16.12.06

Susan Sontag y sus diarios

e

El 28 de diciembre de 2004 moría Susan Sontag en New York; en 2003 se le diagnosticó leucemia, el cáncer a la sangre que terminaría con su vida aquel día de diciembre.

Cinco lustros atrás intimó ya con la enfermedad, entonces fue un cáncer al pecho, del que finalmente salió con vida y un conjunto de observaciones sobre ese estado de “no salud” que plasmaría en su libro “La enfermedad y sus metáforas” (1978).

Esta vez no tuvo salida. Murió y la noticia de su fallecimiento se esparció rapidamente por todo el mundo; y desde los distintos puntos del mundo donde sus libros fueron leídos, comentadas sus ideas y admirado sus posiciones ante los distintos tipos de poder ciego que ciñen nuestra cuotidianidad, se hizó sentir el pesar por su desaparición. Desde luego, en la forma mejor que la admiración tiene para estos casos, haciéndo memoria, rememorando su vida y su obra tejida a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, un periplo vital en el que, si ponemos atención a cada uno de sus escritos, jamás dudó en formular y formularse las preguntas que más hicieron falta a su sociedad en momentos difíciles (Vietnam, Sarajevo, el 11 de septiembre de 2001 en New York, Irak y las fotos de las torturas cometidas allí, entre los más relevantes), o de recordar a creadores y críticos (de las artes plásticas y cinematográficas, de la literatura y el ensayo) la necesidad de replantearlas continuamente.

Escritora, filósofa, ensayista, novelista, dramaturga, teórica de arte, periodista, provocadora, son, si queremos definirla por sus obras, los calificativos que le calzan. Y no la contradicen.

Nació en New York el 16 de enero de 1933; a los 14 años tuvo el privilegio de tomar el té con Tomas Mann —la adolescente Susan Rosenblatt (este fue su nombre hasta los seis años) ya a esa edad era una especialista en Edgar Allan Poe—; a los 16 inició sus estudios de literatura y filosofía en la Univeridad de Chicago y luego en Berkeley; con 17 contrajó matrimonio, a los 19 dio a luz a su único hijo, David Rieff. Tres años más tarde se separó de su esposo y nunca más volvió a casarse. En 1982 inicia una relación afectiva con la fotografa Annie Leibovitz de la que nunca haría referencia sino sólo desde 2000, a partir de la publicación de un artículo suyo aparecido en The Guardian en el que hace pública su bisexualidad.

Bordeando la veintena se doctoró en Harvard con una tesis sobre Paul Tillich, se fue por un año para París y a su regreso inició a dictar clases en la universidad de Columbia, en New York. Con su esposo, el sociólogo Philipp Rief, publica entonces un trabajo sobre Freud y la cultura moderna. En 1963, aparecé “El benefactor”, primera novela de la joven académica que entre tanto había empezado a llamar la atención en los círculos intelectuales newyorkinos. En 1992 publicara su segunda novela “El amante del volcán” libro que llegaría a ser un bestseller; sin embargo, su prestigio estará siempre relacionado a los numerosos y variados ensayos publicados desde los años sesenta. Contra la interpretación (1966), Estilos radicales (1969), Sobre la fotografía (1977), Bajo el signo de Saturno (1980), El SIDA y sus metáforas (1987) entre otros.

En 1993, en Sarajevo, a donde se trasladaría (como Juan Goytisolo) para testimoniar sobre la guerra que se estaba llevando a cabo entonces, pondría en escena “Esperando a Godot”. De sus trabajos aparecidos antes de su muerte se recuerda aún su ensayo de marzo de 2003 “Regarding the Pain of Others”, a propósito de la guerra en Irak y el restringido material fotográfico proporcionado hasta entonces por el gobierno norteamericano.


Antigua es mi relación con los escritos de Susan Sontag. Por los frentes que aborda, la perpicacia y valentía de sus análisis ellos nuca dejan de ser oportunos y enriquecedores. Este año que en poco se nos va la he pensado y leído en varios tramos pero sólo en dos oportunidades estuve tentado a escribir sobre su memoria: la primera a mediados de septiembre, que fue cuando leí un manojo interesante de notas inéditas suyas escritas en sus diarios y publicadas como primicia en el New York Times del 10 de septiembre.

La otra en octubre, al enterarme de la muestra que Annie Leibovitz, la célebre fotografa con la que Susan Sontag vivió desde 1982, hacía en el Brookling Museum con materiales publicados en medios de prensa conocidos y una cantidad de fotografías privadas que se mostraban por primera vez. En ellas había muchas hechas a Susan Sontag, tomadas en diferentes sitios del planeta -en ciudades, en el desierto, en el hogar, en la cotidianidad más íntima (como la foto que he colgado al inicio: Susan at the House on Hedges Lane, 1988) o una muy imprecionante, en la que se la ve en su lecho de muerte, instantes despues de haber expirado.

Repasando la versión española de Letras Libres de diciembre, acabo de dar con la traducción de los fragmentos de los diarios de Susan Sontag aparecidos en el NYT el pasado septiembre. Allí encontramos declaraciones como esta escrita en diciembre de 1961:

El escritor debe ser cuatro personas:

1) el loco, el obsédé.

2) el tarado

3) el estilista

4) el crítico


1) suministra el material

2) permite que se exponga

3) es gusto

4) es inteligencia

Un gran escritor es las cuatro, pero puedes ser aún una buena escritora con 1) y 2) solamente; son muy importantes.

o esta otra de julio de 1964:

Arte = un modo de ponerse en contacto con la propia locura.

o esta otra:

El mayor crimen: juzgar.

La mayor carencia: falta de entusiasmo.

a la que sigue esta muy auto exigente:

Mis faltas:

—censurar a otros por mis propios vicios*

—convertir mis amistades en aventuras

—pedir que el amor incluya (y excluya) todo

*pero esto es quizá más frenético y evidente –alcanza un clímax, cuando lo que llevo dentro se está deteriorando, cediendo, desplomándose– como: mi indignación contra la delicadeza física de Susan [Taube] y de Eva [Kollisch]

NB: mi ostentoso apetito –verdadera necesidad– de comer platos exóticos y “asquerosos” = la necesidad de exponer mi rechazo a la delicadeza. Una afirmación contraria.

Se cierra esta selección con un fragmento de finales de 1967:

mi formación intelectual:

a) Knopf + la M[odern] L[ibrary]
b) P[artisan] R[eview]
(Trilling, Rahv, Fiedler, Chase)
c) Universidad de Chicago, P[latón] & A[ristóteles] gracias a Schwab-Mckeon Burke
d) “Sociología” centroeuropea. Los intelectuales judíoalemanes refugiados
Strauss, Arendt, Scholem, Marcuse, Gourevitch, [Jacob] Taubes, etc. (Marx, Freud, Spengler, Nietzsche, Weber, Dilthey, Simmel, Mannheim, Adorno etc.)
e) Harvard Wittgenstein
f) Los franceses: Artaud, Barthes, Cioran, Sartre
g) Más historia de la religión
h) I; mailer, el anti-intelectualismo
i) Arte, historia del arte
Jasper [Johns]
Cage
Burroughs

Resultado final: ¿francojudía cagesiana?


Extrañamente esta traducción hecha por Aurelio Major no trae explicación alguna de estos diarios que nos permita contextualizarlos.

Para hacernos una idea de ellos copio un par de referencias publicadas en el NYT: el período en el que inicia Susan Sontag su diario, del que Letras Libres ha tomado fragmentos, es hacia finales de 1958, cuando la autora está a punto de cumplir los 26. Su matrimonio le causa entonces muchas preocupaciones, ha obtenido una beca de estudios que piensa aplicarla en Oxford, Inglaterra - pero finalmente terminaría aterrizando en París.

Los diarios apareceran sólo en 2008 o 2009, en Farrar, Straus & Giroux, su editor de siempre.

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Fragmentos de los diarios de S. Sontag en Letras Libres

Varios autores a propósito de muerte de S. Sontag

Brooklyn Museum, con la muestra de Annie Leibovitz

1.12.06

Durs Grünbein

¿El tobillo, el empeine, el pie verde por el golpe? La parte baja del empeine del pie izquierdo; no verde, más bien un confuso morado, entre azulino y rojizo sobre el tobillo interno. No es nada grave, apenas un golpe, apenas una molestia, si la recuerdo. La razón: una patada perdida en medio de un partido de fútbol de salón.

Lo juego cada jueves con mis compañeros de trabajo. Lo hago desde hace cuatro años, sobre el medio día, en la pausa del almuerzo, entre la una y las dos. Ese día dejo mi oficina a las 11.45 y regreso dos horas después, a las 13.45 o a las dos, fresco como una lechuga la mayoría de veces o, como ayer, de buen ánimo pero algo magullado. Este percance deportivo, sin ser en absoluto preocupate, cambió sin embargo mis planes previstos para ayer para la noche del jueves (para este viernes en la uni).

El hombre

Desde 1995, que es cuando dí por primera vez con su nombre en la prensa, a propósito de la concesión que se le hizo del George Büchner-Preis de ese año (uno de los más importantes en lengua alemana), sigo con atención los desplazamientos que comete Durs Grünbein libro a libro.

“Grauzone morgens. Gedichte”, un tomo de poemas publicado por Suhrkamp inicialmente en 1988 es para mí el referente más intenso que tengo de este poeta nacido en 1962 en Dresden, en la entonces Alemania del este (como Mi ciudad de porcelana, la distingue el poeta en un texto publicado en 2005, a propósito de los 60 años transcurridos desde el bombardeo a que fuera sometida por los aliados al final de la segunda guerra mundial).

Me hice con este librito en 1995 y, con más entusiasmo que conocimiento, me puse a traducir unos cuantos poemas que supuse aquella vez haber captado bien (dos textos que hacían referencia a dos poetas de nuestra lengua, Vallejo y García Lorca, me resultaron interesatísimos). Los poemas de este libro hablan de la ciudad y sus habitantes convertidos en anónimos cargados de madrugada y asombro, de rutina y energía obscura, que en algún momento de tan no poder asirse a sí misma ésta se vuelve resplandeciente. El libro que era un canto juvenil a la vida espectada y vivida, sugería de paso el trasfondo de una voz con preocupaciones otras, casi en desface con el vuelo que suponemos planea sobre la lírica contemporánea, buena y trabajada ciertamente, pero más preocupada en tender hilos con el presente y la memoria inmediata que con la antigüedad o las duras referencias de la modernidad. Grünbein ha asumido ese rol, se hizo cargo de esa mirada y desde entonces ha empezado a remontar la tradición de occidente con sus bordes tensos, sus puntos de fuego y fuga dispersos a lo largo de la historia y recreadas posteriormente por el poeta en libros siempre diversos con formas y tratamientos siempre otros.

Su último título es Antike Dispositionen (2005), un tomo con ensayos y textos cortos que hablan de las vidas de Heiner Müller y Nietzsche, de Seneca y Juvenal o un concurso de belleza en Caracas entre otras cosas y otras vidas. Su trepidante inquietud nos deja ver eleocuentemente su penúltima publicación, Berenice (2004) un libreto de opera, escrito a partir de textos de Edgar Allan Poe, para una composición de Johannes Maria Staudt que fuera puesta en escena en ese mismo año. Y poemas no faltan entre sus últimos trabajos, a decir verdad, epitafios, 33, Die Teuren Toten (los muertos caros), publicados en 2003. Y sigue la lista, sobre todo de colecciones de poemas.


Las señas

En 1995 conocí en Zurich al poeta y traductor español Jaime Siles. Una amiga común nos puso en contacto; nos hablamos por teléfono -el poeta residía entonces en Sant Gallen, en cuya universidad impartía clases- y quedamos de acuerdo para hacerle una entrevista que se publicó posteriormente en Eskeletra, en 1996. Cuando nos encontramos y despachamos la entrevista de marras, en un restaurant de la estación central de Zurich, conversamos luego, como siempre que se dan esas situaciones, de lo que gusta a cada uno —entonces era Tabucci la novedad, y la recurrencia Pessoa, su obra y las traducciones hechas al español por su amigo Ángel Crespo. Conversamos de Grünbein —a quien no conocía—, de Heiner Müller —a quien sí conocía— y de su teatro que lo llevaría alguna vez hasta los Andes ecuatorianos (La máquina Hamlet).
De vuelta en Quito, en 1997, leyendo Letra internacional, dí con un manojo de poemas de Durs Grünbein traducidos por Jaime Siles. Me alegró leer sus traducciones pues el poeta valenciano, filólogo y traductor de poesía posee una base de conocimientos lingüísticos en cinco lenguas poco común. Un mes más tarde recibí una carta del poeta agradeciéndome por haberle sugerido leer la obra del alemán a quien había empezado a leer con deslumbramiento y a traducirlo con no pocas dificultades. En todo caso, me dije mientras leía la carta, nada comparables con las que me salieron a mi al paso mientras intentaba descifrar los sentidos paralelos posibles que tiene cada poema del poeta alemán.

La cita perdida

El municipio de la ciudad de Zurich y el departamento de Germanística de la Universidad suelen organizar las Zürcher Poetikvorlesungen (lecciones poéticas zuriquesas) al inicio de cada semestre de invierno. A estas clases, para el público en general y para estudiantes en especial, que se dan una vez cada siete días, por tres semanas seguidas, suelen venir invitados poetas y escritores de prestigio en lengua alemana (en el 99 estuvo por ejemplo W. G. Sebald). Suelen organizarse alrededor de temas propuestos por los mismos autores. Las de este año, tuvieron como invitado a Dürs Grünbein quien no sólo puso un título y un subtítulo al ciclo poético sino también a cada una de las lecciones. Así, y en ese orden, el ciclo: Alegre edad de hielo (tres meditaciones cartesianas). La del jueves 9 de noviembre en el museo de literatura (y el viernes en la universidad) trató el tema: Sin un yo puro (o si se quiere, No hay un yo puro); la del 23 (y al siguiente día en la uni), La escuela del mirar; y la del 30 (hoy en la uni): Tema para un cerebro obediente.

Asistí sólo a la clase del viernes 10 de noviembre, en la uni, cuyo horario cuadró con mi agenda. No pude asistir a la del 23 ni a la del 24. Tenía planeado ir ayer por la noche pero, después de un golpe en el tobillo interno del pie izquierdo, cartesianamente, decidí no ir y aprovechar ese tiempo para quedarme en casa y leer en tranquilidad a Grünbein (literalmente, pie verde).

Como sucede con no pocos autores de enjundia y alcance universal que en sus lenguas respectivas, consecuentemente, son objeto de admiración y estudio pero se los desconoce en otras por ser poco propicios para la difusión o quiza por falta de atención, sucede con la obra de Grünbein, cuyos libros, de manera casi inexplicable apenas son percibidos fuera de su entorno germano. Si no el destino, puede que sea ese el ritmo de los poetas, de las obras de los poetas que por la vía lactea transcurren a paso de tortuga. A paso firme en todo caso -a pesar de tener un pie verde en el nombre.

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Un texto de D. Grünbein sobre Berlin
Poemas de D. Grünbein en español

18.11.06

Los benévolos

Jonathan Littell es noticia en Francia desde hace tres meses; no sólo porque el éxito fulminante de su novela Les bienveillantes lo haya vuelto repentinamente un célebre autor joven (la crítica y la admiración de sus crecientes lectores no dejan de confirmarlo; el premio Goncourt y el de la Academia Francesa acaban de serle concedidos) sino también porque, con necedad impensable en autor contemporáneo alguno —dejemos de lado a J.D Salinger, Thomas Pynchon y al austriaco Patrick Süskind que en pronto será de nuevo noticia en español—, ha negado la cara a los medios, rehusado mediatizarse y dar explicaciones sobre sus libros, su “formidable novela” y su persona.

No a todos los medios, ciertamente. Le Monde des Livres del 31 de agosto traía ya una entrevista al entonces —hacen apenas dos meses y medio— apenas conocido autor. Este mismo suplemento, en su versión publicada ayer 17, trae una amplia entrevista que reproduce en español El País.

De ella copio el siguiente fragmento:

P. Desde su aparición, Les bienveillantes se ha visto cubierto de superlativos y comparaciones elogiosas. ¿Se siente halagado o aterrado?

R. Ni lo uno ni lo otro. Tomemos la comparación de mi novela con Guerra y paz. La gente que afirma esto me ha leído mal, y además, ha leído mal a Tolstoi. No es en absoluto el mismo tipo de literatura. En Guerra y paz, para empezar, hay paz. En mi novela, sólo hay guerra. En la novela de Tolstoi existe otro nivel de complejidad. Un ir y venir infinitamente superior entre la vida normal y la guerra. El objeto de Les bienveillantes es mucho más limitado. Es el genocidio durante cuatro años, con algunas escapadas aquí y allá. Lo que se ambiciona no es lo mismo. Hablando en un plano más profundo, nos encontramos con esa noción de espacio literario elaborada por Maurice Blanchot. Cuando se está dentro, nunca se sabe si realmente se está. Se puede estar convencido de estar haciendo literatura y permanecer de hecho fuera, del mismo modo que se puede estar atormentado por las dudas, cuando la literatura está ahí desde hace mucho tiempo. El texto de un enfermo mental puede resultar literatura y el de un gran escritor no serlo por razones ambiguas y difícilmente explicables. De todas formas, siempre se está en la duda. No se sabe. Yo creo que Tolstoi o Vassili Grossman tenían dudas. En el caso de Grossman, es evidente. Su ambición declarada era hacerlo tan bien como Tolstoi, pero seguro que tuvo que decirse al acabar su libro que no le llegaba a Tolstoi a la suela de los zapatos. La noción de espacio literario elimina la noción de calidad. Un texto muy mal escrito puede resultar ser gran literatura, mientras que otro muy bien escrito puede no ser gran literatura. Hay que juzgar cada libro en función de sus objetivos y sus propias exigencias, y no en relación con otros libros. Ésta es la razón por la que no me gustan los premios literarios. Tienden naturalmente a enfrentar unos libros con otros. Yo le he enviado una carta a Gallimard en la que le explico que no estoy contra los demás autores. Mi libro está contra él mismo, trabaja contra su propia exigencia, que, desde luego, no alcanzará nunca.

La entrevista completa aquí.

10.11.06

"La puta literatura"

Leí la semana pasada un artículo que inicia así:


“En pocos sitios pueden hallarse tantas putas reunidas como en una Biblioteca”
.


Con semejante cabecera es poco probable que uno obvie el cuerpo del artículo, y huya hasta otro en busca de lecturas mejor dispuestas. No, este arículo atrapó mi atención; quedé en él por entero. A la frase primera sigue esta otra:


“Orientales, europeas, latinoamericanas, todas reciben en los libros su bautismo según la época y la situación: geishas, fáciles, livianas, de la vida, de la calle, cortesanas, de compañía, visitadoras, jineteras”


A quien inquiete las novelas y las putas, la lectura de este artículo le dejará agradecido.


La metáfora más vieja del mundo, su título, es una reflexión tejida por Liliana Viola sobre este tema en el que cruzan caminos putas y novelistas, escritura y deseo, a propósito de la puesta en circulación en el mercado de lengua castellana de dos libros que alumbran esta ardua senda del placer, del mercado del placer sexual, para no confundirnos. Uno está escrito desde fuera, desde la mera observación; otro desde la experiencia
propia.


De éste último “O doce veneno do scorpião” el semanario suizo-alemán Weltwoche, hizó en el pasado septiembre un interesante recuento pues en Brasil, que es donde se imprimió primero, el libro es un fenómeno de ventas. Y no en vano pues en él se juntan muchos cabos sueltos de la modernidad, mechas inflamables a decir verdad.


Raquel Pacheco su autora y protagonista es una mujer de 21 años que acaba de colgar los guantes. Con diecisiete se fue de casa, se hizo “de la vida” y de paso blogger —Bruna Surfistinha no es sólo su nombre de combate sino también su nick name.

Durante tres años, Raquel, o Bruna, conoció de todo, los disfrutó sin peso de conciencia alguno y, entre polvo y polvo, se dio el tiempo necesario para escribirlo y publicarlo en su weblog -todito, con pelos y señales. Son esos textos apuntalados con la ayuda de un periodista los que conforman el libro que ha convertido a su autora en la presa mediática predilecta.

El éxito alcanzado por “El dulce veneno del escorpión” marca de paso para su autora el abandono de su profesión primera. Un periodista europeo, intrigado por los contenidos del libro, en el que el placer deja atrás a la anécdota , inquiere a la blogger ¿Por qué dejar la profesión de lado si su ejercicio, por lo que Bruna describe, le procuraba un placer tan intenso? Por cansancio, responde Pacheco, por cansacio físico y espirirual tras tres años de ejercicio continuo en el que en algunas jornadas tuvo que fornicar hasta diez veces con diez tipos distintos (una vez sin embargo, con ocho individuos, a la vez).

¿Que habría pasado si no hubiese tropezado con el internet que fue el paso primero para la publicación posterior de su contenido en forma de libro? Muy probablemente estaría ejerciéndo todavía la prostitución, responde Raquel.

Como diría en feliz frase hace algunos años el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, el pasado ya no es lo que era. El sitio web de Bruna Surfistinha sigue activo pero, eso que fue “ya no es lo que era”: en esa ventana electrónica que llegó a ser la más visitada de Brasil ya no se postea más sobre cuerpos y peregrinaciones sexuales sino sólo sobre la resonancia mediática que la autora va cosechando día a día -entrevistas con la prensa, la televisión y las citas con su público lector.

A una compatriota de Bruna, la profesora de literatura y estética Eliane Roberto Moraes, laboriosa en estos temas no deja de llamar la atención este fenómeno. No duda tampoco al calificarlo, ni deja pasar la oportunidad para matar dos pájaros de un tiro:

“Paulo Coello banaliza el misticismo, Pacheco el erotismo”

3.11.06

Whitman de Francisco Alexander

El sábado 21 de octubre no llegó al quiosco de mi barrio, donde lo tengo reservado, El País de ese día —que es el que trae Babelia, el suplemento de libros. No suele pasar ello por lo general, pero esta vez sucedió. Me perdí la prensa española de aquel día, y la habría olvidado del todo si no fuera por un comentario sobre tradución que leo días después en el mismo diario, en el que se alude a un artículo publicado ese sábado 21.

Lo acabo de revisar en la versión electrónica, se titula El primer poeta norteamericano y está firmado por L.A. DE V., es decir, Luis Antonio de Villena, él, también y más que todo, poeta.

“Una rareza jubilosa”

Sucede que Visor, la casa editora de poesía, acaba de sacar al mercado, en edición bilingüe, Hojas de Hierba, de Walt Whitman, un tomo de 1.136 páginas con los 389 poemas escritos por el bardo americano y traslados a lengua española por el ecuatoriano Francisco Alexander (1910-1988). Es la única versión completa en nuestra lengua y es esta la segunda vez que se la edita; la primera se lo hizo en 1953 — se la reimprimió en 1956—, en los talleres de la Casa de la Cultura Ecuatoriana de Quito.

No tengo a mano el tomo de Visor, pero por lo que De Villena destaca, la edición está bien documentada, trae un estudio introductorio, una bibliografía actualizada y reproduce el prólogo que el quiteño escribiera para la versión principe. Tengo a mano la selección de poemas de Whitman traducidos por Jorge Luis Borges -con ilustraciones de Antonio Berni; en un tramo del prólogo firmado en en 1969, anota lo siguiente “..., no me atreveré a declarar que mi traducción aventaje a las otras. No las he descuidado, por lo demás; he consultado con provecho la de Francisco Alexander (Quito, 1956) que sigue pareciéndome la mejor, aunque suele incurrir en execesos de literalidad, que podemos atribuir a la reverencia o tal vez a un abuso del diccionario inglés-español”.

Una rareza triste

Debió haber sido en el 90. El recorte de periódico me lo dio Jairo Valbuena —él lo había encontrado en la sección de clasificados de El Comercio. No hacía falta llamar por teléfono para confirmar la visita, sencillamente había que pasar por allí entre las diez y las doce del día. La dirección me quedaba cerca, a un salto de la Universidad Central de Quito, frente al Hospital del seguro social, a pocas cuadras de mi facultad.

Timbré: era el apartameto de la segunda planta. Me abrió una señora de unos cuarenta años de edad cuyos rasgos he olvidado por completo. Le mostré el recorte y me hizo pasar al vestíbulo; mientras yo buscaba en el piso un sitio para depositar mi maleta de cuadernos la señora me instruyó grosso modo sobre precios y contenidos (era yo todo ojos, apenas podía creermelo y peor imaginado al dueño de esa hermosa biblioteca con tan exasperante variedad de títulos en ingles y español sólo comparable a las numerosas parituras que asomaban por doquier): salvo los de pasta dura, los folletos, cuadrenillos y algún otro ejemplar que dejase suponer su naturaleza especiales, tenían todos el mismo precio. No recuerdo a cuantos sucres de entonces ascendía ese monto pero supongo que al equivalente actual daría como unos tres o cuatro dólares (probablemente una equivalencia más cercana sería esta: dos libros = un almuerzo); las partituras valían un poco más pero no me interesaban. Salí esa vez apenas con tres libros pues no tenía más dinero. Uno de los títulos fue “Dios trajo la sombra”, dedicado por su autor, Jorge Enrique Adoum, con admiración al maestro Francisco Alexander.

Volví dos veces más por esa vivienda. Las dos en compañía de Paco Benavides que adquirió, con gran sorpresa, entre los títulos que recuerdo, los Cantos y The imaginary letters de Pound, el Ulises de Joyce en "pastas azules", y una abultada lista de títulos en los dos idiomas. No fue grato constatar como se iba vaciando esa biblioteca.

Una velada jubilosa

Esa noche, la del 13 de octubre de 2004, eramos los únicos clientes en el Palomar del Café Gijón de Madrid. Bebíamos martinis, contando y comentando, alegres y felices puesto que estabamos de festejo: veníamos de la Casa de América donde una hora antes entregarón a Edwin Madrid el Premio de esa institución por su libro Mordiendo el frío. Ana María Rodríguez, la presidenta del premio, Luis García Montero, jurado, Jesus García —o Chus Visor, que es como se lo conoce—, el editor, Almudena Grandes, Aleyda Quevedo, Edwin Madrid y yo (que fui quien tomó la foto).

Habría sido difícil no detenernos a conversar esa noche sobre Francisco Alexander. Chus Visor era todo oídos y todo preguntas mientras nuestras elucubraciones remontaban hipótesis sobre el traductor y sus versiones españolas de autores de lengua inglesa, o de literaruras remotas que desenvocaron en el inglés y luego Alexander, por mero gusto, transportara al español. Es el caso de Tu bata flotante de seda roja y oro (50 poemas asiáticos de amor) que Edwin recuperara en 2002 en Ediciones de la Línea Imaginaria.

Pero el tema central de esa noche fue Hojas de Hierba. Sobre la mesa reposaba en ese momento un ejemplar publicado en 1953 que los amigos españoles jamás habían visto y empezaron a admirar de inmediato. Me alegra mucho enterarme que en esa noche de octubre, en la que comentamos con énfasis sobre el extraño destino que corren algunos libros, haya quiza provocado el renacimiento de ese que Alexander elaborara con amor y paciencia a lo largo de muchos años y al que hasta ahora han tenido acceso sólo unos pocos lectores.

25.10.06

Javier Vásconez on line

Doy por sentado que los lectores que leyeron el post anterior se habran tomado su tiempo para volver a los libros de Javier Vásconez o, de no haberlos conocido antes, haberse hecho al menos con uno de sus títulos y puesto en contacto con su escritura y los mundos por los que se mueven los personajes del narrador quiteño.

Si este no ha sido el caso, sé que entre tanto —estoy seguro de ello— habrán visitado la página del autor y repasado la rica información que ella brinda acerca de su vida y su obra.

En el transcurso de este “cruce de preguntas y respuestas escritas” que iniciamos ahora —y durará una semana— iremos abordando los aspectos varios que caracterizan su obra (concentrada en cinco tomos de cuentos y tres novelas en las que, para nombrar al paso uno de sus aspectos, Quito es el escenario por exelencia en el que sus personajes —como el médico checo Josef Kronz de El viajero de Praga— pasean sus vidas, ensimismadas, ricas en subjetividad, sitiadas por ausencias de naturaleza varia —de lugar, tiempo, o un algo imaginario que no se alcanza a distinguir); desde luego que también nos intersa acercarnos a las consideraciones del autor sobre el arte de narrar, así como su singular lectura de otras literaturas y personajes literarios y, como no, de su labor como editor de las obras completas de varios poetas y narradores clásicos ecuatorianos.

Para información de nuestros lectores: el cruce de preguntas, respuestas y anotaciones lo llevamos a cabo en la sección de comentarios.
¡Vamos entonces a a leer los comments!

P.S. 1.

Dos sugerencias de lectura:
Texto de Christopher Domínguez Michel, en la presentación de "Invitados de honor".

Texto de Eduardo Becerra sobre "El retorno de las moscas".



20.10.06

Mesa virtual con Javier Vásconez

Estimados amigos,

Tengo que comunicarles dos noticias:
Una es buena; la otra, buenísima.

La primera: desde el miércoles próximo vamos a cometer en esta ventana un experimento comunicativo cuyos resultados dependerán en gran medida del interés que ustedes muestren por participar en él.

La segunda: este experimento vamos a llevarlo a cabo en compañía de Javier Vásconez, el narrador ecuatoriano al que nos hemos referido ya en veces anteriores.

Les cuento. Desde el miércoles 25 de octubre al miércoles 1 de noviembre, Javier Vásconez, desde Quito, y quien esto escribe, en Zurich, mantendran intermitente una “charla escrita” que ganará mucho en interés si también toman ustedes parte en ella.

Durante esos días nuestro invitado de honor revisará cada mañana, de nueve a diez -en hora ecuatoriana-, el buzón de comentarios de esta página para responder a las preguntas que ustedes, nuestros contertulios virtuales, formulen allí desde el continente y país en el que se encuentren.

Javier Vásconez es quizá el narrador ecuatoriano vivo más destacado dentro y fuera del Ecuador. Su obra literaria está compuesta hasta la fecha de cinco libros de relatos y tres novelas —publicadas las tres por Alfaguara y dos de ellas también en Punto de lectura, las ediciones de bolsillo). Ciudad lejana, su primer libro, un tomo de relatos, se publicó en 1982. El retorno de las moscas, novela, es su libro último, publicado a inicios de 2006.

Para quienes no hayan tenido hasta ahora noticias de Javier Vásconez, dispongo a continuación algunos links con información y comentarios sobre el narrador quiteño.

Un extraño en el puerto, cuento
El Baúl de Lowell, publicado en Letras Libres

La sombra del apostador, comentada por Adolfo Castañón (Letras libres)
El viajero de Quito, cometario de Rafael Conte sobre JV en el País de España

11.10.06

Nuestro hombre en El País

No somos pocos los lectores latinoamericanos que visitamos asiduamente las páginas impresas o virtuales del diario El País de España. Soy uno de sus agradecidos lectores desde hace más de una década (desde antes que las revoluciones propiciadas por la internet cambiaran su aspecto —y el de los medios impresos en general—, sus estructurarse financieras y, bueno, nos lo volvieran asequible para casi todo el mundo, desde cualquier parte del mundo).

Ha cambiado mucho el periódico en la última década. Por ejemplo, desde hace más o menos un lustro no es más "el periódico en sí" que era, ese medio "entero" que nació como tal el 4 de mayo de 1976, impulsado por el afan democrático de un grupo de jóvenes talentosos que no podían imaginar una España deseosa de ponerse a punto con el ritmo de Occidente sin un diario que la confrontará con su realidad de entonces, de sociedad en transición política, de país europeo fuera de la Comunidad Económica Europea.

Empresarialmente, El País no es no es más ese periódico solo de sus inicios; en la actualidad es parte del Grupo Prisa, nombre de una estructura empresarial transnacional que junta a un conglomerado de firmas cuyas actividades se centran en los medios de comunicación y la industria editorial en lengua hispana (y por las acciones que posee de Le Monde, vale decir, también francesa).

Periodísticamente, a pesar de las relaciones endogámicas propiciadas por las fusiones empresariales —recuerdo que en sus mismas páginas, elocuentemente, lo denunciara en su momento Juan Goytisolo— el periódico ha sabido mantener las bases que hicieron de él lo que sigue siendo en la actualidad, el diario más internacional de España, y para Latinoamérica, un punto de vista referencial cuando se trata de mirar con distancia objetiva las realidades políticas, económicas y sociales de los distintos países del continente.

Por el afan informativo, esclarecedor e internacionalista que propicia el diario, no es raro que estemos acostumbrados a leer en sus páginas noticias, crónicas, opiniones o reportajes sobre Latinoamérica o cualquier parte del mundo redactadas, así mismo, por escritores, profesores y periodistas latinoamericanos (son estos en verdad un nutrido grupo). Leo a todos con gusto pero suelo fijarme con interés en los que vienen de mi país, el Ecuador.

Puede que hierre, sin embargo, no será con desproporción si afirmo que los dedos de una mano bastarían para contar a las personas ecuatorianas que escriben en sus páginas.

Bueno, la edición de este día de El País nos trae un artículo de tribuna firmado por Jorge Benavides Solís, arquitecto ecuatoriano, colaborador regular de este diario en su versión internacional o, como es el caso en este día, comunitaria (Andalucía).

A varias personas interesará este artículo sobre protección de centros históricos. Para los ecuatorianos, para los quiteños en especial, es este tema de mucho interés. La ciudad como materia de reflexión es una constante en la producción intelectual de Jorge Benavides Solís; y desde luego, en ella Quito, con su centro histórico, el más grande de Sudamérica —declarado por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad (1978)—, ocupa un lugar especial. Como también lo es Sevilla, la ciudad en lá que reside, y de la que ha escrito una historia de ella.

Buscando datos en la red sobre JBS acabo de descubrir su página electrónica; no está terminada pero podemos leer en ella varios de sus trabajos.

3.10.06

Los libros de Francfort y Kunkel

1 La feria

Empieza este día la Frankfurter Buchmesse, la feria que más atención despierta en el mundo (al menos de esa parte del mundo que rinde culto a los libros y no sólo al Libro). Esta celebración anual tiene en esta versión a la India como país invitado de honor, cuyas diferentes literaturas, tejidas en por lo menos 22 lenguas, seran el centro alrededor del cual se desarrollaran en estos días una parte significativa de los eventos programados. En buena hora por los lectores del mundo, pues de seguro que algunos de sus tantos autores se veran luego de esta cita traducidos a lenguas en las que, hasta hace poco a lo mejor no se tenía notica alguna de ellos.

En el entorno en el que vivo, el rumor de la feria empezó a sentirse ya a finales de septiembre; periódicos, suplementos y semanarios empezarón a recordarnos la importancia de este acontecimiento y, como no, a sugerirnos y descubrirnos los nombres de quienes se hablará en estos días de letras, o para ser más exactos, de letras de cambio.

Así lo ha hecho también el semanario alemán Der Spiegel, que en su edición de ayer 2 de octubre, trae un recuento de la agenda a desplegarse en la feria, de la India y sus autores (una entrevista a Kiran Nagarkar) y, de manera especial, su redacción de cultura presenta a los lectores una lista de quince títulos que, según sus códigos de valoración, serían los más importantes de este otoño en esta plataforma del libro que descubre y catapulta nombres, expande títulos por las lenguas del mundo y matiene viva la llama de una tradición erigida a su alrededor.

Para hacernos una idea de ese panorama cuya visión del mundo en los tiempos que corren, son o seran compartidos por un público lector nutrido, distribuido en múltiples lenguas, copio a continuación sus nombres. Todos —salvo uno alemán— son más o menos conocidos en nuestra lengua:

Christoph Ransmayr, Walter Kempowski, Wiglaf Droste/ Nikolaus Heidelbach/ Vincent Klink, David Foenkinos, Benjamin Kunkel, T.C. Boyle, Shobhaa De, Tahar Ben Jelloun, Rick Moody, Robert Harris, Joan Didion, Ali Smith, John Banville, Elisabeth Noelle-Neumann, Ernst Pöppel.

(La lista de nombres viene acompañada en el semanario a las versiones alemanas de los libros últimos que estos autores presentan en Frankfurt. Algunos de ellos aparecieron en su lengua original, o en otras, ya en 2005 o a inicios de este año. Una constatación: este catálogo está compuesta por cuator autores de lengua alemana, dos de francesa y los nueve restantes de inglesa)

2 Un nombre

No habría podido perderme de sus señas de ninguna manera. Desde hace un par de semanas es difícil no leer comentarios en medios escritos diversos que hablen de él, Benjamin Kunkel, y de su opera prima “Indecisión”, a propósito de la presentación en estos días de las versiones alemana y francesa. Aparecida en los USA en 2005, esta novela constituyó en su medio la sorpresa del año —y no sólo por las ventas realizadas. Calificada por el New York Times como uno de los libros más notables de esa temporada, empezó en poco a ser considerada obra de culto por unos cuantos miles de lectores, mayoritariamente jóvenes newyorkinos, que identifican en sus páginas la voz de una generación que finalmente ha logrado ser interpretada. No parece ser este un fenómeno solamente americano; por lo que he podido leer, la obra ha empezado a despertar similar admiración entre los lectores de estos lares. No sé si esta vez también se reproduce un fénomeno vivido hace poco por sus colegas Jonathan Franzen, Jonathan Safran Foer y Dave Eggers, celebrados en su país con unanimidad, y con unanimidad confirmados en otras tradiciones.

Indecisión, aborda la vida de Dwight Wilmerding, un tipo inteligente y desilucionado de 28 años que va por los días dando tumbos, entre un empleo interesante en una firma farmacéutica, antiguos compañeros de universidad y la realidad que suponemos actual, trenzada por mails, desplazamientos mentales, cinismo moderado, vacíos emocionales y altos rendimientos de trabajo sofisticado. Wilmerling padece de una indecisión crónica que sus compañeros de vivienda suguieren tratar con medicamentos (abulinix). Entre tanto inicia a pensar en en voz alta continuamente, como para tratarse a sí mismo. Es en esta colección de pensamientos sonoros estratéjicamente estructurados donde brilla el lenguaje y la visión que nos propone el novelista. Dos son los referentes geográficos por los que se desliza esta trama: Manhatan y la selva ecuatoriana (hay sin embargo un vistazo breve de Quito).

Kunkel leyó en Zürich el pasado lunes 25 de setiembre. Como anunciaron los periodistas que lo habían entrevistado antes de su lectura, es él un tipo de lo más natural, en la palabra, el trato y el vestido —acá en todo caso no iba disfrazado de naturalidad—. Buen conversador, de respuestas paradógicas y rápidas. Me dio gusto saludarlo y decirle que vengo de la tierra por la que su personaje pasea “su desubicación”. Me dio gusto así mismo, a propósito de su interesantísimo ensayo “Ojos bien abiertos” — un texto sobre el terrorismo en las artes hasta antes del 11 de septiembre de 2001 — acercarle una cita de Stockhausen que desconocía sobre el atentado de las torres gemelas: la mayor obra de arte de Lucifer, el ángel caído que encarna la destrucción.

Algo más: Benjamin Kunkel (1974) es el editor de la revista de crítica y cultura n+1, una revista semestral con un tiraje de cinco mil ejemplares, referencial en la escena intelectual de la costa este, en la que aparecen con regularidad sus ensayos. Kunkel publica regularmente en el New York Times, Dissent, The Nation, The New Yorker Review of Books y el The New Yorker.

P.S.
Una entrevista a Paul Virilio a propósito del atentado contra las torres que podría leerse como un contrapunto complementario al ensayo de Kunkel.



17.9.06

Palacio, Icaza, Vattimo, Baudrillard,...

Semana atareada e interesantísima la que vivirá Quito en estos días. Bajo su cielo se llevaran a cabo dos congresos internacionales, uno de literatura, otro de filosofía —o de pensamiento contemporaneo que es como a pesar de la redundancia se nombra mejor a esa disciplina que trabaja con la reflexión sobre las cosas visibles e invisibles que nos rodean.

Los dos eventos se llevaran a cabo en las instalaciones de la Universidad Andina Simón Bolivar.

El congreso de literatura tiene como centro las obras y personalidades de Jorge Icaza y Pablo Palacio, dos escritores ecuatorianos nacidos hace cien años cuyos trabajos, si bien gozan de momento de un reconocimiento académico referencial fuera de sus fronteras, en términos generales son apenas conocidos por los lectores interesados en la escritura latinoamericana.

No fue siempre así esa relación con la literatura ecuatoriana; al menos no con la obra de Jorge Icaza (1906-1978) que en sus mejores momentos, cuando el Indigenismo estaba en alza y el Boon Latinoamericano tejía sus escarpines tras el mostrador, llegó a ser traducida a más de una decena de lenguas (sobre todo Huasipungo, 1934, la novela que es sinónimo de Icaza, o de novela ecuatoriana, fuera de sus fronteras).

Pablo Palacio (1906-1947), su contemporáneo y artísticamente antípoda, no gozó jamás de un reconocimiento parecido al de Icaza. Como con la obra de Kafka, la de este ecuatoriano se despliega en un territorio subjetivo y se mueve según esas exigencias, a paso lento, “pastando abismos” en una noche cualquiera de una ciudad cualquiera del globo. Es su obra la que mejor ha entablado comunicación con los lectores desde hace ya algunas décadas. Esta no es voluminosa y ha sido reeditada varias veces en los últimos años. De lo que tengo entendido, hasta el momento existen dos ediciones de sus obras bastante esclarecedoras: la una, preparada por María del Carmen Fernández —que reedita con regularidad Libresa; la otra, aparecida hace un par de años en España en la colección Archivos de la Unesco, bajo el cuidado de Wilfrido Corral — Vila-Matas, el novelista barcelonés comentó en su día esta edición, agradecido por haber dado con ese “personaje escritor” llamado Palacio, tan en la línea de los de su catálogo marca Bartleby, como el mismo Kafka o Robert Walser.

Pero el tema que despierta la preocupación por la obra de estos escritores, siendo tan rico, deberá aplacar su interés para dar paso a los temas que se hablaran en el simposio de Desarrollo e interculturalidad.

Ha sido habitual desde hace varios lustros que los hacedores de pensamiento, en sus recorridos por Latinoamérica, apenas se dieran la oportunidad —o no se les ofreciese— para detenerse en el país andino. Mucho nos alegra que un grupo de pensadores, entre los que se encuentran Gianni Vattimo y Jean Baudrillard, lleguen a suelo quiteño, respiren su aire, observen, conversen y, como cuando pasó por allí Henry Michaux, se asombren de ver nubes “como perros falderos” de las montañas.

Por sí interesa a alguien materiales de estos pensadores, dispongo unos links con materiales de lectura

Gianni Vattimo:
La voluntad de poder como arte
Arte e identidad: sobre la actualidad de la estética de Nietzsche
La huella de la huella

De Jean Baudrillard:
Simulacro y simulaciones
La ilusión y la desilución estéticas
Duelo


P.S.
Entrevista de Hoy a Gianni Vattimo

10.9.06

El peso del mundo 2

Septiembre 11

No sé exactamente a cuantas ascienden hasta esta fecha el número de víctimas provocado por los ataques de Al Kaeda a los USA el 11 septiembre de 2001. No son sólo las que estuvieron en los aviones estrellados contra las torres gemelas y el pentágono, ni las personas que se hallaban en ese momento en el interior de esos edificios, ni las que minutos después fueron fulminadas cuando las torres se vinieron al suelo y el infierno tomó forma. Todos nos conmovimos, también ahora, porque la muerte se dejó ver entonces con un aspecto que lo suponíanos ya desaparecido: ese de frío cálculo, ese que hace suponer detrás a un pensamiento que discierne, planifica, decide y ejecuta, al más claro estilo de un manager de transnacional, ni más ni menos. No fue el fatum el que provocó ello. No ha sido el fatum tampoco el que planificó la respuesta a ese ataque —el que seleccionó y fijó los objetivos que deberían ser destruidos cuanto antes, para aplacar al enemigo, para desagraviar ese ataque primero.

Se empezó por las montañas de Afganistán, luego algunos de sus poblados, algunos poblados del mundo por los que circulaban fanáticos asociados —digo, congéneres, seres humanos con planes monstruosos, combustionados por un odio compartido, una fé extrema en su visión del mundo, y una necesidad de resarcirse, al costo que sea, de los ultrajes recibidos o imaginados, de las injusticias sufridas en carne propia o para el caso ajena.

Los fanáticos fueron un gran pretexto para arremeter en nombre de la sociedad libre contra otra sociedad que vivía de otra manera. En nombre de la libertad se amplió el campo de batalla y se inició una guerra contra Iraq cuyos motivos, según los reportes publicados por el congreso de los USA la semana pasada, fueron inventados. La guerra no ha terminado — comenzó en marzo de 2003. No terminó en el plazo que se supuso sería suficiente (tres meses al inicio); y a la fecha nadie sabe cuando hallará término. Solo una cosa la sabe todo el mundo (si ese mundo no está ya inmunizado a este tipo de noticias): en ese territorio en conflicto pierden sus vidas cada día alrededor de cien personas; ese país es un polvorín cuyo control es de momento improbable. Huelga decir que quienes allí mueren, son por lo general personas que nada tuvieron que ver con las razones que impulsaron el ataque de Al Qaeda a los USA ni el de los USA a Iraq.

Desde la semana pasada, los diarios, revistas y más medios de todo el mundo nos recuerdan ese día —desde puntos de vista imaginables y no, con deslumbrante material fotográfico y sesudos análisis alimentados por informaciones o circunstancias antes no conocidas se nos confronta con ese día y, nosotros, con una altiva ración de dolor, y seguros de que ese hecho no ha sido neutralizado en nuestra conciencia, regresamos con nuestros pensamientos a ese episodio trágico de la vida. No sé como regresaremos a él en 17 años.



Noviembre 6 y 7

Es una fecha dolorosa en la historia colombiana, pero también es un performance, una puesta en escena de sillas que se dejaron caer y colgar de los muros del Palacio de Justicia de Bogotá, Colombia, el 6 y 7 de noviembre de 2002. Su autora es Doris Salcedo, nacida en esa ciudad en 1958.

El evento inició a las 11.25 de la mañana del día 6 de noviembre. Una silla empieza a deslizarse por el muro lentamente. Los doce metros de cuerda que la sostienen demoran media hora en desenrrollarse.

A las 11.25 del 6 de noviembre de 1985, 17 años atrás, moría en ese mismo edificio, un guardia, el primero, que un comando del grupo gerrillero M-19 derribó a tiros al irrumpir con un camión en esas instalaciones. Ese día, y el siguiente de 1985, morirían muchas personas en ese edificio. Ese 6 y 7 de noviembre de 1985, Colombia se quedó practicamente sin justicia.

El tempo de la obra lo marca la reconstrucción que la autora hizo del tiempo real de la batalla entablada entre el ejercito y los guerrilleros. La guerra en pleno centro de la ciudad de Bogotá duró dos días. Sobre los muros de la fachada la autora deslizó sillas elementales en los momentos que, según los datos recabados en sus investigaciones, habían muerto las personas.

Nadie supo nada de este evento artístico sino hasta ese momento. Ni la prensa ni persona alguna relacionada con los medios de comunicación fueron puestos al tanto. Simplemente, a las 11.25 de la mañana del día 6 de noviembre empezaron a caer sillas por los muros del Palacio de Justicia. En camaralenta.

"La obra era un papel en blanco, un espacio vacío sobre el cual el espectador podía recordar. La obra en sí, lo que yo presenté, no narraba nada. El público hacía la obra al contemplarla". Dice la autora al respecto.


En los dos día que duro este performance cayeron 53 sillas

, que recordaban a las 53 personas que murieron 17 años atrás: 11 jueces de la Corte Suprema, 35 guerrilleros, y 7 visitantes del edificio.

La obra de Doris Salcedo no es extensa pues avanza "lentamente", como ella lo dice. Sin embargo sus trabajos forman parte de las principales colecciones de Occidente, es conocido y reconocido por críticos y públicos de todas las tendencias.

Memorial de los que caen

He pensado este día en esta artista cuya obra deja por detrás los límites posibles con los que habitualmente tropeza el arte contemporaneo al enfrentar al público. Mirar sus sillas inválidas, alteradas, amontonadas, disfuncionales hasta la desesperación, me refieren el sitio del ser humano en la modernidad. Cuando ví por primera vez las fotografías de Noviembre 6 y 7, me deslumbró la idea. Cuando, a continuación supe la razón que movió a la artista a realizar ese performance, me ruboricé. La estética estaba allí presente todo el rato pero no para certificar belleza sino un algo más que por ahora lo dejamos allí.

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Links a la obra de Doris Salcedo :

Documenta 11

Tate Collection

8va. Bienal de Estambul (1550 sillas)

Una mirada de su obra

Una nota otra aparecida en el New York Times

El peso del mundo 1


¿reposando en una silla? ¿en un conjunto de sillas inválidas? Si

29.8.06

La carta de Günter Grass

Mucha tinta y millones de bytes han hecho correr por todo lado las declaraciones que Günter Grass hiciese en la entrevista que el Frankfurter Allgemeine publicara el pasado 12 de agosto, a propósito de unas líneas contenidas en “Bein Häuten der Zwiebel”, sus memorias y más reciente libro publicado.

Grass, a sus 78 años, premio Nobel de Literatura 1999, hasta el día 11 de agosto de 2006, goza de una estatura intelectual y moral reconocida por gran parte del pueblo alemán y los lectores de todo el mundo. No en vano: en su obra y en su vida pública viene enfrentando con tenacidad desde hace cinco décadas a ese fantasma del pasado que no pocos alemanes (y personas de otras proveniencias) han querido revestirlo de silencio y hacer como si nunca hubiese existido o, en el mejor de los casos, confundirlo con el de la ópera, es decir, un personaje de la irrealidad. ¿Cómo es que, antes de la guerra, el Nacional Socialismo, impulsado por un loco criminal inconmensurable cautiva la atención del entonces pueblo más culto de Occidente y le abre el paso hacia el poder no sólo con facilidad sino, por lo que la historia va legando, con beneplácito? ¿Cómo es que esa gente de clase media, emprendedora, culta y de buena voluntad, se deja encandilar por una escuadra de fanáticos pensantes y les permite diseñar y ejecutar una catástrofe cuyas consecuencias no acaban de terminar? La obra de Grass aborda estos interrogantes; la voz con la que se abre paso, tanto en su prosa como en la discusión política, es una en las que se apoyara el pueblo alemán de la posguerra para nombrarse a sí mismo, para identificarse en ese tiempo destruido del que debió nuevamente levantarse con dignidad y no con la pretendida amnesia que para otros tantos —para el mismo poder— habría sido el camino a seguir; voz-espejo ésta que permitió a su sociedad mirarse, mirar alrededor y emprender el camino que debía. A cuestas con el peso incómodo de la memoria ciertamente, sin embargo, privilegiando insistentemente la dignidad humana, sin omitir el dolor propio y ajeno.

Transcurrido más de medio siglo, nuestro autor viene y nos comenta en una entrevista un fracmento de su juventud desconocido hasta ahora por sus lectores (pero no por el gobierno de los USA que lo sabía desde el 24 de abril de 1946), haber ingresado en las Waffen-SS cuando tenía 16 años y once meses y haber permanecido en ellas por siete meses.

Desde el 12 de agosto de 2006 la estatura moral e intelectual de Günter Grass está en entredicho. No para todo el mundo ciertamente, en cuya parte me sumo; si entre aquellos que discrepan de su visión política y no comparten en nada sus actitudes. Me atrevo a suponer que entre sus lectores, esta vuelta de tuerca en la memoria alemana que ha hecho brincar las alarmas en periódicos y revistas de todo el mundo, terminará multiplicándo el respeto a la personalidad y la obra de Grass que de momento parecería disminuido.

El pasado 23, el mismo Frankfurter Allgemeine traía entre sus páginas la carta que el autor alemán escribiera a Pawel Adamowicz, alcalde de Danzig, su ciudad natal, dándole su punto de vista sobre esta situación. Días antes, varios comunicados anunciaron que la ciudad iba a retirarle al autor su “ciudadanía de honor”. No se hizo tal cosa finalmente. Por otra parte, Lech Walesa, que al inicio se pronunció también en contra del autor, luego de leer la carta dirigida al alcalde de Danzig, retiró sus palabras y se sumó a la lista de los que lo defienden.


Puesto que he visto en varios periódicos y blogs alusiones a los contenidos de esta carta, cuya versión en español no la he encontrado hasta ahora, me permito alcanzarles una traducción provisional. Las personas que dominan la lengua alemana pueden darme una mano con las posibles imprecisiones que se puedan encontrar en mi versión (la carta original la coloco en la sección de comentarios).

Termino esta introducción con la visión que da de este asunto el profesor suizo Peter von Matt, reconocido germanista al que ya nos hemos referido antes en más de una ocasión.


Julian Schütt periodista del semanario Weltwoche, entre otras cosas, le pregunta los iguiente:

¿Qué es para usted escandaloso: la filiación a las Waffen-SS, la confesión tardía de esa filiación o el hecho de que Grass utilice a una de las organizaciones más criminales en la historia de la humanidad como instrumento publicitario de su Autobiografía?


Eso de instrumento publicitario no lo creo, porque él no lo necesita. Ese reproche es mezquino. La filiación de un muchachito en esa tropa, no era escandaloso en el contexto de aquellos años. La contrariedad fue el silencio. Eso era una mentira habitual. Ninguna mentira a si mismo. Nadie está obligado a mostrar en el noticiero el esqueleto que guarda en el armario. Salvo cuando justamente él mismo se convierte en moralista.
....
¿Afecta la memoria culposa de Grass a su obra literaria y su rol como instancia moral en la posguerra o es que su gloria como Premio Nobel es tan grande que le permitirá salir de este afaire de manera intacta?

Con lo de la instancia moral se aguó la fiesta. El tambor de hojalata (1959), sin embargo permanece como una soberbia novela. Ella ventiló la literatura alemana —atrevida, poética, emocionante, empeñada en el placer, yerma y humana. En todo caso se tendrá que leer de nuevo su obra temprana.
El gato y el ratón (1961), por ejemplo, se deja leer ahora de una manera emocionante. En verdad allí ya está todo. Sólo que entonces no se vió: trauma, estigma, autoacusación, autocastigo,... incluso aparece la chaqueta negra del uniforme (que es la que utilizaban los soldados de las Waffen-SS). Todo está cifrado, está desplazado como en un sueño. Pero está ahí. Me podría imaginar que ya entonces Grass aguardaba el debate que ha llegado solamente ahora.

Una última cosa que tiene que ver con la editorial en la que Grass publica sus libros: está no es una de las típicas contemporaneas que decide su política d edición en función del mercado y no de la calidad de los textos de sus autores. Recuerdo haber leído hace tiempo las razones por las que Grass abandonó hacia 1993 su editorial de entonces y se fue a una completamente desconocida cuyo editor, como en los viejos tiempos, se encarga de realizar en estos tiempos todo el trabajo.

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CARTA DE GÜNTER GRASS


Muy estimado señor Adamowiccz,

le agradezco mucho por su carta y la confianza que usted también me muestra ante la situación actual. Antes de que mi último libro “Beim Häuten der Zwiebel” (Pelando la cebolla), pudiera ser de dominio público, la noticia sobre algo ciertamente importante, pero para el contenido del libro, no el episodio dominante en el transcurso de mis años juveniles, ha desatado una controversia que, entre otros, en los vecinos de Danzig provoca inseguridad y a la vez, para mi, ha adquirido existencialmente proporciones amenazantes.

En mi libro, que abarca el rumbo de mi vida desde los doce años, hacia 1939, narrada descriptivamente, doy cuenta cómo en mi joven ofuscación, con casi quince años, quise enrolarme en la U-Boot-Waffe (los submarinos de guerra) pero no fui admitido. En su lugar, en septiembre de 1944, bordeando los17, fui enrolado sin mi intervención en las Waffen-SS. Esto le sucedió en aquel tiempo a no pocos de mi generación. A las dos semanas de acción militar, desde el inicio hasta aproximadamente finales de abril de 1945, sobreviví de casualidad.

En los años y décadas posteriores a la guerra, cuando me fueron revelados en sus espantosas proporciones los crimenes cometidos por las Waffen-SS, por vergüenza conservé para mi, pero no eliminé, ese corto pero pesado episodio de mis años juveniles. Solamente ahora, en esta edad, he encontrado la forma de dar cuenta de ello en un contexto más amplio. Este silencio puede ser valorado como un error —que es lo que está sucediendo— y ser juzgado. También debo aceptar que a causa de mi comportamiento mi distinción como ciudadano de honor está puesta en entredicho por muchos de los ciudadadnos de Danzig. No me corresponde a mi en esta situación llamar la atención sobre todo ello que conforma la obra de mi vida en cinco décadas, como escritor y ciudadano comprometido de la República Federal de Alemania; sin embargo quiero hacer válido para mí, haber comprendido las duras lecciones que me fueron dadas en mis años juveniles: mis libros y mi actividad política dan cuenta de ello.

Siento mucho haber impuesto a usted y a los ciudadanos de Danzig, ciudad con la que por ser su hijo me siento profundamente unido, el peso de una decisión que ciertamente sería más fácil de determinar si mi libro estuviese disponible en la versión polaca.

Para finalizar mi carta quiero dar las gracias a los vecinos de la ciudad suya y mía que en adelante me regalan su confianza. En una época temprana, hacia inicios de los cincuentas, debí comprender que la pérdida definitiva de mi ciudad natal, Danzig, fue por culpa alemana; añado, que esta dolorosa comprensión la he representado también públicamente y no por última vez en diciembre de 1970, cuando acompañé a Varsovia al entonces canciller alemán Willy Brand.

Desde entonces, gracias a la historia de posguerra de la ciudad de Danzig, esta pérdida ha sido más que mitigada pues, de su ciudad y la mía es de donde provienen las iniciativas políticas orientadoras, que en forma de movimientos obreros combativos unidos bajo el nombre de Solidaridad (Soloidarnosc) y Lech Walesa, entraron finalmente en la historia. Este proceso toma forma en mis libros de manera narrativa; y en mis textos políticos he valorado y señalado como ejemplar “la mesa redonda”, ese método de negociación que anula la violencia y se ejerció primeramente en Danzig. Tengo muchos motivos para estar orgulloso de mi antigua ciudad natal, de ella proviene una mentalidad que tuvo influencia en toda Europa, cuando se trató de poner término sin violencia al dominio dictatorial; así también en el caso del Muro de Berlín, contribuyendo a su derribo y abriendo las posibilidades para una verdadera democracia. Todo esto me infundió ánimo para insistir en las conversaciones reiteradamente interrumpidas entre Polonia y Alemania, Alemania y Polonia, una historia muy dolorosa de la que todos nosotros sacamos una enseñanza que permite el mutuo entendimiento.

Cordiales saludos

Günter Grass

P.S. del 10 de setiembre: encuentro en la prensa de este día una entrevista de Grass concedida a El País. Es un recuento de lo que se ha escrito sobre sus declaraciones que, sin embargo, no está nada mal leerla (aquí).

26.8.06

Estuario Guayaquil

A quienes nos interesa la escritura de Leonardo Valencia, en sus diferentes formas expresivas —narrativa, ensayística, periodística—, y también las lecturas que ella provocan en lectores de otras tradiciones, interesará el texto que viene este día en Babelia, a propósito de su novela última El libro flotante de Caytran Dölphin. Copio el texto a continuación y, para quienes lo deseen, dispongo el link respectivo.



Estuario Guayaquil

J. ERNESTO AYALA-DIP
BABELIA - 26-08-2006

El autor ecuatoriano Leonardo Valencia, afincado en Barcelona desde hace unos años, nos recuerda en su nueva novela, El libro flotante de Caytran Dölphin, una tendencia literaria europea de primera mitad del siglo veinte que entronca con Rainer Maria Rilke, Valéry Larbaud, Blaise Cendrars, entre otros. Una literatura de énfasis cosmopolita, de metaforización de la crisis de conciencia de las primeras décadas del siglo, de sutil itinerario de búsquedas estéticas. No es gratuito que en este libro un personaje secundario se llame Barnabooth, en clara alusión a la autobiografía novelada de Larbaud. Si los lectores han leído la novela anterior de Valencia, El desterrado (Debate, 2000, que por cierto lleva el mismo título que uno de los poemas más hermosos de Jorge Luis Borges), verán respecto a la que ahora reseñamos un propósito más experimental, sin que por ello se difumine la naturaleza esencial de la narrativa que lleva a cabo el escritor ecuatoriano. De manera más lineal, en aquélla se narraba la historia de tres generaciones de una familia: los Dalbona. Y su contexto histórico se movía alrededor del nacimiento del fascismo, focalizado en Roma. En la novela que ahora nos ocupa, Valencia vuelve a la anatomía de una familia, remarcando su carácter de desarraigo social y cultural, sólo que en esta larga historia se impone la proliferación de señas literarias, homenajes, alusiones y una extensa reflexión sobre el poder vivificante de los libros como búsqueda de nuestro ser.
El libro flotante de Caytran Dölphin es la historia de Iván Romano, el hijo de una familia judía italiana que emigra a Ecuador, exactamente a la ciudad de Guayaquil. Las múltiples referencias al agua hubieran hecho las delicias hermenéuticas de Gaston Bachelard. El relato en primera persona se concentra en la vida de los hermanos Fabbre: Ignacio y Guillermo, el que se hace llamar Caytran y el autor de un libro, Estuario, del cual Romano intenta deshacerse. Valencia no elude el juego autorial. Él mismo se introduce, como un ardid barroco, en la escena novelística. Y él mismo disimula, tras la autoría de Caytran, sus propios aforismos. Valencia alterna el relato lineal con la tradición literaria del fragmento. Para terminar, no quiero dejar pasar otra alusión que Leonardo Valencia nos ofrece, como de pasada, pero que creo que gravita sobre su magnífica novela. Me refiero a las referencias al poeta francés Edmond Jabès. Valencia toma prestado de Jabès su vocación especulativa en torno a las palabras y, no con menor intensidad, en torno al silencio.

22.8.06

De vuelta

Una sentida disculpa a las personas que han pasado por esta ventana las semanas últimas y comprobado el olvido en el que ésta se encontraba y, claro, la forma nada gentil de su responsable de cerrar el quiosco y marcharse sin colgar antés en la vidriera alguna razón que explicase su ausencia (que fueron de trabajo, visitas, estudios y, finalmente, unas merecidas vacaciones). Espero en lo suscesivo proseguir esta conversación de manera más activa. Si los tiempos no me traen azares incómodos, dispondré en estos días de más tiempo para leer y conversar.

Tiento este reinicio con un tema que, intensificado en las semanas últimas, pero sin solución desde 1948, no deja de parir y esparcir a raudales dolor y muerte: el problema árabe-israelí que, como todos saben, tiene de momento como foco principal, el territorio sur del Libano.

He seguido el desarrollo de esta guerra última a través de diarios y revistas diversos. Como casi todos (al menos losl de mis alrededores), he visto con no poca indignación el desafortunado papel jugado por la política europea a la hora de utilizar su poder de influencia para frenar esta desproporcionada guerra y forzar a sus actores al diálogo que hace falta. Ciertamente que es aquí donde las cosas se complican, sin embargo, no hay ni habrá manera otra alguna para plantar allí o donde sea esa delicada planta llamada paz. El jardín del método violento es sólo de flores de plástico.

Es este tema territorio minado en el que, por las demasiadas pruebas puestas sobre el tapete, al parecer, a la Razón, y de parte y parte, se le presta apenas atención. Aquí se apuesta por la fuerza, por la capacidad que esta tiene para desaparecer, o por lo menos, someter al rival a sus razones. Los caminos interpretativos que se hacen, y pueden hacerse, de su utilización se bifurcan a partir de este punto. Ningún alma de buena voluntad que quiera introducirse en esos meandros de dolor para entenderlos en perspectiva humanista, aspirando a una neutralidad necesaria, y se atreva luego a dar su versión, saldrá jamás bien parado. Muchas pruebas de esto nos las alcazó en vida Edward Said (1935-2003), el palestino de la Universidad de Columbia en New York, quien, por su manera de alumbrar estos problemas, nunca dejó de ser objeto de feroces críticas tanto de palestinos como israelíes. Le ha sucedido algo parecido a nuestro estimado novelista Vargas Llosa, quien, en un artículo publicado en El País justamente dos días antes del ataque israelí a Libano, a propósito de palabras suyas bien plantadas sobre este asunto, le llovieron luego las críticas, como él nos cuenta, en la prensa israelí y cartas de lectores allí publicadas en las que le tildaron incluso de “comunista”.

Recuerdo haber leído hace cosa de uno o dos años un artículo de Timothy Garton Ash en el que el historiador inglés, a partir del estado de cosas de ese momento, aventuraba un pasisaje futuro del mundo hacia el 2025 (¿o era hacia el 2050?). Muchos de los aspectos, instituciones, tradiciones, modas, geografías las suponía completamente diferentes a las de su estado y forma actuales, en algunos casos, incluso irreconocibles al cotejarlos. Sólo uno, sin embargo, permanecía invariable en ese catálogo del futuro, constante en sus contenidos y sus formas expresivas: el conflicto palestino-israelí.

Me es es muy arduo adentrame en este territorio sin dejar de sentirme limitado ante la comprensión de los elementos descisivos que allí habitan. Sé en todo caso, que lo que allí sucede lo deciden apenas un puñado de fanáticos con poder de lado y lado en cuyas visiones y representaciones del mundo nunca tiene ni tendrá cabida el otro, cualquier otro cuyas razones difieran de las suyas.

He dado todo este ruedo para conectarles a un texto que lo considero de interés. Les cuento.
El pasado 14, en un café de Gran Carajal, un hermoso y apasible pueblito en Fuerteventura (que es donde he pasado estas dos semanas últimas con mi familia), leyendo la prensa española dí con una noticia que me dejó triste: uno de los misiles disparados por Hizbolá alcanzó a un carro de combate israelí y mató en el acto a sus ocupantes. Uno de ellos era Uri Grossman, hijo de nuestro admirado novelista David Grossman, hombre de paz, defensor de lo justo, a costa de no ser muy bien visto por sus compatriotas de fé extrema y razones absolutas.

La edición de ayer de El País, en la sección de Opinión, trae un texto firmado por David Grossman cuya lectura me llegó hasta los huesos. Es una carta que el padre escribe a su hijo muerto el pasado 12. No he leído hasta ahora, entre lo mucho y valioso que se publica al respecto, algo que exprese con dolorosa claridad las coordenadas de este conflicto del que ha sido desterrada la política para que la muerte haga su verano.

16.7.06

El Sancho americano de Barrera Valverde

Las demasiadas minucias esparcidas por los días, más unos pocos compromisos que aún debo despachar, han hecho que me aleje de esta ventana en las semanas últimas. No me reincorporo del todo, pues aún debo resolver otros asuntos que jalonan mi atención hacia otros lados. Sin embargo, para no quedar tan mal con las personas que suelen darse una vuelta por esta dirección, y se enuentran con el quiosco cerrado, lanzo con estas pocas palabras mis señales de humo. Me vale a este propósito un texto aparecido en Babelia el día de ayer: un comentario que se refiere al libro de Alfonso Barrera Valverde, Sancho Panza en América o la eternidad despedazada. No lo he leído, sin embargo, por si alguien tiene interés en el libro y quiere enterarse algo de él — o sencillamente tiene curiosidad por saber cómo se recepta su contenido en otras geografías, copio el comentario a continuación y, claro, dispongo el link de donde lo he copiado.

Jirones del 'Quijote' en ultramar
JAVIER APARICIO
BABELIA - 15-07-2006

De la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno a Calvino, Auster o Barth se cuentan por docenas los autores que han destilado su narrativa en el alambique del Quijote. De un modo u otro, técnica y personajes de la obra maestra cervantina se han ido reencarnando una y otra vez en la literatura contemporánea. A esta larga lista habría ahora que añadirle la contribución del diplomático ecuatoriano Alfonso Barrera Valverde con Sancho Panza en América o la eternidad despedazada (Alfaguara Ecuador), que ha preferido alargarle la sombra a Sancho y no a su señor hidalgo. Barrera imagina las andanzas de Sancho en el Nuevo Mundo muchos años después, ante el pelotón de personajes que se le encaran por las callejuelas del casco antiguo de Quito. Sancho Panza en América no es una excusa para exhibir un dominio de la lengua áurea, ni el pretexto para una enésima reinterpretación, ni una reescritura ni un ejercicio de estilo sabiondo, ni siquiera un estallido de ingenio a propósito del Quijote, sino, como confesó en una entrevista su autor, "un ejercicio, en plan de juego, que realicé con un grupo de profesores de Literatura. Esta primera versión no pasaba de dos páginas, que ahora se han convertido en más de doscientas". El mencionado divertimento le da pie a Barrera a sumarse a los juegos cervantinos de la novela que ha inspirado su relato, la confusión libresca entre la realidad y la ficción, la travesura de travestir autores, narradores y editores de un manuscrito hallado , los anacronismos o el interés por redactar una 'Introducción' que dispone las cartas del texto sobre la mesa del lector. El autor disfruta asimismo con el ardid de sentar el Quijote a la mesa de la tradición junto a los autores contemporáneos que trae a colación, de Bryce Echenique a la Yourcenar o a Kundera, a los personajes de Rousseau y Voltaire que comparten con don Quijote veleidades viajeras, y a quienes comparten con Sancho la soledad, el analfabetismo, la inmortalidad o la cara grave de la vis cómica. Recorrerá el lector de este libro, de forma fragmentada y discontinua, como corresponde a la estructura con la que está compuesto, la historia de Ecuador desde el XVII y los modos y maneras del Siglo de Oro. Y recordará, sobre todo, que los textos nacen siempre de otros textos que los inspiran y que, para mal o para bien, como dejó dicho el maestro Ayala, en Cervantes y Quevedo, "en cierto modo, cuantos, después de Cervantes, han intentado novelas a lo largo de cuatro siglos y medio, han estado reescribiendo el Quijote". La manipulación cervantina que tenemos entre manos, Sancho Panza en América, es un juguete literario de altas miras y corto vuelo.

21.6.06

Ecuador

Se llama así el círculo perpendicular al eje de la Tierra en el cual los días tienen la misma duración que las noches durante todo el año. La palabra Ecuador proviene del latín aequus (igual) y éste del verbo aequare (igualar).
En latín, Aequator, -oris era el nombre de un aparato que se utilizaba para verificar el peso de las monedas, así como la calidad del metal de que estaban hechas.
También tomó este nombre el país del Pacífico sudamericano situado sobre esta línea, independizado de la Gran Colombia en 1830.


Esta definición, como la de otras palabras, la recibí este día en mi casilla electrónica. Si les interesa, pueden suscribirse a la palabra del día, un gratísimo servicio de la Página del idioma español

5.6.06

En Berlín con curadores

El pasado mayo, del 18 al 22, visité la capital alemana. Volví a ella a los dos años, pero esta vez con una agenda de actividades a llevar a cabo y no de grato mambo como las veces anteriores.

Perfilar una perspectiva in situ de la escena artística berlinesa fue el motivo que nos trasladó a esta ciudad a los que realizamos el posgrado de Curaduría en arte contemporaneo en la Scool of Art and Design Zürich.

Varios elementos sui generis articulan la escena berlinesa, en la que por igual y desde distintos flancos, escritores, músicos, cineastas, artistas plásticos y de toda la rama de contemporaneos, trabajan y discuten sus propuestas y las hacen públicas utilizando las más insospechadas maneras formales y alternativas. Ciudad prototipo, en verdad, un laboratorio de maquinaciones para la creación, producción, expresíon y difusión de obras de toda índole que danzan la danza de la creación y ejecución de proyectos. Habrá que añadir sin embargo una sospecha (con prejuicio, sin fundamentos): un laboratorio que quizá corre el riezgo de ser neutralizado —porque, como la luz, cuando es demasiada, no deja ver, aquí, la cantidad de artistas y creación impide que haya mentes que pueden abarcar en profundidad todo ese espectro creativo.

Nuestra visita de estudio tuvo varios capítulos.

I

En la noche del viernes 19 de mayo planeamos sobre un tema que habíamos tratado antes en clase desde distintos flancos, El arte en espacios comerciales. En el Atrium de los cines Arsenal —en Posdamerplatz, el símbolo arquitectónico de la nueva Berlín, ese hermoso y frío conjunto de cimetrías y cemento, de cristal salpicado de luces y logos de multinacionales—, Florian Zeyfang nos introdujo en las posibilidades que las actividades artísticas pueden emprender trabajando en asociación con capitales privados. No dejó de abordar los delicados límites a los que este tipo de relación puede conducir, o, en el otro sentido, la mala interpretación que a priori podría hacerse de ellos. Cómo puede imaginarse, es está una delicada sutura de intereses cuyos propósitos, no siempre apuntaran en la misma dirección. Se cerró la noche con un performance de Daria Martin trenzado por un film en 81/2, la lectura de unos textos que su abuela escribió mientras huía de los nazis, encontrados luego de su muerte, y los acordes suspensos de un acordeón: The wedding will not take place (2006, 24’).

II

A la mañana siguiente, en el Sparwasser HQ, en Berlín Mitte, un punto de encuentro de curadores y artistas que dirige una antigua profesora nuestra, Lisa Nellemann, que, por lo que he podido constatar, su presencia es vital entre artistas europeos. Allí, Alexander Koch, crítico y editor berlinés, nos hizo un detallado recuento de lo sucedido en la escena artística de la ciudad en la última década, del espacio citadino en sí luego de la caída del muro, los problemas económicos de la ciudad —literalmente en quiebra— y la parte positiva de esta sombra (es la ciudad más barata de Europa, y de Alemania, la más distendida), de las ramificaciones concebidas entre creadores y entre éstos y el mercado, de proyectos curatoriales, curadores, galeristas y galerías inventadas en este lapso, de los ciclos económicos en este mercado y de los clientes y coleccionistas de arte que en creciente número visitan esta ciudad en sus recorridos periódicos.

Este repaso fue un oportuno abrebocas a una interesantísima y extenuante jornada que, siempre bajo la guía de Alexander, nos llevaría a lo largo de ese día a visitar siete galerías cuyos modelos constitutivos, uno muy distinto de otro, nos serían expuestos y explicados por sus mismos propietarios o administradores. Al paso vale destacar, a pesar de que la idea no es nueva, esa figura organisativa creada para la creación y la venta de obras: La Galería de Productores, como es el caso de la Galerie AMERICA (a la que se le cayó del rótulo la A y la CA —quizá a propósito) creada por diez artistas, salidos todos de una misma universidad, para posicionar y vender su propia creación de forma directa, cosa que en los últimos seis años han conseguido pues gozan de momento de un nombre internacional al que con regularidad periódica asisten coleccionistas globalizados, sobre todo americanos, a hacerse de la obra que allí exponen únicamente estos diez cojurados. Amplio e interesante este tema en el que obras artísticas, posicionamiento, dinero y legitimización cruzan sus caminos. No es este el sitio para ahondar en tema tan interesante sin riezgo de perderme. Por ello, mejor me ciño a la agenda de recuento (que a estas alturas es ya de recuerdo).

III

El foco de nuestra visita a la capital alemana, tuvo lugar a la 16 horas, en la sede de la Cuarta Bienal de Arte Contemporaneo, el KW Institute for Contemporany Art, en el que Markus Müller, director de comunicación de la Bienal, nos hizo un recuento de las directrices seguidas por sus curadores en la organización del evento, las estratégias utilizadas para llegar al público y la recepción que el evento ha tenido entre la crítica y el público, provocativa esta vez por su polarización extrema: ha gustado y disgustado en partes iguales —para beneplácito de sus curadores y organizadores, digo yo, los reposados análisis de la indiferencia o el halago para referirse a este evento, han estado ausentes. Me detengo un poco en este evento.

Von Mäusen und Menschen / Of Mice and Men — De ratones y hombres, como el título de la novela que John Steinbeck publicará en 1937, es el que ha tomado esta Cuarta Bienal de Arte Contemporaneo de Berlín que cierra sus puertas este día cinco de junio.

¿Cuál ha sido esta vez el prósosito artístico de sus curadores?
Respondo con palabras del catálogo: “Mostrar la vida como una serie de traumas y al arte como un acertijo”.

¿Cuál ha sido la estrategia de la que se han valido para conseguir este propósito?
La de juntar obras de artistas que en gran parte reproducen atmósferas, o transparentan experiencias relacionadas al “miedo y (la) paranoya, la obscuridad impenetrable y un sentimiento amenazante de estar en suspenso”

Cierto, no hay que contradecir esta descripción hecha por sus tres curadores, Maurizio Cattelan, Massimiliano Gioni y Ali Subotnick que han juntado a setenta artistas hombres y mujeres y mostrado sus trabajos en doce sitios distintos ubicados todos a lo largo de una sóla calle, la Augustastrasse.

De estos doce puntos de exposición, la mayor parte podríamos considerar atípicos para exponer trabajos, instalaciones, videos, performances (¿cuáles serían los espacios títicos para mostrar obras de arte contemporaneo?). Así por ejemplo, la antigua escuela de muchachas judías, un descuidado bloque de cinco plantas en vistosas ruinas que en algunos casos, con su tremenda simbología, interfería más de la cuenta en la observación; o, a la inversa, han privilegiado de forma imponente la recepción de la algunos trabajos. O un container de lo más esencial dispuesto como un mini cine; una antigua caballeriza, una iglesia, un cementerio, un local llamado pomposamente Gagosian Gallery, Berlín, que parodia a la Gagosian de Nueva York, un símbolo comercial en el mercado del arte contemporaneo.

Estrafalario en un sentido, pero no con la lógica curatorial, ha sido la utilización de viviendas privadas —unas en la tercera o cuarta planta de antiguos edificios con apartamentos en los que la cuotidianidad ha desguido entre tanto su rumbo. Había que timbrar en el portal de la calle para acceder a estas viviendas—. ¿Pero qué se ha pretendido conseguir incorporando a los sitios de exibición estos emplazamientos no comunes? No lo sé, sin embrago puede que se haya querido reproducir la rutina de un artista en aprietos, una atmósfera de retiro, de apasible normalidad en la que se engendran proyectos artísticos “distintivos”, o transcurre la vida, en si misma distintiva, con la normalidad de un trolebus por las calles de Quito o las “aguas servidas” por las cañerías de cada ciudad. Puede que mi percepción, o mi apuro no me hayan hecho reparar en algún elemento clave posado en estos “apartamentos instalados” (no me pareció ésta una mala idea, sin embargo, allí algo no funcionó, o no fue pensado, por lo cual, como suele suceder con no pocas buenas ideas, aöl ser mal montadas, se trocan en guiño inconsecuentes, o bromas sin humor).

A Tino Sehgal no lo olvidarán con facilidad quienes vieron su performance en la Spiegelsaal, un antiguo y derruido salón de baile que deja ver aún su pasado esplendor: paredes altas semicubiertas con espejos incompletos y opacos, con flancos de colores sepias, obscuros de desidia y destiempo; en el techo, estucos con relieves resquebrajados, a su vera, casi en ángulo y lejanas al piso, unas vidrieras que dejan filtrar del exterior una tenue luz; en el medio de la sala, una pareja deja que sus cuerpos evolucionen movimientos sigilosos, calmos, que hablan con ese sitio y tensan en la memoria del espectador reminiscencias desconocidas, expandiendonos en el tiempo, involucrándonos en un tirual cuya naturaleza uno no alcanza a definir.

Podría detenerme en contemplaciones similares de obras y trabajos interesantes, desconcertantes o poco o nada cautivantes que se han mostrado en esta Bienal. Puesto que ya lo han hecho varios medios lo dejo de lado (dispongo para ello un par de links). Más interesante me resulta desempolvar un par de preguntas, rescartar otro de constatciones y, como las obras mismas que encadenadas al tiempo no dejan de interrogarlo, librar un par de hipótesis.

¿Cómo medir el éxito de un evento de esta naturaleza? Como en muchos otros, no hay manera de saberlo; o, no hay al menos parámetros fijos a partir de los cuales se pueda aplicar un juicio valorativo. Los elementos que entran en juego son varios y varían de ciudad en ciudad, como las obras que han hecho posible la atmósfera propuesta por sus curadores, lograda en este caso, gracias a los espacios dispuestos —imaginados antes, rescatados después—, en los que la interrogación que trae implicita la distinción de “ver arte”, al ser confrontada con tan fuerte simbología, se va rápidamente por los suelos.

De ratones y hombres” no me fascinó —lo cual me tranquiliza pues me dio tiempo para repasarla en calma—; me fascinaron algunos trabajos allí mostrados, otros “me dieron que pensar” o me sembraron de dudas. Pensar la disposición espacial me ha hecho sonreir con alegría: ha sido una satisfacción administrada a gotas, nacida del caminar por la Augustastrasse entre muestra y muestra pensando sin habermelo propuesto la historia de la ciudad, bordada por el esplendor y la tragedia. Caminándola, uno se da cuenta que no hay como olvidar sus demasiados pasados sin dejar de cotejarlos con sus presentes varios, sus espacios de convivencia y creación tejidos como un tapiz en el que numerosas culturas tejen la cotidianidad y perfilan el futuro.

Epílogo

No había estado las veces anteriores en dos sitios que me parecieron gratos, el uno para desayunar, el Café Nola en la Veteranenstrasse, el otro, para apurar copas de manera poco común y agradable, el Münzclub, un hermoso salón para socios hipotéticos que funciona fuera de la ley y es frecuentado por artistas y, como yo, admiradores de arte, en la Münzstrasse 23 (hay que timbrar en el portón para acceder a sus instalaciones).

Caminé en buena compañía muchas calles de Berlín Mitte y otras cercanas a la Prenzlauer Allee, que es donde está ubicado el atellier de Diego Gortaire, poeta y artista plástico quiteño afincado en Berlín desde hace más de un lustro —por varias razones, nuestro representante no oficial en esa ciudad: por ejemplo, en la colección de osos pintados por artistas del mundo del municipio de la ciudad, el que representa al Ecuador, lleva su firma; en otro sentido, es él regularmente el interlocutor ecuatoriano no oficial al que los medios de prensa alemana acuden cuando recavan opiniones que tengan que ver con el país. Por él me entero de algo que siempre he echado en falta en tierra helvética: un ciclo de cine ecuatoriano como el que se había llevado a cabo hasta la primera semana de mayo, al final de siete consecutivas —por cierto, con buena asistencia de compatriotas e indigenas berlineses o alemanes, en todo caso.

(p.s. este texto lo escribí el cinco, sin embargo, hasta ponerlo a punto he demorado seis, por ello lo hago público sólo ahora)

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...