Septiembre 11
No sé exactamente a cuantas ascienden hasta esta fecha el número de víctimas provocado por los ataques de Al Kaeda a los USA el 11 septiembre de 2001. No son sólo las que estuvieron en los aviones estrellados contra las torres gemelas y el pentágono, ni las personas que se hallaban en ese momento en el interior de esos edificios, ni las que minutos después fueron fulminadas cuando las torres se vinieron al suelo y el infierno tomó forma. Todos nos conmovimos, también ahora, porque la muerte se dejó ver entonces con un aspecto que lo suponíanos ya desaparecido: ese de frío cálculo, ese que hace suponer detrás a un pensamiento que discierne, planifica, decide y ejecuta, al más claro estilo de un manager de transnacional, ni más ni menos. No fue el fatum el que provocó ello. No ha sido el fatum tampoco el que planificó la respuesta a ese ataque —el que seleccionó y fijó los objetivos que deberían ser destruidos cuanto antes, para aplacar al enemigo, para desagraviar ese ataque primero.
Se empezó por las montañas de Afganistán, luego algunos de sus poblados, algunos poblados del mundo por los que circulaban fanáticos asociados —digo, congéneres, seres humanos con planes monstruosos, combustionados por un odio compartido, una fé extrema en su visión del mundo, y una necesidad de resarcirse, al costo que sea, de los ultrajes recibidos o imaginados, de las injusticias sufridas en carne propia o para el caso ajena.
Los fanáticos fueron un gran pretexto para arremeter en nombre de la sociedad libre contra otra sociedad que vivía de otra manera. En nombre de la libertad se amplió el campo de batalla y se inició una guerra contra Iraq cuyos motivos, según los reportes publicados por el congreso de los USA la semana pasada, fueron inventados. La guerra no ha terminado — comenzó en marzo de 2003. No terminó en el plazo que se supuso sería suficiente (tres meses al inicio); y a la fecha nadie sabe cuando hallará término. Solo una cosa la sabe todo el mundo (si ese mundo no está ya inmunizado a este tipo de noticias): en ese territorio en conflicto pierden sus vidas cada día alrededor de cien personas; ese país es un polvorín cuyo control es de momento improbable. Huelga decir que quienes allí mueren, son por lo general personas que nada tuvieron que ver con las razones que impulsaron el ataque de Al Qaeda a los USA ni el de los USA a Iraq.
Desde la semana pasada, los diarios, revistas y más medios de todo el mundo nos recuerdan ese día —desde puntos de vista imaginables y no, con deslumbrante material fotográfico y sesudos análisis alimentados por informaciones o circunstancias antes no conocidas se nos confronta con ese día y, nosotros, con una altiva ración de dolor, y seguros de que ese hecho no ha sido neutralizado en nuestra conciencia, regresamos con nuestros pensamientos a ese episodio trágico de la vida. No sé como regresaremos a él en 17 años.
Noviembre 6 y 7
Es una fecha dolorosa en la historia colombiana, pero también es un performance, una puesta en escena de sillas que se dejaron caer y colgar de los muros del Palacio de Justicia de Bogotá, Colombia, el 6 y 7 de noviembre de 2002. Su autora es Doris Salcedo, nacida en esa ciudad en 1958.
El evento inició a las 11.25 de la mañana del día 6 de noviembre. Una silla empieza a deslizarse por el muro lentamente. Los doce metros de cuerda que la sostienen demoran media hora en desenrrollarse.
A las 11.25 del 6 de noviembre de 1985, 17 años atrás, moría en ese mismo edificio, un guardia, el primero, que un comando del grupo gerrillero M-19 derribó a tiros al irrumpir con un camión en esas instalaciones. Ese día, y el siguiente de 1985, morirían muchas personas en ese edificio. Ese 6 y 7 de noviembre de 1985, Colombia se quedó practicamente sin justicia.
El tempo de la obra lo marca la reconstrucción que la autora hizo del tiempo real de la batalla entablada entre el ejercito y los guerrilleros. La guerra en pleno centro de la ciudad de Bogotá duró dos días. Sobre los muros de la fachada la autora deslizó sillas elementales en los momentos que, según los datos recabados en sus investigaciones, habían muerto las personas.
Nadie supo nada de este evento artístico sino hasta ese momento. Ni la prensa ni persona alguna relacionada con los medios de comunicación fueron puestos al tanto. Simplemente, a las 11.25 de la mañana del día 6 de noviembre empezaron a caer sillas por los muros del Palacio de Justicia. En camaralenta.
"La obra era un papel en blanco, un espacio vacío sobre el cual el espectador podía recordar. La obra en sí, lo que yo presenté, no narraba nada. El público hacía la obra al contemplarla". Dice la autora al respecto.
En los dos día que duro este performance cayeron 53 sillas
La obra de Doris Salcedo no es extensa pues avanza "lentamente", como ella lo dice. Sin embargo sus trabajos forman parte de las principales colecciones de Occidente, es conocido y reconocido por críticos y públicos de todas las tendencias.
He pensado este día en esta artista cuya obra deja por detrás los límites posibles con los que habitualmente tropeza el arte contemporaneo al enfrentar al público. Mirar sus sillas inválidas, alteradas, amontonadas, disfuncionales hasta la desesperación, me refieren el sitio del ser humano en la modernidad. Cuando ví por primera vez las fotografías de Noviembre 6 y 7, me deslumbró la idea. Cuando, a continuación supe la razón que movió a la artista a realizar ese performance, me ruboricé. La estética estaba allí presente todo el rato pero no para certificar belleza sino un algo más que por ahora lo dejamos allí.
8va. Bienal de Estambul (1550 sillas)
Una mirada de su obra
Una nota otra aparecida en el New York Times
3 comentarios:
La mandrágora es ahora El cadáver exquisito
www.el-cadaver.blogspot.com
Una mirada de su obra...
A instalation de Doris Salcedo en Istanbul con las sillas...
los dos día en que cayeron 53 sillas
que recordaban a las 53 personas que murieron 17 años atrás: 11 jueces de la Corte Suprema, 35 guerrilleros, y 7 visitantes del edificio.
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