12.6.05

Sáer muere

El pasado 29 de abril, sin que él reparase en ello, seguí su juego: me quedé viéndole cómo miraba a las gentes que transitaban por el pequeño corredor del Säulenhall de Solothur, una pequeña ciudad suiza ubicada al noroeste del país. Llevaba un abrigo azul con las solapas del cuello levantadas hasta las orejas, las manos cruzadas a la espalda, los cabellos canosos, lentes, la piel arrugada. El invierno había pasado pero parecía que él acabase de abandonarlo hace sólo unos minutos. Antes lo había visto en fotos de revistas y periódicos o en las contratapas de sus libros. Lo había imaginado más alto y robusto de lo que en ese momento mostraba su cavilante humanidad en medio de personas que transitaban por el corredor y se detenían a hojear, preguntar, conversar entre ellas ante los estantes de libros e información allí dispuestos.

El pasado abril se llevó a cabo el 27. Solothurner Literaturtage , un festival literarario anual al que suelen venir invitados autores de distintos países, de distintas literaturas. Este año, entre los escritores de lengua española estuvieron Tomas Eloy Martinez, Carmen Posadas, Carlos Ruiz Safón, Enrique Vila-Matas y Juan José Sáer.

Con los libros de Sáer he tenido una relación especial. Los descubrí hace unos diez o doce años (publicados en Destino y Seix Barral-Biblioteca Breve) pero no pudé acceder a sus contenidos a pesar de los intentos varios que, entonces, mi afan les procuró. Años después, por exigencias académicas debí analizar uno de sus relatos (ya no recuerdo el nombre de éste pero era la historia de un indigena hacia los tiempos de la conquista española) cuya lectura y relectura provocaron en mí apenas indiferencia. Pero entonces “tenía que” escribir mi comentario, escribir un breve ensayo sobre un artificio verbal cuyo funcionamiento no lograba captar mi interés. Hicé un texto olvidable que apenas contribuyó a curar mi miopía ante los trabajos del autor argentino

(supongo que esa indiferencia era forzada, hija del prejuico y la animosidad: me incomodaba entonces que la talentosa profesora que nos daba literatura —un prodigio de virtudes y capacidades, en el dominio de lenguas y teorías— tuviese una visión parroquiana o, sencillamente, ignorara hechos y obras fundamentales de la literatura “universal”: me molestaba entonces que la literatura en la universidades fuese un territorio urbanizado, como las ciudadelas-islas, en donde los especialistas, digamos en literatura francesa e inglesa, nada saben ni les interesa saber de, por ejemplo, Dante, Petrarca, Curzio Malaparte o Lampeduza o de lo que sucede en otras literaturas —la portuguesa o, peor aún, la rusa, la húngara, checa, sueca o cualesquier otra lieratura cuya lengua no tiene muchos hablantes pero ha tenido o tiene autores que han sabido captarla y ponerla a volar por el tiempo—. Hoy esa percepción mía de la literatura ha mudado sus plumas: no me molesta que la literatura y sus oficiantes tejan sus días en centros hiperurbanizados o los pasten por parajes, praderas peligrosas o desolados caminos).

Pero un día mi admiración por Sáer se abrió paso en mi altar portatil; nació al leer sus ensayos (La narración-objeto, El concepto de ficción): una mirada del mundo en la que los temas, casi siempre literarios, dan vueltas no sólo por bibliotecas, bancos de datos y archivos, sino persisten en esa manera antigua de arriezgar las palabras en lo que se cuenta y tentar la construcción de un punto de vista-puente entre épocas, literaturas, estilos y tradiciones distintos. En textos como esos la buena escritura y la calidad de la información que lo trenzan dejan de ser un fín solamente. Son eso y pasan a ser otra cosa, una tentativa que anda siempre de caza, una tentativa cuya finalidad es incierta.

Empecé entonces a leerlo y he seguido haciéndolo. Lo último fue un texto sobre la traducción del Ulises de James Joyce. Hasta antes de abordarlo —y pese a haber trabajado con ese libro— no sabía nada de J. Salas Subirat , el argentino que hizo la primera versión española de la novela del irlandes. Lo que él cuenta allí del traductor —adozado con anécdotas—, de sus esfuerzos por encontrar un equivalente en nuestra lengua, en principio imposible, celebra y esclarece.

Hoy, al revisar el suplemento Radar, de Pagina 12, de la edición de este día (12.06.05) me informo de la muerte de Juan José Sáer, en París, ciudad en la que residía desde hace algunos años. Supongo que un mal lector de su obra, agradecido por unos pocos de sus textos, puede también sentir su muerte. No son otra cosa estas pocas líneas que lo recuerdan. Paz en su tumba.

5 comentarios:

Milton Ramirez dijo...

Hola. Tienes un interesante blog. Me gusto mucho el articulo referente a los derechos del lector. Yaruco? Que significa? Espero la pases bien y sigas escribiendo cuestiones interesantes. Adios!

Victor dijo...

Hola Tonnet!
Gracias por tu apreciación y tus saludos.
Yaruco es el patronímico de Yaruquíes, un poblado cercano a Riobamba. A todos los que provenimos de ese pueblo nos dicen yarucos. Hay también un pueblo en la provincia de Pichincha, cercano a Checa y Pifo, que se llama Yaruquí. Mi pueblo tiene que ver con ese Yaruquí y, los dos, con los Incas y su política imperial. Una táctica de sometimiento -utilizada por incas, romanos y mas pueblos conquistadores- fue la de transplantar pueblos enteros de una geografía a otra -arrancar de raíz una tradición- para imponer su lengua y sus costumbres: eso hicieron los Incas con las gentes de Yaruqui (probablemente traidas antes desde Perú), a inicios del 1500, al trasladar a una parte de sus vecinos al valle aledaño a la planicie de Tapi, actual Riobamba, a las faldas de las montañas donde residían, residen aún, los Cachas.
Que estés bien! Recibe también mis saludos

Edipa dijo...

Yaruco

Que te diré no conozco a Saèr pero si conozco la pretensión de sentir la indiferencia. Es poderoso, muchos gracias por el referente lo tendré en cuenta.

Y el asunto este de las traducciones siempre me ha parecido interesante. Tanto que leer estimado, creo que uno tiene el derecho a descubrir y subestimar lo que le de la gana.

Solo porque nuestro placer no significa mucho en términos globales. Al menos que los economistas se pongan de acuerdo y lo hagan una cifra macroeconómica. Me parece una tarea loable, medir el placer per capita de los presentes.
Aunque pensar que esto se puede cuantificar en números es un poco abominable.
Siempre un placer leerte Yaruco… dije siempre y no miento.

Anónimo dijo...

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Mariuxy dijo...

Hola! YAruco

A los tiempos que te leo, y siempre es refrescante,

te cuento que hay una novela en construcción en estos blogs te mando su link para que la leas si es de tu interes o tiempo. a mi me gusta es de Juan Pablo Castro Rodas esa que hablasmos hace mucho.www.unavidainconclusa.blogspot.com/

mi novio viaja a Suiza este 26 de junio, talvez se tomen un café,

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