Por estos lados, hace ya unas horas que cayó la noche. En unas pocas más, concluirá el día, el día doce. En uno como este, en Kyoto, pero hacia 1949 nació un escritor cuyas historias leo con placer, Haruki Murakami. He empezado hace poco la lectura de Kafka am Strand (Kafka on the Shore, novela que el NY Times, por cierto, la pone en su lista de los diez mejores de 2005), hasta el momento, su última novela escrita —publicada en japonés en 2002, en alemán en 2004, en inglés en 2005—.
En cuestión de traducciones, y cuando de libros de importancia literaria o literaria-comercial se trata, el inglés da la pauta. Con las obras últimas de Murakami, como para confirmar la regla, esta práctica se ha alterado, pues ahora ellas aparecen antés en alemán. Resulta que por los lares donde campea la lengua de Thomas Bernhard y Robert Walser, el autor japonés es bastante conocido (para hacernos una idea, digamos que igual o más que Javier Marías, autor español, que de Corazón tan blanco ha vendido hasta la fecha en este mercado alrededor de un millón doscientos mil ejeplares).
Hay una razón por la que Murakami se hizo famoso en lengua germana (por cierto, la misma que hizo famoso a Javier Marías en este entorno), la televisión, concretamente, el programa Das Literarische Quartet, el cuarteto literario —espacio que ya no existe más—, donde comentaban novelas en directo cuatro personalidades de letras. El programa del 30 de junio de 2000, fue, es en la escena literaria (o literario-mediática) alemana, si no inolvidable, si al menos referencial. Aquella noche, capitaneada por Reich-Ranicki, el pope de la crítica alemana, se habló de la novela Gefährliche Geliebte de un escritor japonés entonces poco conocido (en español la tradujeron como “Al sur de la frontera, al oeste del sol “, y por lo que sé, circulan ejemplares también en el Ecuador). Reich-Ranicki elogió la novela en ponderados términos pero no así su contertulia, la crítica Sigrid Löffler que la señaló en cambio como un Fastfood literario adobado con escenas de amor pornográficas y sexistas. El público percibió que en ese desacuerdo había algo más personal que la apreciación de la novela de Murakami. Los siguientes días, los periódicos de Alemania, Austria y Suiza hicieron su trabajo mejor que nunca, comentaron el percance y la causa generosamente; en poco, el autor japonés andaba en boca de todo mundo.
Pero de esta desaveniencia nació no sólo la fama alemana de Murakami sino también Literaturen, la revista que la señora Löffler empezara a publicar unos meses después; como era de esperarse, luego de ese percance, ella renunció a seguir formando parte del Cuarteto literario (como alguna vez ya lo dije, Literaturen es la equivalente en alemán de lo que es Letras Libres en lengua hispana).
He comentado la obra de Murakami en otros espacios; esta vez, al paso, para retener algo del día, he traducido unas pocas frases que el autor pronunciara en una conferencia dada en Berkeley, la University of California, en febrero de 1992. Dicen algo, dejan ver algo, me parece.
(Para ubicarnos: tres aspecto que impregnan el estilo de este autor son el humor, la llaneza de su prosa y, lo que primero se nota, el ritmo) Entonces, dice él:
Mi estilo se resuelve en lo siguiente: primero, jamás pongo en una frase más significación que la estrictamente necesaria. Segundo, las frases tienen que tener un ritmo. Esto lo aprendí de la música, especialmente del jazz. En el jazz sobre todo, es posible derivar de un ritmo estupendo a una estupenda improvisación. Todo tiene que ver con el movimiento de los pies. Cuando se quiere conservar ese ritmo, no se debe incorporar a él ninguna carga superflua. Esto no significa que, de ninguna manera, no se deba añadir una carga. Sólo ninguna que no sea absolutamente necesaria. Tu tienes que arrancar la grasa.
(La carrera de Murakami como novelista inicia en 1978. Tiene su manera muy particular: no es el inicio típico de un escritor que durante su juventud se ha forjado entre lecturas, intentos, disciplina con las palabras. Es otra cosa. En esta conferencia —no publicada aún como libro—nos adelanta esos comienzos)
Tenía 29 cuando escribí mi primera novela Escucha al viento. En aquel tiempo administraba un pequeño Club de Jazz en Tokio. Luego de terminar mis estudios, no tenía ningunas ganas de emplearme en una empresa; entonces solicité un crédito al banco y abrí ese Club. Ya como estudiante había tenido un deseo indeterminado de escribir alguna cosa, sin embrago, no seguí ese deseo de la manera correcta y, cuando abrí el Club, había dejado de pensar más en ello, puesto que estaba muy ocupado de la mañana a la noche en ecuchar jazz y preparar coctails y sandwichs. Cada día tenía que picar una funda entera de cebollas. Gracias a esa experiencia puedo aún picar cebolla sin derramar una sóla lágrima. En aquel tiempo, casi todos mis amigos eran músicos de jazz, no escritores. Sin embargo, un día de abril de 1978, me llegó de pronto el placer para escribir una novela. Me acuerdo claramente de ese día…
(El texto sigue de largo, pero por ahora lo dejamos aquí)
P.S.1. Estas citas las he encontrado en el libro de su traductor al inglés, Jay Rubin, Haruki Murakami and the Music of Words (2002).
P.S.2. Al paso, he encontrado un magnífico texto del argentino Juan Forn sobre una novela importantísima del japonés (de normal, el murakamiano gaucho por exelencia, se supone que es Rodrigo Fresan, pero este texto de Forn es estupendo). De él entresaco estas palabras:
"Si la construcción de un estilo es la combinación de múltiples influencias que terminan dando como resultado una voz propia, Murakami ha sabido entretejer con endiablada habilidad su fascinación por Kafka, Lewis Carroll, Camus, Chandler y Pynchon (para citar sólo unas pocas de las influencias que resuenan en sus libros) con sus propias obsesiones. Autoproponiéndose como un puente entre Oriente y Occidente, su obra es igualmente excéntrica para ambos mundos: si la voz que narra sus historias suena al oído japonés como traducida de otra lengua, las reacciones de los personajes que pueblan sus ficciones son invariablemente sorprendentes para el lector no japonés. Curiosamente, lo que el lector occidental ve como contención, el lector japonés ve como transgresión: sea el tratamiento del sexo, los pasos de comedia imperturbable, la expiación de la culpa (colectiva e íntima) o el afán de un destino individual. Hay un detalle más que termina de explicar la paradoja de que un éxito “juvenil” en Japón despierte tan “seria” atención en Occidente: la rarísima limpidez de la voz de Murakami muestra siempre un mundo por descubrir, y descifrar, hermanando así a lectores novatos y experimentados en un hipnótico rito de iniciación (para unos, hacia la vida; para los otros, hacia el corazón literario del Japón actual)".
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2 comentarios:
Termino "Tokio Blues", y me parece una novela simplota y casi nihilista en su trama, los personajes frágiles, todo minimalista y sin que la tensión llegue en ningún momento. ASí que le doy la razón a esa crítica de Literaturen. Pero claro, a lo mejor nos merecemos este tipo de literatura ligera...
Mariuxi:
Muchas gracias por la dirección. Vo y a leer el texto de JPC con detenimiento. Ya te comento.
Que estés bien. Van saludos!
Lukas:
Mi experiencia con “Tokio blues” se ha dado de otra manera. Respeto sobre manera tu lectura (bien hacemos en seleccionar los libros que leemos y retener las impresiones —exelentes, buenas, olvidables, pésimas— que ellos nos dejan.
No sé que deseas expresar al calificar la novela de “simplona” ¿debo entender que tanto su historia como su estructura son irrelevantes? Si me dices qué es simplón en este texto a lo mejor seguimos conversando (puede que sea mero gusto o quizá encontramos allí otras razones).
¿Una trama nihilista? a lo mejor la atmósfera pero la trama no (creo que el calificativo que buscas es otro). Que los personajes sean frágiles en la vida que viven no nos autoriza a considerarlos como un error de escritura. Son así, “una circunstancia casi indefensa” ante el desafío del tiempo y el peso de la memoria.
Minimalista, en el sentido que supongo denotas —textos cortos y escenas cambiantes todo el tiempo— no lo considero un debilidad. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de minimalismo?
“Hielo seco”, ese que quema si uno sostiene un pedazo entre los dedos por demasiados segundos. Es a lo que más me remite la lectura de Murakami. O también, si uno ha bebido demasiados tragos la noche anterior, al día siguiente se ven pasar los minutos ante uno como si se estuviese fuera de lo que se va viendo y viviendo: un velo de irrealidad entre el yo y el mundo.
Como lectores nos merecemos lo mejor de lo mejor. Ahora, debemos decir que lo mejor, lo excelente, por lo general, está a la mano; pero si nuestra experiencia —o el instinto— no nos permite reconocerlo, seguirá allí por siempre. En este caso, nos merecemos el horizonte que nuestra humanidad alcance a ver, lo que nuestras capacidades puedan reconocer.
Va un saludo y muchas gracias por darte un salto por esta “casa verde”
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