Las dos páginas que Babelia dedicó el 5 de noviembre a la literatura ecuatoriana ha producido en el Ecuador una descarga y circulación de beits poco acostumbrada —no sabemos en que medida pero las cadenas de mails dejan demasiadas pistas para así suponerlo.
De los dos artículos que trae la publicación, el que aborda la poesía, firmado por Mario Campaña, a pesar de las imprecisiones que muestra, ha sido apenas comentado. No así el que hace una sinopsis de la novelística y cuentística firmado por el profesor Humberto E. Robles.
Como a otros tantos lectores, también a mi me alarmó una omisión demasiado visible en los nombres allí citados en su artículo Narrativa: olvidos y presencias. Esa inquietud me incitó a escribir y colocar en esta ventana mi pasado post y, de paso, comó sé que los amigos ecuatorianos con los que suelo conversar de estas cosas aún no están embarcados en el mundo de los blogs, remitirles una copia de ese comentario por correo electrónico. Todos ellos estuvieron de acuerdo en que la omisión del nombre de J. Vásconez en el artículo del profesor Robles era en verdad lamentable —en otros puntos no tanto.
Ahora, acaban de llegarme a mi casilla electrónica dos textos que cuelgo a continuación y, les prevengo, exigen ser leídos. El primero es el artículo integro que el profesor Humberto E. Robles envío a Babelia y que, para su desgracia —pues sus lectores juzgamos a partir de lo que leemos— fue “editado” en la redacción del periódico español. La impresión que tenemos después de la lectura del texto integro apacigua nuestras preocupaciones. Allí están desarrollados otros aspectos que hechamos en falta en el artículo del suplemento literario y, para tranquilidad de muchos, no sólo se incluye el nombre de J. Vasconez sino que en algunos renglones se destaca su importancia.
El segundo texto, que es el que ha circulado en cadena y ha llegado a algunos de mis amigos, lleva la firma de Wilfrido H. Corral, ecuatoriano, destacado profesor y crítico de literatura radicado en los E.U., autor de una rica obra ensayística sobre narradores y narrativa hispanoamericana. Este texto, que supongo verdadero, fue remitido inicialmente al señor Miguel Antonio Chávez ( <miplumalomato@yahoo.com> ), a quien no conozco.
Lamento de verás que en el artículo aparecido en Babelia hayan sido “editados” —cortados— fragmentos importantes del texto original y que ahora, las personas que leyeron ese artículo, acatando lo allí expuesto, pongan en entredicho la seriedad del profesor Robles —por ejemplo, en la edición de El Universo de Guayaquil de este día 13, en un artículo sobre Pareja Diezcanseco, al paso se califica al profesor Robles de crítico desprevenido—. Por mi parte, luego de leer la versión integra, la indignación que me movió hace una semana a meter mis narices en este asunto, expuesta con el respeto que siempre exijo en mi trato con los demás, ha perdido piso.
Sin embargo, ahora me indignan otros asuntos paridos por este affaire:
El primero, imposible de obviar, es el calibre de las palabras utilizadas para referirse al profesor Robles y su texto “mal editado”. Otro, muy triste en verdad, el que los letra-heridos ecuatorianos agonicen sus comentarios en mails y conversaciones de trastienda, sin posibilidad —a lo mejor sin ánimo— de comentar en público el contenido de un texto que ha generado inconformidad —sólo murmullos se filtran, chismorreos, movimiento de fichas y peones pero en serio nada, solo el silencio, para curarse en sano, por si las moscas—.
Nada extraño en verdad si recordamos que el Ecuador es el único país en America del Sur cuyos principales diarios pueden prescindir de suplemento culturales o secciones de cultura y literatura que contengan estos términos (¡tiempos idos esos en que El Comercio y El Hoy tenía cada uno su Liebre Ilustrada y en Guayaquil, El Expreso o El Universo publicaba El Matapalo y algún otro suplemento — cierto que La Hora tiene el suplemento Artes pero allí, a decir verdad, la preocupación es el populismo literario). Una pena en verdad que carezcamos de medios que indaguen, hablen, cuestionen y legitimen nuestro entorno literario y artístico. Una pena que la importancia de las obras escritas y los comentarios que ellas se merecen tengan que definirse desde el extranjero.
Explicación de lectura: he puesto en negrita los fragmentos que no fueron publicados en Babelia; en letra azúl, los párrafos que fueron sacados del orden que el autor dio a su texto y fueron luego puestos en recuadro suprimiendo o introduciendo una conjunción, una palabra — resaltadas igualmnet en azul.
NARRATIVA ECUATORIANA: MITOS, PRESENCIAS Y OLVIDOS
El porqué los ecuatorianos de hoy salen en busca de nuevos horizontes económicos es fácil de precisarlo en vista de las circunstancias socioeconómicas que los impulsa a hacerlo a tantas latitudes, no solo a España. El porqué los escritores o la literatura ecuatoriana no emigra es mucho más complejo, y ello implicaría entrar en los vericuetos de la sociología del gusto literario.
El pueblo ecuatoriano en su mayoría no lee. La cultura ecuatoriana tiende a lo oral antes que a la letra. Predominan el diálogo, la pantalla y el son. Pregúntesele a casi cualquier ecuatoriano que recorre las calles de Madrid sobre las eliminatorias del Mundial de fútbol y seguro que responderá que su país está clasificado para el torneo a celebrarse en Alemania el 2006. Escasos serían, asimismo, los que no tararearían las melancólicas canciones asociadas con Julio Jaramillo.
Pregúnteseles sobre los cracks de la historia literaria del país y quizás, si acaso, lleguen a responder con nombres como los de José Joaquín de Olmedo, Juan León Mera y Juan Montalvo. Es probable que hayan leído algo de La victoria de Junín (1825), de Cumandá (1871), o de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1895).
Pocos cuestionarían el valor de esas obras. Inculcarían incluso el alcance que tienen más allá de las fronteras patrias. La mayoría no estaría al tanto, sin embargo, de que en los años 30 del siglo pasado surgió en su país una generación de escritores que cuestionó esa tradición literaria por lo que ellos llamaban falta de autenticidad, de ecuatorianismo. No está claro eso del ecuatorianismo. Hoy por hoy, sin embargo, esa generación —representada por Jorge Icaza (1906), José de la Cuadra (1903) y Pablo Palacio (1906)— es la que resulta más vigente en términos de una tradición narrativa ecuatoriana.
La actualidad pronuncia esos nombres como emblemáticos de una todavía incipiente tradición novelística del Ecuador no solo por el valor intrínsico e innovador de su obra, sino porque remiten a su vez, por contigüidad, a un empedernido regionalismo que ha venido configurando el mapa literario del país: Sierra vs. Costa. Quito vs. Guayaquil. Diferencias de espacios geográficos y diferencias de climas culturales. Lo "autóctono" frente a lo "cosmopolita". Testimonio y alegato social frente a experimentalismo y Vanguardia. Los celos locales marchan mano a mano con la promoción y divulgación de la obra literaria. El libro de Guayaquil apenas se lo promulga en Quito, y viceversa. Mucho menos iban a cruzar fronteras internacionales.
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Los manuales de literatura a menudo se refieren a la narrativa ecuatoriana de los años 30 como una de denuncia y protesta, tendenciosa. Se la identifica casi en exclusivo con Icaza y Huasipungo (1934). Se dice de esta novela indigenista que es un panfleto, que carece de valor estético. Se borra cualquier cualidad épica o lírica que se rezuma de más de una de sus páginas. No obstante, las obras más logradas del quiteño remiten a problemáticas actuales. El mestizaje, el cholo, la búsqueda de identidad, las farsas sociopolíticas, la presencia de lo grotesco, de incongruencias y normas —Valle Inclán y la Vanguardia no andan lejos —hallan cabida en obras como El chulla Romero y Flores (1958) y Atrapados (1972).Los Sangurimas. Novela montuvia (1934) es acaso el legado más perdurable del guayaquileño De la Cuadra a la narrativa actual de su país y allende. Se la parangona, y no sin fundamento, con Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo y Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez. Lo maravilloso, espacios míticos, referentes rurales, sagas familiares, patriarcas, curas y coroneles, el incesto, lo oral como recurso narrativo, el uso de fragmentos, innovación formal, eco de un ethos cultural, y el humor y la hipérbole cuentan entre posibles puntos de comparación.
La obra de Palacio, oriundo de Loja, cobra mayor interés y apogeo. El número de sus lectores aumenta. La narrativa de Vanguardia latinoamericana no puede prescindir ya de Un hombre muerto a puntapiés (1927), Débora (1927) y Vida del ahorcado (1932). De ellas se desprende una suerte de poética de las coordenadas que asociamos con su producción literaria: referente urbano, práctica metaliteraria, anti-novela, desintegración de la forma, sentido de lo ridículo y absurdo, humor cáustico, cuestionamientos de principios de retórica y sintaxis narrativa, de autoridad, de normas, de instituciones, de mitos y fórmulas en vigor.
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El resto del siglo constata al menos tres grupos de narradores. En primer lugar los nacidos entre guerras, en pleno ejercicio hoy de influencia y autoridad intelectual: Jorge Enrique Adoum (1926), Alicia Yánez Cossío (1928) y Miguel Donoso Pareja (1931). El exilio, el desarraigo, las largas estadías en el extranjero —Francia, Cuba, España, México—, la nostalgia, la vuelta al país de origen, los encuentros y desencuentros culturales, la atención a la sintaxis narrativa, a sus posibilidades experimentales, y el paso hacia coordenadas de interés que trascienden fronteras —desencantos, usurpaciones, melancolías, indignaciones y amarguras— serían algunos de los atributos que comparten estos tres escritores que coinciden con las producciones y omnipresencia del boom en el ámbito continental latinoamericano. Añádase que el oficio de escribir bien y de hacerlo con responsabilidad artística precisa el sentido de innovación y ruptura de sus obras. El mundo de indios, cholos y montuvios va quedando a la zaga. Prevalecerá la vivencia urbana.
(En) Adoum ha consolidado su nombre más allá de los linderos patrios. Lo cosmopolita y lo nacional, riqueza y miseria, informan las novelas Ciudad sin ángel (1995) y la galardonada Entre Marx y una mujer desnuda. Texto con personajes (1976). Libro denso éste, abierto a múltiples lecturas. Reflexión sobre el arte de novelar y la función del escritor; es también una penetrante revalorización del pasado social y literario del país.
Yánez Cossío irrumpe en el ámbito literario con una voz femenina auténtica, inusitada. Objeto de premios y traducciones, cuenta con un haber de relatos y novelas de admirable calidad y amplitud: Bruna, soroche y los tíos (1971), La cofradía del mullo del vestido de la Virgen Pipona (1985), El Cristo feo (1995), Y amarle pude . . . (2000), Sé que vienen a matarme (2001). Historia, recuerdos de familia, beatas, prostitutas, escritoras, presidentes, soldados, mitos, leyendas, ciencia ficción y realidades políticas confieren densidad y riqueza a sus narraciones, exponen con humor e ironía las tiranías y bufonadas de las instituciones y de un ethos cultural que han mantenido a la mujer despojada de derechos y de libertad ontológica.
Donoso Pareja, homenajeado en su país y en México, es autor de cuentos, novelas, ensayos, crítica, poesía. Todo lo que inventamos es cierto (1990) es su más reciente colección de relatos. Henry Black (1969), Día tras día (1976), Nunca más el mar (1981), Hoy empiezo a acordarme (1995), La muerte de Tyrone Power en el Monumental del Barcelona (2001) son sus novelas más elogiadas. En conjunto remiten a una sensación de crisis y exilio ante valores en transición que apuntan, a su vez, a una tenaz búsqueda de formas expresivas. La urbe, la majadería ciudadana, lo tragicómico, lo erótico, la memoria y el olvido se yuxtaponen y contrastan, cual en un montaje de móviles.
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Más que suficiente es que un pequeño país, parco en lectores, advierta un corpus de narradores de valía como el planteado, y ello dejando fuera a tantos como, e.g., a Adalberto Ortiz (1914-2003) y su canónico Juyungo: historia de un negro, una isla y otros negros (1943).El hecho es, no obstante, que una subsiguiente promoción de escritores abulta en nombres. Queda por verse la permanencia de muchos. Mi antojo advierte dos grupos. Uno, nacido en torno a los años 1940, que empieza a instituirse hacia los 80; y otro, más joven, cuya voz prorrumpe hacia los 90. Fútil abarcarlo todo. Cabe recurrir, cuando mucho, a motivos y tendencias.Por el sentido de ruptura y renovación, amén de visibilidad nacional o internacional, vienen reclamando autoridad e influencia, entre los ya maduros, Carlos Béjar Portilla, Jorge Dávila Vázquez, Iván Egüez, Eliécer Cárdenas, Modesto Ponce Maldonado, Raúl Pérez Torres, Hüilo Ruales, Abdón Ubidia, Javier Vásconez y Jorge Velasco Mackenzie.
La recuperación y fabulación de lo histórico y popular organizan La Linares (1976) de Egüez, María Joaquina en la vida y en la muerte (1977) de Dávila Vásquez, y Polvo y ceniza (1979) de Cárdenas. La mujer-leyenda, la dictadura y la picardía afloran en aquélla. Lo provinciano, imbricado en una exigente estructura, en la segunda. Lo mitopoético, el mundo del bandolero, en la última. Tambores para una canción perdida (1986) de Velasco Mackenzie incorpora lo mágico dentro de esta línea.
El humor y la farsa provinciana de factura policíaca se da en Háblanos Bolívar (1983) de Cárdenas. La rúbrica humorística ronda también en Cuentos inocentes (1996) de Egüez. Este autor se remoza constantemente. Su novela Pájara la memoria (1984) apunta corrientes neobarrocas y grotescas. El título de su Cuentos fantásticos (1996) remite a otra línea más de sus intereses. También aporta reflexiones en el campo de la teoría y la conceptualización de géneros. Ubidia y su relato "La gillette" y "El señor Wu" de Béjar Portilla encajarían aquí. La sombra de Palacio ronda en todos ellos.
La ciencia-ficción entra en la narrativa ecuatoriana vía Osa mayor (1970) y Samballah (1971) de Béjar Portilla, relatos visionarios que proponen distancias tecnológicas entre un ahora y un futuro, entre metrópoli y periferia: que impugnan la deshumanización que entraña la tecnología moderna.
Cuentista premiado es Pérez Torres. Musiquero joven, musiquero viejo (1977), "Solo cenizas hallarás"(1995), Los últimos hijos del bolero (1996) son títulos representativos de su autoría. Bolero y desencanto, el peso de las convenciones, la mezcla de lo sensual y la ternura, y la búsqueda de algún eslabón perdido, integrador, que supere la amargura de cierto desfallecido humor resuenan en sus relatos.Una apresurada modernización —legado del boom petrolero, de la globalización, de las migraciones, de la explosión en los medios de comunicación— instan al escritor a tomar el pulso de la ciudad y sus tragicomedias. La crisis del desarrollo, las expectativas burguesas, falsas, enajenantes, cruzadas de desengaños y melancolías las examina Ubidia en sus cuentos de Bajo el mismo extraño cielo (1979) y en Sueño de lobos (1986), novela. Los relatos de Javier Vásconez, Ciudad lejana (1982) y El hombre de la mirada oblicua (1989), recuperan la capitalina ciudad ancestral, solariega, que apenas subsiste en la nostalgia, que se revuelca en decadencia y aberraciones, incapaz de hacer frente a la modernidad y al cambio. Velasco Mackenzie, aporta el envés de esa vida urbana. Los tugurios, las cantinas, el lenguaje de marginados, confinados a cinturones guayaquileños de miseria, resaltan en El Rincón de los Justos (1986), novela. La desintegración, lo urbano recóndito, el acoso de un audaz lenguaje coloquial, eco de la lumpe, lo tremendo y la violencia sacuden y desquician al lector de Loca para la loca (1989) e Historias para la ciudad perdida (1997), cuentos de Ruales. El Palacio del Diablo (2005), flamante y aplaudida novela de Ponce Maldonado, también adentra en la ciudad y sus conflictos.
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Entre los integrantes de la promoción más joven, aquellos de uno u otro lado de los cuarenta años de edad, suman Carolina Andrade, Marcelo Báez, Aminta Buenaño, Juan Castaño Escobar, Yanna Hadatty, Gilda Holst, Sonia Manzano, Liliana Miraglia, Livina Santos, Edwin Ulloa, Leonardo Valencia, Raúl Vallejo, Marcela Vintimilla.Destacan Holst, Miraglia y Buenaño dentro de una robusta actividad narrativa que, con o sin feminismos, centra su interés en torno a la crisis que atraviesa la situación de la mujer en nuestras sociedades. Más ingeniosidad y sutileza en las primeras dos. Holst la de mayor producción y visibilidad. Sujetos en desasosiego, identidades posmodernas, el anhelo de centro, de dar con un encuentro vital, primario, delinean sus inquietudes y su sentido de humor en sus relatos, Más sin nombre que nunca (1989), Turba de signos (1995), y en su novela, Dar con ella (2000). Miraglia también recurre al humor. Una nota de misterio, de lo uncanny, de lo inasible e inexplicable, ronda sus narraciones de El lugar de las palabras (1986) y Un close up prolongado (1996). Nos suspenden con fogonazos de revelación inesperado, fuera de lo familiar, que primero nos inquietan y luego nos hacen sonreír, convirtiéndonos en cómplices de una irónica mirada tangencial, sugestiva. La otra piel (1994) de Buenaño apunta el arrebato erótico y corporal. Toques neobarrocos, la presencia de lo maravilloso, y de un vigoroso torbellino sensual reclamando vida empuja las vivencias de sus personajes femeninos. El referente femenino remite al ámbito de otros marginados actuales. Fiesta de solitarios (1992) de Vallejo, por ejemplo, destapa los anhelos y transgresiones de los homosexuales, sus ansias de ternura, sus choques con los usos en vigencia. El SIDA adquiere dimensiones metafóricas, expone cánceres sociales.
La cultura popular y los medios masivos de comunicación —música, cine, videos, Internet— se constituyen en otra de las directrices que forma e informa la narrativa de varios de este grupo. El mismo Vallejo, acaso el más disciplinado de su promoción, ha novelado en Acoso textual (1999) el espacio fragmentado, posmoderno, carente de espesor humano, que conlleva la comunicación electrónica. También sintomático de tendencias antisociales es Tan lejos / tan cerca (1997) de Báez, novela en la que la adicción a la imagen cinética borra el sentido de realidad, convierte al vivir en un simulacro. La levedad, la falta de comunicación, lo entretenido, lo gráfico, lo auditivo y lo efímero subrayan lo banal contemporáneo. Una excepción quizás provenga de referentes que remiten a grupos históricamente relegados, donde el empleo de lo popular es un instrumento para exigir derechos e identidades. En Así se compone un son (1999), Castaño Escobar recurre a la música para reclamar voz y conferir expresión a los personajes afroecuatorianos de sus relatos. Se suma así a una larga tradición.
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Para concluir, Velasco Mackenzie, Cárdenas, Ubidia y Ochoa han abordado, en tono menor, el asunto de las migraciones actuales. Falta aún, sin embargo, una narrativa que ahonde en las peripecias de los 2.5 millones de ecuatorianos que se han expatriado en la última década. Queda por novelar lo grotesco de sus experiencias en el extranjero. Ahora solo hay anécdotas, desperdigadas aquí y allá. El escritor actual cuenta allí con una rica mina por explotar. Por ahora, en ese sentido, la literatura pareciera marchar a la zaga de la realidad.
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Mail de Wilfrido Corral enviado a Miguel Antonio Chávez <miplumalomato@yahoo.com>, a propósito del texto publicado en Babelia
Estimado amigo Chávez:
He leído el texto de Mario, amigo mío, y me parece justo, necesario, y bien pensado, aunque no soy experto en nuestra poesía.
Desfortunadamente, no puedo decir lo mismo sobre el texto mezquino, mediocre, mal informado, y sobre todo transparente en sus prejuicios de Humberto Robles sobre la narrativa del Ecuador. Me parece una nota acrítica, típicamente dedicada a revelar sin inteligencia que se sigue dividiendo a nuestra literatura de acuerdo a la maligna y dañina dicotomía "costa versus sierra", basada en una ideología rancia. Es peor aun que salga de alguien que no vive en nuestro país, o en América Latina, y que revele implícitamente que el progresismo en nuestro país significa "progreso de uno mismo".
Por otro lado, y excluyéndome, hay muchos críticos en España, nuestro país, e Hispanoamérica mil veces más enterados que el que ha escogido Babelia, hecho que no entiendo, y sólo puedo especular sobre lo que hay detrás de las omisiones y patente amiguismo de esa nota cobarde. No pretendo ni quiero "salvar" o "instruir" a los jóvenes de nuestra tierra, pero hay ejemplos que uno simplemente no debe dar o seguir, y Robles ha terminado convirtiéndose en emblema de ellos. Lo siento por él, porque hasta ahora le tenía un moderado aprecio intelectual. Hay que ser más serio y por lo menos tratar de ser objetivo en unaevaluación que se hace para un público internacional, no enterado, en un momento crítico para nuestro país.
No obstante, me parece muy bien que mencione a algunos autores jóvenes cuya obra aprecio y sobre la cual he escrito. En fin, en algún momento espero escribir en detalle sobre el asunto, y por ahora distribuya este texto a su grupo, o como usted considere apropiado.
Saludos,
Wilfrido H. Corral
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2 comentarios:
me he quedado impresionada, la verdad es que las omisiones son muy precisas...
No entiendo bien que interes tendría Babelia para omitir a Vásconez de esa manera, porque como veo las omisiones , no responden a falta de espacio.
Tienes mucha razón Víctor en esto de los suplementos culturales en la prensa, yo creo que se trata de una especie de subestimación del gusto por las cosas en Ecuador, los mismo intelectuales parecen tener esta idea de que la literatura es inalcanzable y solo para gente estudiada, y que como en general no somos estudiados, estas cosas no venden. Que cosa tan gil, pero es lo que percibo.
Por otro lado creo que incluso ser crítico se está viendo como algo malo... y peor aún un deseo cojudo de falsa modestia que no permite que la gente hable las cosas de frente. Yo creo que mas que escritores necesitamos críticos, no siendo castigadores, sino que siendo mediadores entre el público y entre las cosas que se exponen.
Estimadas/os:
Ambos artículos (de Robles y Campana) se los puede conseguir sin problema en el internet, sin necesidadd de estar suscrito a El País. Recordando que un texto siempre será inconcluso y que NO le gustará a todo el mundo, leí lo de ambos, y de los dos comentarios me quedo con el de Robles, que me parece mira las cosas no sólo con más conocimiento de causa y menos fervor por lo momentaneo (aunque en su lista aparecen mayoritariamente autores de la Costa, cosa que es la excepción de la regla, pues cualquier persona que conozca un poco del movimiento cultural y literario del pais sabe perfectamente que la óptica de los mismos no es neutral y que Ecuador, a pesar de que los utopistas que viven en el extranjero lo quieren aceptar, es también un país
profundamente dividido y centralizado en lo literario), sino también de manera más pragmática y realista: los interesados somos una minoría y no es bueno hablar en nombre de muchos. Me gusta cuando Robles hace algo básico en todo crítico: advertir que nuestros comentarios pertenecen a una historia del gusto (frase de Della Volpe), y que nuestro gusto es histórico, es decir, están
ajustados a determinantes de clase, grupo social, moral intelectual, ideologías, capacidad de procesar y mantener información actualizada, y hasta por -o sobre todo por- prefencias personales: una cosa es la crítica y otra cosa la preceptiva o lista de autores que ambos nos dan. Robles advierte eso al principio y espera, como los clásicos, que pase el tiempo para probar
quiénes fueron los mejores. Lo de Campaña se encuentra mejor elaborado en un artículo que Carvajal publico hace varios años gracias a la Universidad Andina: aquella creencia tan personal y quiteña de que Gangotena, Escudero y no recuerdo quien más son algo así como el "canon ecuatoriano". Todas son afirmaciones ingenuas, por decir lo mínimo. Y si hay debate, sin pensar en desgastarme en el mismo, con gusto quisiera participar.
Atentamente,
Fernando Iturburu
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