeñas obras verdaderamente maestras. Su "imaginario" literario se ha plasmado en homenajes tanto irónicos como tiernos -y hasta lascivos, pues su sensualidad es evidente-, como los recogidos en Invitados de honor a Colette, Kafka, Nabokov, Conrad y Faulkner. (¡Admirable Tecla Teresina!, por ejemplo) y que desemboca ahora en esta novela corta, El retorno de las moscas, donde el autor cambia de inspiración y vuelve sus ojos hacia la novela de espionaje, la de John LeCarré y la novela británica, como dice expresamente en la nota final (sin olvidar otro crimen importante y puramente ecuatoriano, el de la novela corta El secreto, cuya extensión hace que algunos la consideren como una novela normal, donde explora el interior de un verdadero asesino).

Esta oscilación entre la novela larga, la corta y el cuento y el relato breve es una característica central en la obra de Vásconez, que culmina hoy con esta narración verdaderamente "intermedia", que es una suerte de "clonación" de algunas célebres novelas de John LeCarré, donde presenta al célebre personaje del espía George Smiley -y hasta le enfrenta con su propio autor en un precioso pasaje- ya jubilado y que va a Quito encargado de una nueva misión. Un espía doble, soviético y de los americanos a la vez, es hallado muerto en un parque quiteño y Smiley debe investigar en su pasado, recordando el suyo y las malhadadas aventuras con su esposa (y hasta se evoca a Haydon y a Karla) hasta resolver el caso que al final resulta ser un delito pasional y privado, que sin embargo le proporciona un texto precioso. Pues también en Quito, y a Quito, las moscas (que proceden de un sueño de Smiley) retornan irremediablemente. Como la literatura, a la que la suya vuelve sin parar una y otra vez.

20.1.06

Cuando fumar era un placer

A finales del año pasado, Fatima publicó un comentario sobre los fumadores y no fumadores. Es este un tema que va y viene y, mientras tanto, mata a muchos de cancer al pulmón y a otros, muchos menos en todo caso, de cólera. A su alrededor, en lucha desigual, han puesto sus bases una pesada artillería de argumentos en pro y contra de su práctica en público — y ahora también en privado.

El comentario referido puso en movimiento muchos más bites que los habituales. Opiné allí desde mi experiencia de fumador desmemoriado —puesto que si no estoy en un café o con amigos, olvido hacerlo. Pero allí no nombré, pues no cabía, algo que me vino a mientes, un recuerdo partícular, el de una escritora, una ex fumadora que, años después de haber dejado de encender cigarrillos y aspirar su humo —por salud, pues sino sencillamete moría—, habla aún de ellos con cariño y, por lo que allí cuenta, noltalgia.

De esta escritora he leído más bien poco; sin embargo, de ese poco, “Cuando fumar era un placer”, de Cristina Peri Rossi, fue un placer leerlo. Llegué a él por curiosidad, luego de encontrarme en la sección de libros del FAZ de Frankfurt, con un agradecido comentario a la versión alemana que entonces acababa de aparecer. Como en el medio millón de libros que tiene la Zentralbibliothek de Zürich, hay también unos cuantos miles en español, por si acaso, miré en su catálogo a ver si tenían la versión original. La tienen aún—por si acaso.

Hoy, dando una vuelta por el barrio, he dado con una entrevista a la autora uruguaya —un buen pretexto para ¿leerla?

12.1.06

Haruki Murakami

Por estos lados, hace ya unas horas que cayó la noche. En unas pocas más, concluirá el día, el día doce. En uno como este, en Kyoto, pero hacia 1949 nació un escritor cuyas historias leo con placer, Haruki Murakami. He empezado hace poco la lectura de Kafka am Strand (Kafka on the Shore, novela que el NY Times, por cierto, la pone en su lista de los diez mejores de 2005), hasta el momento, su última novela escrita —publicada en japonés en 2002, en alemán en 2004, en inglés en 2005—.

En cuestión de traducciones, y cuando de libros de importancia literaria o literaria-comercial se trata, el inglés da la pauta. Con las obras últimas de Murakami, como para confirmar la regla, esta práctica se ha alterado, pues ahora ellas aparecen antés en alemán. Resulta que por los lares donde campea la lengua de Thomas Bernhard y Robert Walser, el autor japonés es bastante conocido (para hacernos una idea, digamos que igual o más que Javier Marías, autor español, que de Corazón tan blanco ha vendido hasta la fecha en este mercado alrededor de un millón doscientos mil ejeplares).

Hay una razón por la que Murakami se hizo famoso en lengua germana (por cierto, la misma que hizo famoso a Javier Marías en este entorno), la televisión, concretamente, el programa Das Literarische Quartet, el cuarteto literario —espacio que ya no existe más—, donde comentaban novelas en directo cuatro personalidades de letras. El programa del 30 de junio de 2000, fue, es en la escena literaria (o literario-mediática) alemana, si no inolvidable, si al menos referencial. Aquella noche, capitaneada por Reich-Ranicki, el pope de la crítica alemana, se habló de la novela Gefährliche Geliebte de un escritor japonés entonces poco conocido (en español la tradujeron como “Al sur de la frontera, al oeste del sol “, y por lo que sé, circulan ejemplares también en el Ecuador). Reich-Ranicki elogió la novela en ponderados términos pero no así su contertulia, la crítica Sigrid Löffler que la señaló en cambio como un Fastfood literario adobado con escenas de amor pornográficas y sexistas. El público percibió que en ese desacuerdo había algo más personal que la apreciación de la novela de Murakami. Los siguientes días, los periódicos de Alemania, Austria y Suiza hicieron su trabajo mejor que nunca, comentaron el percance y la causa generosamente; en poco, el autor japonés andaba en boca de todo mundo.

Pero de esta desaveniencia nació no sólo la fama alemana de Murakami sino también Literaturen, la revista que la señora Löffler empezara a publicar unos meses después; como era de esperarse, luego de ese percance, ella renunció a seguir formando parte del Cuarteto literario (como alguna vez ya lo dije, Literaturen es la equivalente en alemán de lo que es Letras Libres en lengua hispana).

He comentado la obra de Murakami en otros espacios; esta vez, al paso, para retener algo del día, he traducido unas pocas frases que el autor pronunciara en una conferencia dada en Berkeley, la University of California, en febrero de 1992. Dicen algo, dejan ver algo, me parece.

(Para ubicarnos: tres aspecto que impregnan el estilo de este autor son el humor, la llaneza de su prosa y, lo que primero se nota, el ritmo) Entonces, dice él:

Mi estilo se resuelve en lo siguiente: primero, jamás pongo en una frase más significación que la estrictamente necesaria. Segundo, las frases tienen que tener un ritmo. Esto lo aprendí de la música, especialmente del jazz. En el jazz sobre todo, es posible derivar de un ritmo estupendo a una estupenda improvisación. Todo tiene que ver con el movimiento de los pies. Cuando se quiere conservar ese ritmo, no se debe incorporar a él ninguna carga superflua. Esto no significa que, de ninguna manera, no se deba añadir una carga. Sólo ninguna que no sea absolutamente necesaria. Tu tienes que arrancar la grasa.

(La carrera de Murakami como novelista inicia en 1978. Tiene su manera muy particular: no es el inicio típico de un escritor que durante su juventud se ha forjado entre lecturas, intentos, disciplina con las palabras. Es otra cosa. En esta conferencia —no publicada aún como libro—nos adelanta esos comienzos)

Tenía 29 cuando escribí mi primera novela Escucha al viento. En aquel tiempo administraba un pequeño Club de Jazz en Tokio. Luego de terminar mis estudios, no tenía ningunas ganas de emplearme en una empresa; entonces solicité un crédito al banco y abrí ese Club. Ya como estudiante había tenido un deseo indeterminado de escribir alguna cosa, sin embrago, no seguí ese deseo de la manera correcta y, cuando abrí el Club, había dejado de pensar más en ello, puesto que estaba muy ocupado de la mañana a la noche en ecuchar jazz y preparar coctails y sandwichs. Cada día tenía que picar una funda entera de cebollas. Gracias a esa experiencia puedo aún picar cebolla sin derramar una sóla lágrima. En aquel tiempo, casi todos mis amigos eran músicos de jazz, no escritores. Sin embargo, un día de abril de 1978, me llegó de pronto el placer para escribir una novela. Me acuerdo claramente de ese día…

(El texto sigue de largo, pero por ahora lo dejamos aquí)


P.S.1. Estas citas las he encontrado en el libro de su traductor al inglés, Jay Rubin, Haruki Murakami and the Music of Words (2002).

P.S.2. Al paso, he encontrado un magnífico texto del argentino Juan Forn sobre una novela importantísima del japonés (de normal, el murakamiano gaucho por exelencia, se supone que es Rodrigo Fresan, pero este texto de Forn es estupendo). De él entresaco estas palabras:

"Si la construcción de un estilo es la combinación de múltiples influencias que terminan dando como resultado una voz propia, Murakami ha sabido entretejer con endiablada habilidad su fascinación por Kafka, Lewis Carroll, Camus, Chandler y Pynchon (para citar sólo unas pocas de las influencias que resuenan en sus libros) con sus propias obsesiones. Autoproponiéndose como un puente entre Oriente y Occidente, su obra es igualmente excéntrica para ambos mundos: si la voz que narra sus historias suena al oído japonés como traducida de otra lengua, las reacciones de los personajes que pueblan sus ficciones son invariablemente sorprendentes para el lector no japonés. Curiosamente, lo que el lector occidental ve como contención, el lector japonés ve como transgresión: sea el tratamiento del sexo, los pasos de comedia imperturbable, la expiación de la culpa (colectiva e íntima) o el afán de un destino individual. Hay un detalle más que termina de explicar la paradoja de que un éxito “juvenil” en Japón despierte tan “seria” atención en Occidente: la rarísima limpidez de la voz de Murakami muestra siempre un mundo por descubrir, y descifrar, hermanando así a lectores novatos y experimentados en un hipnótico rito de iniciación (para unos, hacia la vida; para los otros, hacia el corazón literario del Japón actual)".

2.1.06

"El Comercio" en España

Celebro la decisión de diario "El Comercio" de Quito de publicar en las próximas semanas en España un semanario, un medio escrito pensado en ecuatoriano. Empresarialmente es esta la manera de mover las fichas, poner en circulación las ideas, colocar y multiplicar capitales.

Los compatriotas residentes en las distintas ciudades españolas (que oficialmente bordean el medio millón), podran disponer en pocas semanas de noticias e información producida y elaborada en España, bajo reglas de juego españolas, pero pensadas desde un punto de vista ajeno, otro. Recordemos que la objetividad, valida en las ciencias, en la prensa, por más puntillosa que sea, estará determinada por las necesidades de su público. La comunidad de ecuatorianos residentes en España, siendo numerosa, no ha tenido hasta la fecha, un medio impreso que tenga como eje principal sus afanes y necesidades comunales: no ha podido mirarse en un espejo que le devuelva una imagen más o menos fiel, acorde a lo que ella supone su circunstancia.

Sé que en España (como lo he visto en Milán, Venezia, Genova y Roma) han existido antes intentos editoriales parecidos a este en el que se ha embarcado El Comercio, que luego, por razones más bien obvias, han fracasado. Sin embargo, tomando en cuenta la profesionalidad del diario quiteño, esperamos que su oferta informativa en la penísula cubra esas demandas evidentes en la comunicación intercultural (vivir con un pie fuera y otro dentro) y no deje de lado la opinión crítica, necesaria en esta serie de procesos simultaneos llamados modernidad.

La paleta de problemas que tiene El Comercio-España al frente es varia; sólo un medio de esta naturaleza podrá crear puntos de encuentro entre su público, los ecuatorianos recien llegados, y los dueños de casa; la prensa española, por esencial punto de vista, tendría demasiados impedimentos para ejercer como cicerone en estas circunstacias.

Pongo a continuación un fragmento de la noticia que podran leerla entera en Periódico digital, donde en este mismo momento se está llevando a cabo un debate entre blogers adscritos a ese medio, que podría ser interesante sino fuese por la presencia en él de un ignoratón de origen español que apenas deja desarrollar ideas (he querido participar en él pero, lastimosamente, por no estar allí inscrito, he debido tragarme mi comentario ... y, también, unas gotas de vilis).

"El Comercio" de Quito viaja a España

(EFE, Quito).- El Comercio de Quito cumplió este 1 de enero su primer centenario y celebrará el centenario lanzando un semanario en España. Los editores del decano de prensa ecuatoriana tienen previsto publicar en Madrid un semanario destinado a emigrantes.
Guadalupe Mantilla, presidenta de El Comercio y miembro de la tercera generación de la familia que dirige el diario, no oculñta su satisfacción:

"Me siento orgullosa de constatar que hemos vencido todas las adversidades, guardando siempre los enunciados de mis antepasados. Después de cien años, El Comercio sigue siendo un diario independiente y al servicio de las grandes causas. Nos hemos identificado con los anhelos de toda la comunidad, y hemos luchado por las causas justas"
...

P.S. Por si no se puede acceder directo a la página donde consta el texto entero, lo copio en la sección comentarios.

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...