17.11.05

Autocrítica

Albert Camus - Combat, 22 de noviembre de 1944.

Hagamos un poco de autocrítica. La profesión que consiste en definir todos los días, ante la actualidad, las exigencias del sentido común y de la simple honestidad de espíritu entraña cierto peligro. Por querer lo mejor, se dedica uno a juzgar lo peor y también a veces lo que sólo está menos bien. En una palabra, se puede adoptar la actitud sistemática del juez, del maestro de escuela o del profesor de moral. Desde esta profesión, para llegar a la jactancia o a la tontería no hay más que un paso.

Esperemos no haberlo dado. Pero no estamos seguros de haber escapado siempre al peligro de dar a entender que creemos tener el privilegio de la clarividencia y la superioridad de los que no se equivocan jamás. No es así, sin embargo. Tenemos el deseo sincero de colaborar en la obra común mediante el ejercicio periódico de algunas reglas de conciencia que la política, nos parece, no ha usado mucho hasta ahora.

Ésa es toda nuestra ambición y, por supuesto, si bien marcamos los límites de ciertos pensamientos o acciones políticas, también conocemos los nuestros. E intentamos únicamente remediarlos, recurriendo a dos o tres escrúpulos. Pero la actualidad es exigente, y la frontera que separa la moral del moralismo, incierta; por fatiga o por olvido, esta frontera se franquea.
¿Cómo escapar a este peligro? Por la ironía. Pero no estamos desgraciadamente en tiempos de ironía. Estamos todavía en tiempos de indignación. Sepamos conservar tan sólo, pase lo que pase, el sentido de lo relativo y todo se salvará.

Ciertamente, no podemos leer sin irritación, al día siguiente de la toma de Metz, y sabiendo lo que ha costado, un reportaje sobre la entrada de Marlene Dietrich en dicha ciudad. Y nos indignamos con razón. Pero eso no quiere decir que creamos que los periódicos deban ser aburridos a la fuerza. Simplemente no creemos que en tiempo de guerra los caprichos de una estrella sean necesariamente más interesantes que el dolor de los pueblos, la sangre de los ejércitos o el esfuerzo encarnizado de una nación para encontrar su verdad.

Todo esto es difícil. La justicia es a la vez una idea y un afán del alma. Sepamos tomarla en lo que tiene de humano, sin transformarla en esa terrible pasión abastracta que ha mutilado a tantos hombres. La ironía no nos es ajena y no es a nosotros a quienes tomamos en serio, sino a la indecible prueba que sufre este país y a la formidable aventura que hoy está obligado a vivir. Esta distinción dará al mismo tiempo su medida y su relatividad a nuestro esfuerzo cotidiano.
Nos ha parecido necesario hoy decirnos todo esto y decírselo a la vez a nuestros lectores para que sepan que en todo lo que escribimos, día tras día, no olvidamos que todo periodista tiene el deber de la reflexión y de la escrupulosidad. En una palabra, no olvidamos el esfuerzo de crítica que nos parece necesario en este momento.

He tomado este texto de La Insignia. Fue escrito en un contexto y época muy particulares pero, como sucede con los buenos textos, ya ven, se deja leer y nos recuerda principios, cosas que solemos olvidar, cuando leemos, cuando comunicamos.

15.11.05

"Retracción justa y necesaria"

Se llama así el mail que Willfrido Corral remite a Miguel Antonio Chávez quien, a su vez agilmente, lo ha trasmitido a una numerosa lista de direcciones entre las que —desde este mail— consta la mía.

La carta de Wilfrido Corral es oportuna y me parece regresa la discusión sobre literatura ecuatoriana a donde debiera estar, a su imaginadado centro, abierta a los diferentes puntos de vista, a los tipos de conversación y palabras que podrían enriquecerla. Es derecho de cada uno estar de acuerdo o disentir con un punto de vista —o con varios si los hay y si es posible.
En hora buena la carta que viene a continuación, por las palabras, las actitudes, la literatura.

Fecha: Mon, 14 Nov 2005 19:28:26 -0800 (PST)
Para: Miguel Antonio Chávez <
miplumalomato@yahoo.com>
Asunto: Retracción justa y necesaria
De: "Will H. Corral" <
whcorral@ucdavis.edu>

Estimado Miguel Antonio:

Le escribo con un pedido urgente, y se trata de que haga llegar inmediatamente este mensaje a las personas a las cuales remitió el anterior mío, en que me refería a Humberto Robles y la nota que publicó en BABELIA.

En mi reacción inmediata e impulsiva a esa nota me sobrepasé en forma y contenido, empleando un tono que no me caracteriza. En vez de concentrarme en el texto de Robles me concentré (sin razón) en su persona, y debo retractarme al respecto, porque no lo considero mediocre. Es más, cuando publiqué con la UNESCO la edición crítica de las obras completas de Pablo Palacio, él fue uno de los primeros críticos a quienes invité. Desde antes y hasta ahora, no tengo absolutamente nada contra su persona, aunque mis torpes comentarios probarían lo contrario. Ya le he escrito a Humberto tratando de explicar mi exabrupto.

Creo de caballeros pedirle disculpas a él públicamente, aunque sigo en total desacuerdo con lo que dice en su nota. Al decirle a usted que remitiera ese mensaje anterior como quisiera no pensé en los resultados nefastos de tal decisión. Humberto escribe sobre gente que admiro mucho, y el hecho es que yo también he escrito sobre ellos, aparte de que tenemos amigos mutuos. Pero sus omisiones eran tan evidentes que me ofusqué, en vez de dirigirme a por qué sus lagunas me parecen imperdonables.

Siento sobremanera haberme metido por primera vez en el tipo de chismografía que hace gran daño a nuestra vida literaria, y que añade a las divisiones que son el subtexto de la nota de Humberto. Siento aún más haber puesto en entredicho su persona. Tanto él como yo podemos escribir una nota mala, y como ecuatorianos que escribimos con largavistas nuestra opinión tal vez no importe. Así que espero que este mensaje, que le reitero remita a las personas que recibieron el anterior, pueda mitigar lo que dije y contribuya a una discusion más sensata del asunto.

Cordialmente, Wilfrido.

14.11.05

Humbero Robles, Babelia y su texto original

Las dos páginas que Babelia dedicó el 5 de noviembre a la literatura ecuatoriana ha producido en el Ecuador una descarga y circulación de beits poco acostumbrada —no sabemos en que medida pero las cadenas de mails dejan demasiadas pistas para así suponerlo.

De los dos artículos que trae la publicación, el que aborda la poesía, firmado por Mario Campaña, a pesar de las imprecisiones que muestra, ha sido apenas comentado. No así el que hace una sinopsis de la novelística y cuentística firmado por el profesor Humberto E. Robles.

Como a otros tantos lectores, también a mi me alarmó una omisión demasiado visible en los nombres allí citados en su artículo Narrativa: olvidos y presencias. Esa inquietud me incitó a escribir y colocar en esta ventana mi pasado post y, de paso, comó sé que los amigos ecuatorianos con los que suelo conversar de estas cosas aún no están embarcados en el mundo de los blogs, remitirles una copia de ese comentario por correo electrónico. Todos ellos estuvieron de acuerdo en que la omisión del nombre de J. Vásconez en el artículo del profesor Robles era en verdad lamentable —en otros puntos no tanto.

Ahora, acaban de llegarme a mi casilla electrónica dos textos que cuelgo a continuación y, les prevengo, exigen ser leídos. El primero es el artículo integro que el profesor Humberto E. Robles envío a Babelia y que, para su desgracia —pues sus lectores juzgamos a partir de lo que leemos— fue “editado” en la redacción del periódico español. La impresión que tenemos después de la lectura del texto integro apacigua nuestras preocupaciones. Allí están desarrollados otros aspectos que hechamos en falta en el artículo del suplemento literario y, para tranquilidad de muchos, no sólo se incluye el nombre de J. Vasconez sino que en algunos renglones se destaca su importancia.

El segundo texto, que es el que ha circulado en cadena y ha llegado a algunos de mis amigos, lleva la firma de Wilfrido H. Corral, ecuatoriano, destacado profesor y crítico de literatura radicado en los E.U., autor de una rica obra ensayística sobre narradores y narrativa hispanoamericana. Este texto, que supongo verdadero, fue remitido inicialmente al señor Miguel Antonio Chávez ( <miplumalomato@yahoo.com> ), a quien no conozco.

Lamento de verás que en el artículo aparecido en Babelia hayan sido “editados” —cortados— fragmentos importantes del texto original y que ahora, las personas que leyeron ese artículo, acatando lo allí expuesto, pongan en entredicho la seriedad del profesor Robles —por ejemplo, en la edición de El Universo de Guayaquil de este día 13, en un artículo sobre Pareja Diezcanseco, al paso se califica al profesor Robles de crítico desprevenido—. Por mi parte, luego de leer la versión integra, la indignación que me movió hace una semana a meter mis narices en este asunto, expuesta con el respeto que siempre exijo en mi trato con los demás, ha perdido piso.

Sin embargo, ahora me indignan otros asuntos paridos por este affaire:

El primero, imposible de obviar, es el calibre de las palabras utilizadas para referirse al profesor Robles y su texto “mal editado”. Otro, muy triste en verdad, el que los letra-heridos ecuatorianos agonicen sus comentarios en mails y conversaciones de trastienda, sin posibilidad —a lo mejor sin ánimo— de comentar en público el contenido de un texto que ha generado inconformidad —sólo murmullos se filtran, chismorreos, movimiento de fichas y peones pero en serio nada, solo el silencio, para curarse en sano, por si las moscas—.

Nada extraño en verdad si recordamos que el Ecuador es el único país en America del Sur cuyos principales diarios pueden prescindir de suplemento culturales o secciones de cultura y literatura que contengan estos términos (¡tiempos idos esos en que El Comercio y El Hoy tenía cada uno su Liebre Ilustrada y en Guayaquil, El Expreso o El Universo publicaba El Matapalo y algún otro suplemento — cierto que La Hora tiene el suplemento Artes pero allí, a decir verdad, la preocupación es el populismo literario). Una pena en verdad que carezcamos de medios que indaguen, hablen, cuestionen y legitimen nuestro entorno literario y artístico. Una pena que la importancia de las obras escritas y los comentarios que ellas se merecen tengan que definirse desde el extranjero.


Explicación de lectura: he puesto en negrita los fragmentos que no fueron publicados en Babelia; en letra azúl, los párrafos que fueron sacados del orden que el autor dio a su texto y fueron luego puestos en recuadro suprimiendo o introduciendo una conjunción, una palabra — resaltadas igualmnet en azul.


NARRATIVA ECUATORIANA: MITOS, PRESENCIAS Y OLVIDOS

El porqué los ecuatorianos de hoy salen en busca de nuevos horizontes económicos es fácil de precisarlo en vista de las circunstancias socioeconómicas que los impulsa a hacerlo a tantas latitudes, no solo a España. El porqué los escritores o la literatura ecuatoriana no emigra es mucho más complejo, y ello implicaría entrar en los vericuetos de la sociología del gusto literario.
El pueblo ecuatoriano en su mayoría no lee. La cultura ecuatoriana tiende a lo oral antes que a la letra. Predominan el diálogo, la pantalla y el son. Pregúntesele a casi cualquier ecuatoriano que recorre las calles de Madrid sobre las eliminatorias del Mundial de fútbol y seguro que responderá que su país está clasificado para el torneo a celebrarse en Alemania el 2006. Escasos serían, asimismo, los que no tararearían las melancólicas canciones asociadas con Julio Jaramillo.
Pregúnteseles sobre los cracks de la historia literaria del país y quizás, si acaso, lleguen a responder con nombres como los de José Joaquín de Olmedo, Juan León Mera y Juan Montalvo. Es probable que hayan leído algo de La victoria de Junín (1825), de Cumandá (1871), o de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1895).

Pocos cuestionarían el valor de esas obras. Inculcarían incluso el alcance que tienen más allá de las fronteras patrias. La mayoría no estaría al tanto, sin embargo, de que en los años 30 del siglo pasado surgió en su país una generación de escritores que cuestionó esa tradición literaria por lo que ellos llamaban falta de autenticidad, de ecuatorianismo. No está claro eso del ecuatorianismo. Hoy por hoy, sin embargo, esa generación —representada por Jorge Icaza (1906), José de la Cuadra (1903) y Pablo Palacio (1906)— es la que resulta más vigente en términos de una tradición narrativa ecuatoriana.

La actualidad pronuncia esos nombres como emblemáticos de una todavía incipiente tradición novelística del Ecuador no solo por el valor intrínsico e innovador de su obra, sino porque remiten a su vez, por contigüidad, a un empedernido regionalismo que ha venido configurando el mapa literario del país: Sierra vs. Costa. Quito vs. Guayaquil. Diferencias de espacios geográficos y diferencias de climas culturales. Lo "autóctono" frente a lo "cosmopolita". Testimonio y alegato social frente a experimentalismo y Vanguardia. Los celos locales marchan mano a mano con la promoción y divulgación de la obra literaria. El libro de Guayaquil apenas se lo promulga en Quito, y viceversa. Mucho menos iban a cruzar fronteras internacionales.
***
Los manuales de literatura a menudo se refieren a la narrativa ecuatoriana de los años 30 como una de denuncia y protesta, tendenciosa. Se la identifica casi en exclusivo con Icaza y Huasipungo (1934). Se dice de esta novela indigenista que es un panfleto, que carece de valor estético. Se borra cualquier cualidad épica o lírica que se rezuma de más de una de sus páginas. No obstante, las obras más logradas del quiteño remiten a problemáticas actuales. El mestizaje, el cholo, la búsqueda de identidad, las farsas sociopolíticas, la presencia de lo grotesco, de incongruencias y normas —Valle Inclán y la Vanguardia no andan lejos —hallan cabida en obras como El chulla Romero y Flores (1958) y Atrapados (1972).Los Sangurimas. Novela montuvia (1934) es acaso el legado más perdurable del guayaquileño De la Cuadra a la narrativa actual de su país y allende. Se la parangona, y no sin fundamento, con Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo y Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez. Lo maravilloso, espacios míticos, referentes rurales, sagas familiares, patriarcas, curas y coroneles, el incesto, lo oral como recurso narrativo, el uso de fragmentos, innovación formal, eco de un ethos cultural, y el humor y la hipérbole cuentan entre posibles puntos de comparación.

La obra de Palacio, oriundo de Loja, cobra mayor interés y apogeo. El número de sus lectores aumenta. La narrativa de Vanguardia latinoamericana no puede prescindir ya de Un hombre muerto a puntapiés (1927), Débora (1927) y Vida del ahorcado (1932). De ellas se desprende una suerte de poética de las coordenadas que asociamos con su producción literaria: referente urbano, práctica metaliteraria, anti-novela, desintegración de la forma, sentido de lo ridículo y absurdo, humor cáustico, cuestionamientos de principios de retórica y sintaxis narrativa, de autoridad, de normas, de instituciones, de mitos y fórmulas en vigor.
***
El resto del siglo constata al menos tres grupos de narradores. En primer lugar los nacidos entre guerras, en pleno ejercicio hoy de influencia y autoridad intelectual: Jorge Enrique Adoum (1926), Alicia Yánez Cossío (1928) y Miguel Donoso Pareja (1931). El exilio, el desarraigo, las largas estadías en el extranjero —Francia, Cuba, España, México—, la nostalgia, la vuelta al país de origen, los encuentros y desencuentros culturales, la atención a la sintaxis narrativa, a sus posibilidades experimentales, y el paso hacia coordenadas de interés que trascienden fronteras —desencantos, usurpaciones, melancolías, indignaciones y amarguras— serían algunos de los atributos que comparten estos tres escritores que coinciden con las producciones y omnipresencia del boom en el ámbito continental latinoamericano. Añádase que el oficio de escribir bien y de hacerlo con responsabilidad artística precisa el sentido de innovación y ruptura de sus obras. El mundo de indios, cholos y montuvios va quedando a la zaga. Prevalecerá la vivencia urbana.

(En) Adoum ha consolidado su nombre más allá de los linderos patrios. Lo cosmopolita y lo nacional, riqueza y miseria, informan las novelas Ciudad sin ángel (1995) y la galardonada Entre Marx y una mujer desnuda. Texto con personajes (1976). Libro denso éste, abierto a múltiples lecturas. Reflexión sobre el arte de novelar y la función del escritor; es también una penetrante revalorización del pasado social y literario del país.

Yánez Cossío irrumpe en el ámbito literario con una voz femenina auténtica, inusitada. Objeto de premios y traducciones, cuenta con un haber de relatos y novelas de admirable calidad y amplitud: Bruna, soroche y los tíos (1971), La cofradía del mullo del vestido de la Virgen Pipona (1985), El Cristo feo (1995), Y amarle pude . . . (2000), Sé que vienen a matarme (2001). Historia, recuerdos de familia, beatas, prostitutas, escritoras, presidentes, soldados, mitos, leyendas, ciencia ficción y realidades políticas confieren densidad y riqueza a sus narraciones, exponen con humor e ironía las tiranías y bufonadas de las instituciones y de un ethos cultural que han mantenido a la mujer despojada de derechos y de libertad ontológica.

Donoso Pareja, homenajeado en su país y en México, es autor de cuentos, novelas, ensayos, crítica, poesía. Todo lo que inventamos es cierto (1990) es su más reciente colección de relatos. Henry Black (1969), Día tras día (1976), Nunca más el mar (1981), Hoy empiezo a acordarme (1995), La muerte de Tyrone Power en el Monumental del Barcelona (2001) son sus novelas más elogiadas. En conjunto remiten a una sensación de crisis y exilio ante valores en transición que apuntan, a su vez, a una tenaz búsqueda de formas expresivas. La urbe, la majadería ciudadana, lo tragicómico, lo erótico, la memoria y el olvido se yuxtaponen y contrastan, cual en un montaje de móviles.
***
Más que suficiente es que un pequeño país, parco en lectores, advierta un corpus de narradores de valía como el planteado, y ello dejando fuera a tantos como, e.g., a Adalberto Ortiz (1914-2003) y su canónico Juyungo: historia de un negro, una isla y otros negros (1943).El hecho es, no obstante, que una subsiguiente promoción de escritores abulta en nombres. Queda por verse la permanencia de muchos. Mi antojo advierte dos grupos. Uno, nacido en torno a los años 1940, que empieza a instituirse hacia los 80; y otro, más joven, cuya voz prorrumpe hacia los 90. Fútil abarcarlo todo. Cabe recurrir, cuando mucho, a motivos y tendencias.Por el sentido de ruptura y renovación, amén de visibilidad nacional o internacional, vienen reclamando autoridad e influencia, entre los ya maduros, Carlos Béjar Portilla, Jorge Dávila Vázquez, Iván Egüez, Eliécer Cárdenas, Modesto Ponce Maldonado, Raúl Pérez Torres, Hüilo Ruales, Abdón Ubidia, Javier Vásconez y Jorge Velasco Mackenzie.

La recuperación y fabulación de lo histórico y popular organizan La Linares (1976) de Egüez, María Joaquina en la vida y en la muerte (1977) de Dávila Vásquez, y Polvo y ceniza (1979) de Cárdenas. La mujer-leyenda, la dictadura y la picardía afloran en aquélla. Lo provinciano, imbricado en una exigente estructura, en la segunda. Lo mitopoético, el mundo del bandolero, en la última. Tambores para una canción perdida (1986) de Velasco Mackenzie incorpora lo mágico dentro de esta línea.

El humor y la farsa provinciana de factura policíaca se da en Háblanos Bolívar (1983) de Cárdenas. La rúbrica humorística ronda también en Cuentos inocentes (1996) de Egüez. Este autor se remoza constantemente. Su novela Pájara la memoria (1984) apunta corrientes neobarrocas y grotescas. El título de su Cuentos fantásticos (1996) remite a otra línea más de sus intereses. También aporta reflexiones en el campo de la teoría y la conceptualización de géneros. Ubidia y su relato "La gillette" y "El señor Wu" de Béjar Portilla encajarían aquí. La sombra de Palacio ronda en todos ellos.

La ciencia-ficción entra en la narrativa ecuatoriana vía Osa mayor (1970) y Samballah (1971) de Béjar Portilla, relatos visionarios que proponen distancias tecnológicas entre un ahora y un futuro, entre metrópoli y periferia: que impugnan la deshumanización que entraña la tecnología moderna.

Cuentista premiado es Pérez Torres. Musiquero joven, musiquero viejo (1977), "Solo cenizas hallarás"(1995), Los últimos hijos del bolero (1996) son títulos representativos de su autoría. Bolero y desencanto, el peso de las convenciones, la mezcla de lo sensual y la ternura, y la búsqueda de algún eslabón perdido, integrador, que supere la amargura de cierto desfallecido humor resuenan en sus relatos.Una apresurada modernización —legado del boom petrolero, de la globalización, de las migraciones, de la explosión en los medios de comunicación— instan al escritor a tomar el pulso de la ciudad y sus tragicomedias. La crisis del desarrollo, las expectativas burguesas, falsas, enajenantes, cruzadas de desengaños y melancolías las examina Ubidia en sus cuentos de Bajo el mismo extraño cielo (1979) y en Sueño de lobos (1986), novela. Los relatos de Javier Vásconez, Ciudad lejana (1982) y El hombre de la mirada oblicua (1989), recuperan la capitalina ciudad ancestral, solariega, que apenas subsiste en la nostalgia, que se revuelca en decadencia y aberraciones, incapaz de hacer frente a la modernidad y al cambio. Velasco Mackenzie, aporta el envés de esa vida urbana. Los tugurios, las cantinas, el lenguaje de marginados, confinados a cinturones guayaquileños de miseria, resaltan en El Rincón de los Justos (1986), novela. La desintegración, lo urbano recóndito, el acoso de un audaz lenguaje coloquial, eco de la lumpe, lo tremendo y la violencia sacuden y desquician al lector de Loca para la loca (1989) e Historias para la ciudad perdida (1997), cuentos de Ruales. El Palacio del Diablo (2005), flamante y aplaudida novela de Ponce Maldonado, también adentra en la ciudad y sus conflictos.
***
Entre los integrantes de la promoción más joven, aquellos de uno u otro lado de los cuarenta años de edad, suman Carolina Andrade, Marcelo Báez, Aminta Buenaño, Juan Castaño Escobar, Yanna Hadatty, Gilda Holst, Sonia Manzano, Liliana Miraglia, Livina Santos, Edwin Ulloa, Leonardo Valencia, Raúl Vallejo, Marcela Vintimilla.Destacan Holst, Miraglia y Buenaño dentro de una robusta actividad narrativa que, con o sin feminismos, centra su interés en torno a la crisis que atraviesa la situación de la mujer en nuestras sociedades. Más ingeniosidad y sutileza en las primeras dos. Holst la de mayor producción y visibilidad. Sujetos en desasosiego, identidades posmodernas, el anhelo de centro, de dar con un encuentro vital, primario, delinean sus inquietudes y su sentido de humor en sus relatos, Más sin nombre que nunca (1989), Turba de signos (1995), y en su novela, Dar con ella (2000). Miraglia también recurre al humor. Una nota de misterio, de lo uncanny, de lo inasible e inexplicable, ronda sus narraciones de El lugar de las palabras (1986) y Un close up prolongado (1996). Nos suspenden con fogonazos de revelación inesperado, fuera de lo familiar, que primero nos inquietan y luego nos hacen sonreír, convirtiéndonos en cómplices de una irónica mirada tangencial, sugestiva. La otra piel (1994) de Buenaño apunta el arrebato erótico y corporal. Toques neobarrocos, la presencia de lo maravilloso, y de un vigoroso torbellino sensual reclamando vida empuja las vivencias de sus personajes femeninos. El referente femenino remite al ámbito de otros marginados actuales. Fiesta de solitarios (1992) de Vallejo, por ejemplo, destapa los anhelos y transgresiones de los homosexuales, sus ansias de ternura, sus choques con los usos en vigencia. El SIDA adquiere dimensiones metafóricas, expone cánceres sociales.

La cultura popular y los medios masivos de comunicación —música, cine, videos, Internet— se constituyen en otra de las directrices que forma e informa la narrativa de varios de este grupo. El mismo Vallejo, acaso el más disciplinado de su promoción, ha novelado en Acoso textual (1999) el espacio fragmentado, posmoderno, carente de espesor humano, que conlleva la comunicación electrónica. También sintomático de tendencias antisociales es Tan lejos / tan cerca (1997) de Báez, novela en la que la adicción a la imagen cinética borra el sentido de realidad, convierte al vivir en un simulacro. La levedad, la falta de comunicación, lo entretenido, lo gráfico, lo auditivo y lo efímero subrayan lo banal contemporáneo. Una excepción quizás provenga de referentes que remiten a grupos históricamente relegados, donde el empleo de lo popular es un instrumento para exigir derechos e identidades. En Así se compone un son (1999), Castaño Escobar recurre a la música para reclamar voz y conferir expresión a los personajes afroecuatorianos de sus relatos. Se suma así a una larga tradición.
***
Para concluir, Velasco Mackenzie, Cárdenas, Ubidia y Ochoa han abordado, en tono menor, el asunto de las migraciones actuales. Falta aún, sin embargo, una narrativa que ahonde en las peripecias de los 2.5 millones de ecuatorianos que se han expatriado en la última década. Queda por novelar lo grotesco de sus experiencias en el extranjero. Ahora solo hay anécdotas, desperdigadas aquí y allá. El escritor actual cuenta allí con una rica mina por explotar. Por ahora, en ese sentido, la literatura pareciera marchar a la zaga de la realidad.

------------


Mail de Wilfrido Corral enviado a Miguel Antonio Chávez <miplumalomato@yahoo.com>, a propósito del texto publicado en Babelia


Estimado amigo Chávez:
He leído el texto de Mario, amigo mío, y me parece justo, necesario, y bien pensado, aunque no soy experto en nuestra poesía.

Desfortunadamente, no puedo decir lo mismo sobre el texto mezquino, mediocre, mal informado, y sobre todo transparente en sus prejuicios de Humberto Robles sobre la narrativa del Ecuador. Me parece una nota acrítica, típicamente dedicada a revelar sin inteligencia que se sigue dividiendo a nuestra literatura de acuerdo a la maligna y dañina dicotomía "costa versus sierra", basada en una ideología rancia. Es peor aun que salga de alguien que no vive en nuestro país, o en América Latina, y que revele implícitamente que el progresismo en nuestro país significa "progreso de uno mismo".

Por otro lado, y excluyéndome, hay muchos críticos en España, nuestro país, e Hispanoamérica mil veces más enterados que el que ha escogido Babelia, hecho que no entiendo, y sólo puedo especular sobre lo que hay detrás de las omisiones y patente amiguismo de esa nota cobarde. No pretendo ni quiero "salvar" o "instruir" a los jóvenes de nuestra tierra, pero hay ejemplos que uno simplemente no debe dar o seguir, y Robles ha terminado convirtiéndose en emblema de ellos. Lo siento por él, porque hasta ahora le tenía un moderado aprecio intelectual. Hay que ser más serio y por lo menos tratar de ser objetivo en unaevaluación que se hace para un público internacional, no enterado, en un momento crítico para nuestro país.

No obstante, me parece muy bien que mencione a algunos autores jóvenes cuya obra aprecio y sobre la cual he escrito. En fin, en algún momento espero escribir en detalle sobre el asunto, y por ahora distribuya este texto a su grupo, o como usted considere apropiado.

Saludos,
Wilfrido H. Corral

11.11.05

Yes. Una crítica

En la sección Artes y medios de Letras libres (número de noviembre), viene un diminuto comentario sobre Yes, el trabajo último de Sally Potter. Ví este film el pasado septiembre y no lo he olvidado. Salí cautivado por la belleza de Joan Allen, por su rol —el ascéptico (des)orden de su vida duele pero apenas hay algo que se pueda hacer, hasta que una noche, en una fiesta, un camarero...—, la soltura de Simon Abkarian, las cejas, o más bien la manera de meter las narices donde si debe de Shirley Henderson. No supé entonces resumir esta historia que desdecía el cliché amoroso con contundente liviandad; tampoco logré identificar la incomodidad que la cinta me produjó en algunos de sus tramos. Hoy, hojeando la revista mexicana, he dado con las palabras que le calzan al film perfectamente. Fernanda Solórzano, en pocos y claros términos define la cinta y nos provoca (me parece además un ejemplo de concisión - nunca me pierdo de leer los comentarios de cine de FS).

Yes, de Sally Potter
Fernanda Solórzano

En Yes, de la inglesa Potter, se conjugan en mismo número convenciones y trasgresiones. Las primeras son temáticas y hacen de la sinopsis un enemigo de la película: el affaire entre una científica norteamericana (fría y sofisticada) y un cocinero libanés (apasionado y pedestre), y la liberación de sus mentes y almas cuando deciden abandonar sus contextos, nada menos que viajando a Cuba, siendo la militancia cliché el talón de Aquiles de Potter. Las trasgresiones, hay que decirlo, salvan todo el asunto y la vuelven una película digna de ver y escuchar: distintos formatos y puntos de vista construyen un discurso visual mucho más interesante que el obvio, y el diálogo en pentámetro yámbico (la métrica de Shakespeare) permite que el placer fonético distraiga de los lugares comunes inevitables en toda metáfora sobre política y religión. –

7.11.05

Cumbres borrascosas

En la edición del sábado 5 de noviembre de Babelia, el suplemento cultural de diario El País, vienen dos artículos dedicados a la literatura ecuatoriana, uno sobre la narrativa, otro sobre la poesía que se escribe de momento en esas tierras equinocciales.

Política editorial de esta revista ha sido en los últimos meses, dedicar números monográficos a las literaturas de los distintos países que conforman la América Hispana. Sabía por ello que una vez destinarían ese espacio a la escritura que se trama en el Ecuador; por ello, aunque de manera inconciente, aguardaba ese imaginario número especial que finalmente acaba de publicarse y yo, con creciente insatisfacción, de leerlo —dos páginas que, a cualquiera que tenga una idea de la literatura ecuatoriana, a decir verdad, no le pareceran especiales en nada (una aclaración: la portada trae el siguiente título: Escribir en las cumbres andinas. Ecuador y Bolivia —dos páginas se dedican a las letras bolivianas y otras dos a la literatura ecuatoriana).

Mi insatisfacción se exita con las impresiciones que muestra el texto de Mario Campaña, La constelación contra el canon, pero se concentra en el artículo sobre narrativa firmado por Humberto E. Robles. Para no confundirnos, aclaremos que su texto no es de crítica literaria sino periodístico, meramente informativo, a fin de cuentas, una enumeración de nombres, años y paisajes que pueblan el imaginario literario ecuatoriano de los dos últimos siglos. Sin embargo, como sabrán muchos, el señor Humberto E. Robles es ensayista, crítico literario y catedrático universitario en alguna universidad norteamerica; es decir, una persona a la que debemos suponer competente y lo suficientemente informada para realizar una semblanza más o menos fiel del paisaje de letras ecuatorianas.

Debí haberlo dicho antes: la insatisfacción que desató la lectura de Narrativa: olvidos y presencias, que es como está titulado el artículo del señor Robles, describe sólo mi ánimo; mentalmente esta lectura me causó extrañeza. Me decía ¿es posible omitir el nombre y la obra de Javier Vásconez en esa enumeración comentada en la que se nombran a 32 escritores y escritoras ecuatorianos?

Desde luego que ello es posible, siempre y cuando la persona que firme una lista semejante no sea “crítico de literatura”, es decir, un profesional cuyo trabajo para mejor orientar a lectores y estudiosos de la materia se basa no sólo en los instrumentos de análisis que utilice sino en la riqueza de sus indagaciones y la objetividad que muestre al resumirlas. Por esto, la omisión que el profesor Robles comete en su artículo es demasiado visible como para no reparar en ella. La literatura de Javier Vásconez, no sólo por el sello editorial que la difunde por todos los países de habla hispana (Alfaguara —en rigor es él su único autor ecuatoriano) dice mucho de lo que se hace y dice en el Ecuador. Sus colegas ecuatorianos, los que no comparten sus maneras de trato y proceder fuera del texto, por las razones que sean, pueden, tienen el derecho del mundo para disentir con él en parte o totalmente; pueden incluso, si la desazón que el autor les provoca es irremediable, no leerlo. Esto, sin embargo, pueden permitírselo —a cuenta y riezgo propios— sólo sus colegas pero jamás un crítico de literatura. No importa si esta vez se trata de un artículo periodístico en el que se presenta la narrativa ecuatoriana a lectores extranjeros que apenas saben algo o nada de lo que pasa y se escribe en los Andes.

Ahora me apena una cosa: mi comportamiento futuro con los ensayos firmados por el profesor Robles: sé con anticipación que cuando los tenga en mis manos y me disponga a leerlos se me aparecerá, al menos fugazmente, un grave prejuicio: el suponer que en esos sesudos análisis se ha omitido o a lo mejor olvidado de mencionar algo, algún dato importante. Por suerte eso durará apenas lo que un pensamiento — además, no suelo guiarme por prejuicios.

6.11.05

Iwasaki y la larga noche

Zürich es la ciudad más poblada de Suiza (le sigue Ginebra). Según los registros oficiales, en sus casi 92 km cuadrados viven 367.724 habitantes —laboran en ella sin embargo el doble o más de personas (soy uno de los que trabajan en la ciudad pero viven fuera de su perímetro, a 16 km de distancia o, si se quiere, 10 puntualísmos minutos en tren rápido).

Zürich es una ciudad con mucho nervio y movimiento, un pequeño enclave en el que las actividades económicas, como las culturales y académicas, sin olvidar jamás su arraigo y tradición, se piensan y realizan en perspectiva global. A la banca, la industria, el comercio y los servicios habrá siempre que añadir la investigación en sus universidades e institutos más las actividades artísticas que se llevan a cabo sobre las tablas, escenarios, foros de discusión, salas de exposición, nucleos de creación.

Turicum, que fue como los romanos llamaron a esta ciudad a su paso por estas tierras, es también una pequeña Babel. El 29.9% de sus habitantes son extranjeros, gran parte de estos vienen de la propia Europa y la otra de países de los cuatro continentes restantes.

Las personas que la habitan, o por razones laborales la frecuentan a diario, saben que las finezas que ofrece la ciudad y la fría puntualidad que marca su ritmo son las dos caras de esa moneda esencial, el respeto mutuo; saben así mismo que no son pocos los problemas y retos que, apurados por los procesos globales, enfrenta y debe solucionar para no perder dos características que la distinguen, a saber, su concordancia con la modernidad de punta y su, siempre de agradecer, talante para la convivencia. Lo que la ciudad, sus ciudadanos y representantes políticos, planean y ejecutan para fortificar esas dos columnas en las que se apoya la convivencia es variado, múltiple y simultaneo.

Entre esas varia-multiple hay una actividad pequeña pero muy simbólica a la que nunca dejo de renovarle mi admiración: La larga noche de las pequeñas historias, un fiesta anual del libro que patrocina el municipio, los editores y las librerías de la ciudad y destacan su importancia los lectores y las personas todas que se sienten atraídas por alguna de las numerosas lecturas y presentaciones de libros que se llevan a cabo en los tres días y dos noches que dura ese desfile nocturno que se inicia en librerías y bibliotecas y luego, con la conversación enrumbada, se instala a gusto en los bares y restaurantes de la ciudad.

Die lange Nacht der kurzen Geschichten, como se llama en alemán, de este año se llevó a efecto del 28 al 30 de octubre pasados. Romanica Buchhandlung, la librería de la ciudad que ofrece a su público libros en castellano, italiano, francés y portugués, tuvo esta vez el acierto de invitar para la lectura del sábado 29 a Fernado Iwasaki, escritor peruano radicado en Sevilla. Su visita ha sido una buena oportunidad para tratarlo, hacerme con sus libros, leerlos en estos días con disfrute y ahora, si lo consigo, trasmitirles mi entusiasmo. Pero antes, si no lo conocen aún, unos pocos datos que permitan ubicarlo y situarlo en su generación:



“Fernando Iwasaki nació en Lima en 1961. Realizó sus estudios de Licenciatura y Maestría en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde fue profesor de Historia de 1985 a 1989, y los de Doctorado en la Universidad de Sevilla, donde fue profesor invitado en 1985 y 1991. Desde 1989 reside en Sevilla, donde es director de la revista literaria Renacimiento , director de la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco y columnista del diario ABC”.

Si les gusta las citas, les alcanzo estas tres:

Dice Mario Vargas Llosa: "Fernando Iwasaki Cauti explora la historia con ojos de artista y creador de ficciones" .
El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, fallecido el pasado febrero: "Iwasaki se ha propuesto antes que nada deleitarnos y de paso instruirnos".
El poeta español Luis Alberto de Cuenca, "La prosa de Iwasaki es un ejemplo de lo que debe ser la prosa castellana de fines del siglo XX"
(Si de Cuenca no ha cambiado de opinión, habra que extender este comentario al siglo XXI)

Mi primera impresión con los textos de Iwasaki se dio a través de Ajuar Funerario, libro de microrelatos, al que uno de sus lectores califica de “maravillosos haikus de terror”. Se trata de un libro que contiene 89 historias compactas y fulminantes, de media o máximo una página de extensión. Por todas ellas transita la muerte pero no necesariamente como protagonista. Este rol lo reserva en gran parte de estos relatos a esa gama de sentimientos que la muerte provoca en los humanos -y van del terror a la ingenuidad, de la naturalidad más sorprendente al comportamiento mejor calculado.

He leído también Un milagro Informal (Alfaguara, 2003) y Neguijón, novela publicada el pasado mayo (Alfaguara, 2005). Con gusto he ingresado en estas páginas y salido de ellas con no pocos asombros en mi morral. La gentileza de su escritura nos sale al paso inmediatamente, las cualidades de su prosa, en el primer caso agradecida con el habla limeña, confrontada con la de los siglos XVI y XVII en el segundo, no nos despistan de los mundos que el autor seleccionana y narra. Ha llamado mi atención sobremanera su pulso para abordar temas y situaciones desde una perspectiva que, se me ocurre llamarla, de frontera —sea esta de géneros, culturas, tiempos—. A los que celebramos el humor en la literatura (en la forma que sea, como instrumento o fín, en sus distintos colores, en su insinuada o verbosa expresión) la escritura de este autor serio mucho nos dice —mucho desde sus distintos géneros, el microrelato, el cuento, la crónica, el ensayo, el artículo de opinión.

Zürich es una ciudad por la que transitan escritores de todo el planeta. Cuando aparecen versiones en alemán de sus libros, se sabe de antemano y con toda certeza, que los más destacados de ellos pasaran por acá a presentarlo y promocionarlo. Dos de los más visibles que han estado en suelo zuriqués en el pasado inmediato, Houellebecq y Kenzaburo Oe, no dejaron tras su paso estela alguna que valga la pena recordar —el francés, bueno, dejó un indisimulado malhumor; el japones la afable frialdad—. Los lectores que asistimos a la lectura de Iwasaki el pasado sábado no podremos olvidar facilmente la gratísima impresión que su obra y personalidad causó en todos los presentes. No olvido que una cosa es la presencia de un autor y otra muy distinta sus libros; sin embargo, como público, no puedo dejar de celebrar la grata coincidencia que a veces se da entre la palabra escrita, vivaz e interrogativa, y la personalidad de quien les puso en un orden determinado y les dotó de espíritu.

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...