27.2.08

Las benévolas - Die Wohlgesinnten

Las Erinias (1862), de William Adolphe Bouguereau
[Las Erinias (grch.: Ἐρīνύς, Pl.: Ἐρινύες), conocidas por los griegos también como Maniai (las terribles o violentas o Furias en latín) y luego como Euménides, es decir, bondadosas -o benévolas, que es como lo propone María Teresa Gallego Urrutia en su traducción de la novela de Littell- son en la mitología griega la personificación femenina de la venganza. Nos lo cuenta con claridad Wikipedia o Jordi Guzmán]

A buen tranco, es decir, a una media de 30 páginas de lectura por hora, hacen falta, con germánica exactitud, 33 horas, 1980 minutos de fugaz vida para hacerse con el contenido de las 990 páginas que tiene la edición castellana de la novela de Jonathan Littell. Me he procurado de ese tiempo, aprovechando mis vacaciones de invierno retirado en un pueblo de montaña, y lo he dedicado a la lectura de la narración de momento más comentada en el entorno de lengua alemana.

Se trata pues de pan fresco, esperado, cuyo sabor, oh paradoja, todo el mundo sabe antes de probarlo que no le será precisamente agradable. Está en las librerías sólo desde el pasado viernes 22; sin embargo, los murmullos sobre ella vienen de más lejos, precedidos por el éxito y la polémica generados en Francia, donde apareciera el libro por primera vez en octubre de 2006 (la tirada inicial fue de 12'000 ejemplares; hasta la fecha, Gallimard, su editor, lleva vendidos 800'000). La materia misma del libro, altamente sensible, la segunda guerra mundial, es imposible de obviarla en los países de Centro-Europa. No es agua pasada ese tiempo y, por lo que se ve, a la memoria no le bastan las respuestas heredadas para comprender esos años de muerte y dolor.

Las Benévolas y Littell están en el aire, compitiendo con el polem de la (por lo benignos que están los días) inminente primavera. Lograr ello con la literatura es más bien una quimera; sin embargo, al menos en este caso, ello ha sido posible. En lengua alemana el trabajo lo ha hecho excepcionalmente el diario Frankfurter Allgemeine. El pasado 2 de febrero dedicó la portada a Littell; paralelamente, desde esa misma fecha y hasta el viernes pasado, en el Feuilliton del diario, se publicaron avances cada día (una práctica común del periódico) y una pregunta en torno a la relación que tienen los lectores, herederos en segunda, tercera y cuarta generación de los que protagonizaron esos hechos con esa época de las historia; por otra parte, en la versión electrónica, el diario introdujó una novedad, un experimento que podría calificarse ya de logrado: un Reading Room dedicado a todo lo concerniente con Die Wohlgesinnten y Littell, desde los fragmentos de la novela publicados diariamente, videos y un rico material fotográfico sobre la época hasta los debates suscitados entre los lectores.

Por mi parte, casi me toca repetir lo que la mayoría de los críticos anotan sobre el libro —en Francia y en el entorno de lengua alemana: Las Benévolas no es una narración artística que critaliza; no hay apuesta alguna con el lenguaje, pues el narrador utiliza adrede uno plano y burocrático que, en este caso, por ser un requerimiento intrínseco de la narración —Max Aue, oficial de las SS, protagonista de la historia, es quien nos la cuenta—, debe mantenerlo de inicio a fín, alterándolo levemente según los requerimientos dados por los capítulos o cuadernos que estructuran la novela (Tocata, Alemandas I y II, Courante, Zarabanda, Minueto, Aire, Giga).
La naturaleza de la narración nos es incierta, esta juega entre los límites posibles de diferentes géneros sin decidirse por uno en especial. El lector queda a la intemperie, sin socorro alguno para asentar en su imaginación la abrumadora información que recibe: circulamos por pasajes, túneles y pasadizos, que son historia pero no la tomamos como tal; divagamos por rutas metafísicas que suponemos, por tabú, habran sido desconocidas a los nazis, pero que en otro sentido son de lo más humanas; tomamos contacto no sólo con las armas que Max empuña sino con el sudor de los amantes con los que entra en contacto.

Las cinco frases finales del libro: De repente notaba todo el peso del pasad, del dolor de la vida y de la memoria inalterable, me quedaba a solas con el hipopótamo agonizante, unos cuantos avestruces y los cadáveres, a solas con el tiempo y la tristeza y la pena y del recuerdo, la crueldad de mi existencia y de mi muerte aún por venir: Las Benévolas habían dado con mi rastro.
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Sobre Las benévolas y Littell:
Ana Nuño, en Letras Libres
Jaime Céspedes Gallego, Uni. de París X-Nanterre



24.2.08

Alain Robbe-Grillet est mort


Pues sí, el pasado lunes falleció el escritor francés a la edad de 85 años. Ingeniero agrónomo de profesión, Robbe-Grillet "un monstruo sagrado" en los términos que los franceses reservan para calificar a sus personalidades destacadas, fue el centro de ese grupo de artistas de posquerra que con sus propuestas estéticas - en su momente generadoras de debates, y hoy casi dejadas de lado- alteró la discusión teórica con sus obras y pasó a ser referencia destacable, el Nouveau Roman.
Estuvo en Zúrich en enero de 2002. Entonces habló de un tema que parecé haber perdido fuerza "La transgresión ahora". Pero no sólo eso: presentó también la versión alemana de su entonces última novela, La reanudación, y, algo en verdad inolvidable, destacó con su presencia la exposición que entonces realizará el Kunsthaus de Zúrich "Sade Surreal".
Repasando la prensa de este día acabo de dar en Página12 con un texto suyo que le hace homenaje. Lo transcribo a continuación


Me gusta, no me gusta

Me gusta la vida. No me gusta la muerte.
Sin embargo, me gusta bastante lo que se mantiene inmóvil (me gustan los gatos, no me gustan los perros).
Me gusta la sensación de eternidad, las viejas casas de provincia con decorado inmutable.
No me gusta el teléfono. No me gustan los autos. Me gustan los largos viajes: París-Bucarest, Nueva York-Los Angeles, Estambul-Teherán.
Me gusta también caminar, en las calles o en el campo. Me gustan los otoños húmedos y dulces, las hojas negras relucientes de lluvia, sobre las espesas y esponjosas alfombras de los caminos.
No me gusta el ruido. No me gusta la agitación.
Me gustan las voces lindas. Detesto los gritos.
Me gustan las multitudes alegres. No me gusta lo que les gusta a las multitudes.
Me gustan los días en que me siento más inteligente, más agudo. Me gusta aprender. Me gusta enseñar.
No me gusta dar una conferencia después de una buena comida. Me gusta el vino tinto. No me gusta el whisky. Me gusta el idioma francés.
Me gusta la vida. Me gusta la literatura.
No me gusta... No me gusta pensar en lo que no me gusta.
Me gustaba la voz de Roland Barthes.Me gusta lo lindo. No me gusta demasiado la moda de lo feo.
Me gusta decir lo que pienso, sobre todo si no se dice. No me gustan los militantes, cualquiera sea su tendencia.Me gusta conocer la regla. No me gusta respetarla.
Me gusta lo que es chico. Me gustan las calles de Nueva York, los grandes paisajes del oeste estadounidense. No me gustan las grandes palabras.
Me gusta comprender. Me gusta analizar las cosas. Me gusta conocer las teorías, literarias o científicas.Me gusta la libertad. No me gusta el derroche. No me gusta la ensalada periodística.
Amo a mi papá y a mi mamá. Desconfío de los psicoanalistas.
Me gusta mucho irritar a la gente, pero no me gusta que me jodan.

El escritor y cineasta Alain Robbe-Grillet, autor de Las gomas (1953), En el laberinto (1959) y Por una nueva novela (1963), entre muchas otras obras, murió el lunes pasado de una crisis cardíaca. Este texto inédito, escrito en 1981, fue publicado en la revista Magazine Littéraire Nº 402, octubre de 2001.
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Wikipedia sobre Robbe-Grillet

18.2.08

Murakami, el corredor de fondo

Desde que tomamos contacto con su escritura hace ya algunos años, no dejan de sernos indiferentes cuantas cosas digan de sus libros y su persona sus lectores especializados o no —rumores incluidos. En esta ventana nos hemos ocupado de él un par de ocaciones y, puesto que vuelve a hablarse de su nombre en los medios, volvemos a referirlo.

Es a propósito de una entrevista que Maik Grossekathöfer, redactor del semanario alemán Der Spiegel, hace al escritor japonés en la edición última (18.02). El mitivo es gratísimo: la inminente aparición en alemán de su último libro —primera en una lengua europea — "De que hablo cuando hablo de correr" (DuMond Verlag, 2008).

Como la mayoría de sus lectores sabrá, Murakami no es sólo un especialista en jazz sino también un corredor de fondo: escucha, corre y escribe -¿o corre, se escucha y escribe luego? En varias entrevistas hace referencia a esta práctica deportiva ardua, de solitarios ciertamente, pues no hace falta un equipo para practicarla ni de un contrincante al que haya que enfrentarse como en el tenis. Correr tiene que ver con la sola voluntad del corredor: su contirncante está dentro de él mismo. No miente la figura que vemos, o ejecutamos cuando nos alejamos por el camino que nos lleva por el bosque o la cinta que ciñe al campo de fútbol; o la que nos atrae cuando miramos por televisión, o en vivo, correr una carrera de 10, 21 0 42 kilómetros: precipitados, esforzados pasos de personas agolpadas a un inicio, luego dispersas por obra del cansancio, por la resistencia de unos pocos que " se disparan del grupo" y empiezan a individualizarse ante el público y se alejan por una larga avenida como un, digamos, Rolando Vera, o —en esa otra forma de deslizamiento solitario, la caminata— a un Jefferson Pérez. Práctica para solitarios que insisten en probarse a sí mismos o, si se quiere, de ensimismados que ponen a prueba una voluntad, o algún otro resorte íntimo que intimida y exige ser dominado.

No es nada difícil imaginar a Murakami corriendo por el bosque, la playa o la avenida, por una pista siempre variable en todo caso; con las horas y sobre ellas, en silencio. Es grato saber que esta vez el autor japones centra su discurso en esa práctica que, como lo comprobaran al leer algunos de los fragmentos que he traducido, no es más que la otra cara de esa medalla que sus lectores conocemos, la de su escritura.



El sueño de una cerveza helada

Spiegel: Herr Murakami, ¿Qué es más fatigoso, escribir una novela o correr un maratón?
Murakami: Las más de las veces escribir es un placer. Cada día escribo cuatro horas. Luego corro. Normalmente diez kilometros, sin demasiado esfuerzo. Pero correr de un tirón una distancia de 42, 195 kilómetros es bastante duro, sin embargo es exactamente esa dureza lo que busco. Es una tortura inevitable que acepto concientemente. Para mi es esa la faceta más importante de un maratón.

Spiegel: ¿Y qué le es más hermosoo, terminar un libro o cruzar la meta de un maratón?
Murakami: Poner el punto final a una historia se parece al nacimiento de un niño. Un escritor féliz puede a lo mejor escribir unas doce novelas y yo no sé cuántos libros tengo aún en mí, ¿Cuatro? ¿Cinco? En cambio, cuando corro no siento límite algunop. Cada cuatro años más o menos publico una novela pero cada año participo en una carrera de diez kilómetros, un semi-maratón y un maratón. Hasta ahora he corrido 27 maratones, el último el pasado enero, y naturalmente van a seguirles el maratón número 28, 29 y 30.

Spiegel: En su nuevo libro, que aparece en alemán el próximo lunes (25.02), describe su carrera como la de un corredor de fondo ¿Por qué ha escrito usted ese texto?
Murakami: Desde hace que 25 años, en el otoño de 1982, que fue cuando corrí mi primera carrera, me he preguntado por qué me decidí exactamente por este deporte. ¿Por qué mi vida como escritor en serio comienza con aquel día en que corrí por primera vez? Tiendo a entender las cosas sólo cuando las anoto. Y he constatado que escribo sobre mí cuando escribo sobre el correr.

Spiegel: ¿Qué fue lo que le llevó a correr?
Murakami: Quería adelgazar. En mis primeros años como autor fumé mucho, 60 cigarrillos al día, para concentrarme mejor. Tenía amarillos los dientes, los dedos y uñas. Cuando a los 33 años de edad decidí dejar de fumar, me creció la barriga. Entonces empecé a correr: correr me pareció lo más practicable.

Spiegel: ¿En qué medida?
Murakami: El deporte en equipo no es para mí, me es un poco más cómodo si me ejercito según mi propio tempo. Y para correr no se reuiere de compañero, de un sitio determinado como en el tenis, sólo de un par de zapatillas de deporte. Tampoco el judo me queda bien: no soy un luchador. Correr largas distancias no tiene que ver con vencer a otro, el unico competidor es uno mismo. Tu reseuelves un conflicto interno: ¿soy mejor que la última vez? Darse uno mismo hasta el limite, una y otra vez, es el espíritu del correr. Correr es doloroso, pero los dolores no me abandonan, yo puedo tener cuidado de ellos. Eso corresponde a mi mentalidad.
. . .
Spiegel: ¿Cuál es su mejor tiempo registrado en una maratón?
Murakami: 3:27 hohas, cronometradas por yo mismo, en New York en 1991. Eso son cinco kilómetros por minuto. De ello me siento orgulloso, el último tramo de la carrera a través del Central Park es duro. He probado un par de veces mejorar ese tiempo pero cada vez soy menos joven. Entre tanto no me interesa más registrar el mejor tiempo alcanzado.

Spiegel: ¿Hay un mantra que usted recita mientras corre?
Murakami: No. No pienso en nada

Spiegel: ¿Se puede eso: pensar en nada?
Murakami: Cuando corro se me vacía el espíritu. Los pensamientos que se me introducen cuando corro son como un viento ligero - aparecen de pronto, desaparecen de nuevo y no alteran nada.
. . .
(La entrevista continua; la iré traduciendo en los próximos días y transcribiéndola).

Spiegel: ¿ Escucha música mientras corre?
Murakami: Sólo en los entrenamientos. Preferentemente a Manic Street Preachers. Cuando, excepcionalmente, corro en las manana, prefiero Credence Clearwater Revival porque las canciones tienen un ritmo simple.


Spiegel: ¿Cómo consigue motivarse cada día?
Murakami: A veces es demasiado caliente o demasiado frío, O el día está muy nublado. Sin embargo corro. Si no lo hiciera, haría una pausa también al siguiente día. No corresponde al ser humano asumir un peso innecesario, el cuerpo se deshabitúa. Eso sin sin embargo no debe el mío. Al escribir sucede exactamente lo mismo. Escribo cada día para no desacostumbrar a mi espíritu. De esta manera puedo suscesivamente elevar el listón literario, así como los músculos siempre se fortalecen al correr constantemente.

Spiegel: Usted creció como hijo único, escribir es una tarea solitaria y usted corre siempre solo ¿hay en esto alguna relación?
Murakami: Con seguridad. Me siento a gusto solo. Al contrario de mi esposa, no me gusta la vida social. Estoy casado desde hace 37 años, es con frecuencia una lucha. En mi anterior trabajo laboraba hasta la madrugada, ahora voy a la cama entre las nueve y las diez.
. . .

Spiegel: ¿Conoce el libro "La soledad de los corredores de fondo" de Allan Sillitoe?
Murakami: El relato es aburrido. Se nota que Sillitoe no corría. Sin embargo una idea esacertada: corriendo el heroe de la historia se encuentra a si mismo, enuentra la libertad interior.

Spiegel: ¿Qué le ha enseñado el correr?
Murakami: La certidumbre de que puedo alcanzar la meta. Del correr he aprendido a confiar en mis capacidades; he aprendido en que medida debo exigirme, cuando necesito hacer una pausa y desde cuando una pausa es demasiado larga.

Spiegel: ¿Escribe usted mejor porque corre?
Murakami: Con toda seguridad. Mientras mis músculos se volvían más fuertes más claro se volvía mi espíritu. Estoy convencido que los artistas que llevan una vida no saludable se consumen rápido. Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin fueron los heroes de mi juventud - murieron jóvenes a pesar de no haberselo ganado. A la muerte temprana se la ganan sólo los genios como Mozard o Puschkin. Jimi Hendrix era bueno pero no muy listo porque tomó drogas. La creación artística no es saludable, para compensar los artistas deberían vivir saludablemente.

Spiegel: ¿Puede usted aclarar eso?
Murakami: Cuando un escritor desarrolla una historia, se confronta a un veneno que está metido en él. Si tu no tienes ese veneno tu historia no tiene inspiración. Es como con el Fugu, el pez globo (llamado en español el puercoespín del mar), que es exepcionalmente sabroso, una maravilla, pero sus huevas, el higado y los intestinos pueden causar la muerte por envenenamiento. Mis historias se encuentran en mi conciencia, en un sitio obscuro, peligroso, yo siento el veneno en mi cuerpo pero puedo soportar una fuerte dosis porque poseo una un cuerpo fuerte. Cuando se es joven se tiene la fuerza suficiente para derrotar al veneno sin entrenamiento. Con 40 las fuerzas retroceden, tú no puedes entonces sobreponerte al veneno si vives insano.


Spiegel: J.D. Salinger tenía 32 años de edad cuando publico su única novela El guardian en el centeno ¿Era él muy débil para su veneno?
Murakami: Traduje el libro al japonés. Es muy bueno pero incompleto. La historia se vuelve cada vez más obscura y el protagonista no encuentra el camino para salir de ese mundo obscuro. Pienso que el mismo Salinger tampoco lo ha encontrado ¿si el deporte lo habría salvado? no lo sé.
...

(Viene aquí un fragmento que lo iré traduciendo en los próximos días)


Spiegel: Usted tiene 59 años de edad ¿cuantos años más quiere correr maratones?
Murakami: Hasta que mis pies me transporten ¿Sabe qué debe constar en la lápida de mi tumba?

Spiegel: Cuéntenoslo
Murakami: Por lo menos nunca fue a paso lento (o camino, contrapuesto al correr: Zumindest ist er nie gegangen)

Spiegel: Herr Murakami, le agradecemos mucho por esta conversación.



Maik Grossekathöfer, el entrevistador, graduado en literatura alemana y ciencias políticas, es redactor de la sección deportiva del semanrio Der Spiegel.


Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...