18.11.06

Los benévolos

Jonathan Littell es noticia en Francia desde hace tres meses; no sólo porque el éxito fulminante de su novela Les bienveillantes lo haya vuelto repentinamente un célebre autor joven (la crítica y la admiración de sus crecientes lectores no dejan de confirmarlo; el premio Goncourt y el de la Academia Francesa acaban de serle concedidos) sino también porque, con necedad impensable en autor contemporáneo alguno —dejemos de lado a J.D Salinger, Thomas Pynchon y al austriaco Patrick Süskind que en pronto será de nuevo noticia en español—, ha negado la cara a los medios, rehusado mediatizarse y dar explicaciones sobre sus libros, su “formidable novela” y su persona.

No a todos los medios, ciertamente. Le Monde des Livres del 31 de agosto traía ya una entrevista al entonces —hacen apenas dos meses y medio— apenas conocido autor. Este mismo suplemento, en su versión publicada ayer 17, trae una amplia entrevista que reproduce en español El País.

De ella copio el siguiente fragmento:

P. Desde su aparición, Les bienveillantes se ha visto cubierto de superlativos y comparaciones elogiosas. ¿Se siente halagado o aterrado?

R. Ni lo uno ni lo otro. Tomemos la comparación de mi novela con Guerra y paz. La gente que afirma esto me ha leído mal, y además, ha leído mal a Tolstoi. No es en absoluto el mismo tipo de literatura. En Guerra y paz, para empezar, hay paz. En mi novela, sólo hay guerra. En la novela de Tolstoi existe otro nivel de complejidad. Un ir y venir infinitamente superior entre la vida normal y la guerra. El objeto de Les bienveillantes es mucho más limitado. Es el genocidio durante cuatro años, con algunas escapadas aquí y allá. Lo que se ambiciona no es lo mismo. Hablando en un plano más profundo, nos encontramos con esa noción de espacio literario elaborada por Maurice Blanchot. Cuando se está dentro, nunca se sabe si realmente se está. Se puede estar convencido de estar haciendo literatura y permanecer de hecho fuera, del mismo modo que se puede estar atormentado por las dudas, cuando la literatura está ahí desde hace mucho tiempo. El texto de un enfermo mental puede resultar literatura y el de un gran escritor no serlo por razones ambiguas y difícilmente explicables. De todas formas, siempre se está en la duda. No se sabe. Yo creo que Tolstoi o Vassili Grossman tenían dudas. En el caso de Grossman, es evidente. Su ambición declarada era hacerlo tan bien como Tolstoi, pero seguro que tuvo que decirse al acabar su libro que no le llegaba a Tolstoi a la suela de los zapatos. La noción de espacio literario elimina la noción de calidad. Un texto muy mal escrito puede resultar ser gran literatura, mientras que otro muy bien escrito puede no ser gran literatura. Hay que juzgar cada libro en función de sus objetivos y sus propias exigencias, y no en relación con otros libros. Ésta es la razón por la que no me gustan los premios literarios. Tienden naturalmente a enfrentar unos libros con otros. Yo le he enviado una carta a Gallimard en la que le explico que no estoy contra los demás autores. Mi libro está contra él mismo, trabaja contra su propia exigencia, que, desde luego, no alcanzará nunca.

La entrevista completa aquí.

10.11.06

"La puta literatura"

Leí la semana pasada un artículo que inicia así:


“En pocos sitios pueden hallarse tantas putas reunidas como en una Biblioteca”
.


Con semejante cabecera es poco probable que uno obvie el cuerpo del artículo, y huya hasta otro en busca de lecturas mejor dispuestas. No, este arículo atrapó mi atención; quedé en él por entero. A la frase primera sigue esta otra:


“Orientales, europeas, latinoamericanas, todas reciben en los libros su bautismo según la época y la situación: geishas, fáciles, livianas, de la vida, de la calle, cortesanas, de compañía, visitadoras, jineteras”


A quien inquiete las novelas y las putas, la lectura de este artículo le dejará agradecido.


La metáfora más vieja del mundo, su título, es una reflexión tejida por Liliana Viola sobre este tema en el que cruzan caminos putas y novelistas, escritura y deseo, a propósito de la puesta en circulación en el mercado de lengua castellana de dos libros que alumbran esta ardua senda del placer, del mercado del placer sexual, para no confundirnos. Uno está escrito desde fuera, desde la mera observación; otro desde la experiencia
propia.


De éste último “O doce veneno do scorpião” el semanario suizo-alemán Weltwoche, hizó en el pasado septiembre un interesante recuento pues en Brasil, que es donde se imprimió primero, el libro es un fenómeno de ventas. Y no en vano pues en él se juntan muchos cabos sueltos de la modernidad, mechas inflamables a decir verdad.


Raquel Pacheco su autora y protagonista es una mujer de 21 años que acaba de colgar los guantes. Con diecisiete se fue de casa, se hizo “de la vida” y de paso blogger —Bruna Surfistinha no es sólo su nombre de combate sino también su nick name.

Durante tres años, Raquel, o Bruna, conoció de todo, los disfrutó sin peso de conciencia alguno y, entre polvo y polvo, se dio el tiempo necesario para escribirlo y publicarlo en su weblog -todito, con pelos y señales. Son esos textos apuntalados con la ayuda de un periodista los que conforman el libro que ha convertido a su autora en la presa mediática predilecta.

El éxito alcanzado por “El dulce veneno del escorpión” marca de paso para su autora el abandono de su profesión primera. Un periodista europeo, intrigado por los contenidos del libro, en el que el placer deja atrás a la anécdota , inquiere a la blogger ¿Por qué dejar la profesión de lado si su ejercicio, por lo que Bruna describe, le procuraba un placer tan intenso? Por cansancio, responde Pacheco, por cansacio físico y espirirual tras tres años de ejercicio continuo en el que en algunas jornadas tuvo que fornicar hasta diez veces con diez tipos distintos (una vez sin embargo, con ocho individuos, a la vez).

¿Que habría pasado si no hubiese tropezado con el internet que fue el paso primero para la publicación posterior de su contenido en forma de libro? Muy probablemente estaría ejerciéndo todavía la prostitución, responde Raquel.

Como diría en feliz frase hace algunos años el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, el pasado ya no es lo que era. El sitio web de Bruna Surfistinha sigue activo pero, eso que fue “ya no es lo que era”: en esa ventana electrónica que llegó a ser la más visitada de Brasil ya no se postea más sobre cuerpos y peregrinaciones sexuales sino sólo sobre la resonancia mediática que la autora va cosechando día a día -entrevistas con la prensa, la televisión y las citas con su público lector.

A una compatriota de Bruna, la profesora de literatura y estética Eliane Roberto Moraes, laboriosa en estos temas no deja de llamar la atención este fenómeno. No duda tampoco al calificarlo, ni deja pasar la oportunidad para matar dos pájaros de un tiro:

“Paulo Coello banaliza el misticismo, Pacheco el erotismo”

3.11.06

Whitman de Francisco Alexander

El sábado 21 de octubre no llegó al quiosco de mi barrio, donde lo tengo reservado, El País de ese día —que es el que trae Babelia, el suplemento de libros. No suele pasar ello por lo general, pero esta vez sucedió. Me perdí la prensa española de aquel día, y la habría olvidado del todo si no fuera por un comentario sobre tradución que leo días después en el mismo diario, en el que se alude a un artículo publicado ese sábado 21.

Lo acabo de revisar en la versión electrónica, se titula El primer poeta norteamericano y está firmado por L.A. DE V., es decir, Luis Antonio de Villena, él, también y más que todo, poeta.

“Una rareza jubilosa”

Sucede que Visor, la casa editora de poesía, acaba de sacar al mercado, en edición bilingüe, Hojas de Hierba, de Walt Whitman, un tomo de 1.136 páginas con los 389 poemas escritos por el bardo americano y traslados a lengua española por el ecuatoriano Francisco Alexander (1910-1988). Es la única versión completa en nuestra lengua y es esta la segunda vez que se la edita; la primera se lo hizo en 1953 — se la reimprimió en 1956—, en los talleres de la Casa de la Cultura Ecuatoriana de Quito.

No tengo a mano el tomo de Visor, pero por lo que De Villena destaca, la edición está bien documentada, trae un estudio introductorio, una bibliografía actualizada y reproduce el prólogo que el quiteño escribiera para la versión principe. Tengo a mano la selección de poemas de Whitman traducidos por Jorge Luis Borges -con ilustraciones de Antonio Berni; en un tramo del prólogo firmado en en 1969, anota lo siguiente “..., no me atreveré a declarar que mi traducción aventaje a las otras. No las he descuidado, por lo demás; he consultado con provecho la de Francisco Alexander (Quito, 1956) que sigue pareciéndome la mejor, aunque suele incurrir en execesos de literalidad, que podemos atribuir a la reverencia o tal vez a un abuso del diccionario inglés-español”.

Una rareza triste

Debió haber sido en el 90. El recorte de periódico me lo dio Jairo Valbuena —él lo había encontrado en la sección de clasificados de El Comercio. No hacía falta llamar por teléfono para confirmar la visita, sencillamente había que pasar por allí entre las diez y las doce del día. La dirección me quedaba cerca, a un salto de la Universidad Central de Quito, frente al Hospital del seguro social, a pocas cuadras de mi facultad.

Timbré: era el apartameto de la segunda planta. Me abrió una señora de unos cuarenta años de edad cuyos rasgos he olvidado por completo. Le mostré el recorte y me hizo pasar al vestíbulo; mientras yo buscaba en el piso un sitio para depositar mi maleta de cuadernos la señora me instruyó grosso modo sobre precios y contenidos (era yo todo ojos, apenas podía creermelo y peor imaginado al dueño de esa hermosa biblioteca con tan exasperante variedad de títulos en ingles y español sólo comparable a las numerosas parituras que asomaban por doquier): salvo los de pasta dura, los folletos, cuadrenillos y algún otro ejemplar que dejase suponer su naturaleza especiales, tenían todos el mismo precio. No recuerdo a cuantos sucres de entonces ascendía ese monto pero supongo que al equivalente actual daría como unos tres o cuatro dólares (probablemente una equivalencia más cercana sería esta: dos libros = un almuerzo); las partituras valían un poco más pero no me interesaban. Salí esa vez apenas con tres libros pues no tenía más dinero. Uno de los títulos fue “Dios trajo la sombra”, dedicado por su autor, Jorge Enrique Adoum, con admiración al maestro Francisco Alexander.

Volví dos veces más por esa vivienda. Las dos en compañía de Paco Benavides que adquirió, con gran sorpresa, entre los títulos que recuerdo, los Cantos y The imaginary letters de Pound, el Ulises de Joyce en "pastas azules", y una abultada lista de títulos en los dos idiomas. No fue grato constatar como se iba vaciando esa biblioteca.

Una velada jubilosa

Esa noche, la del 13 de octubre de 2004, eramos los únicos clientes en el Palomar del Café Gijón de Madrid. Bebíamos martinis, contando y comentando, alegres y felices puesto que estabamos de festejo: veníamos de la Casa de América donde una hora antes entregarón a Edwin Madrid el Premio de esa institución por su libro Mordiendo el frío. Ana María Rodríguez, la presidenta del premio, Luis García Montero, jurado, Jesus García —o Chus Visor, que es como se lo conoce—, el editor, Almudena Grandes, Aleyda Quevedo, Edwin Madrid y yo (que fui quien tomó la foto).

Habría sido difícil no detenernos a conversar esa noche sobre Francisco Alexander. Chus Visor era todo oídos y todo preguntas mientras nuestras elucubraciones remontaban hipótesis sobre el traductor y sus versiones españolas de autores de lengua inglesa, o de literaruras remotas que desenvocaron en el inglés y luego Alexander, por mero gusto, transportara al español. Es el caso de Tu bata flotante de seda roja y oro (50 poemas asiáticos de amor) que Edwin recuperara en 2002 en Ediciones de la Línea Imaginaria.

Pero el tema central de esa noche fue Hojas de Hierba. Sobre la mesa reposaba en ese momento un ejemplar publicado en 1953 que los amigos españoles jamás habían visto y empezaron a admirar de inmediato. Me alegra mucho enterarme que en esa noche de octubre, en la que comentamos con énfasis sobre el extraño destino que corren algunos libros, haya quiza provocado el renacimiento de ese que Alexander elaborara con amor y paciencia a lo largo de muchos años y al que hasta ahora han tenido acceso sólo unos pocos lectores.

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...