Una sentida disculpa a las personas que han pasado por esta ventana las semanas últimas y comprobado el olvido en el que ésta se encontraba y, claro, la forma nada gentil de su responsable de cerrar el quiosco y marcharse sin colgar antés en la vidriera alguna razón que explicase su ausencia (que fueron de trabajo, visitas, estudios y, finalmente, unas merecidas vacaciones). Espero en lo suscesivo proseguir esta conversación de manera más activa. Si los tiempos no me traen azares incómodos, dispondré en estos días de más tiempo para leer y conversar.
Tiento este reinicio con un tema que, intensificado en las semanas últimas, pero sin solución desde 1948, no deja de parir y esparcir a raudales dolor y muerte: el problema árabe-israelí que, como todos saben, tiene de momento como foco principal, el territorio sur del Libano.
He seguido el desarrollo de esta guerra última a través de diarios y revistas diversos. Como casi todos (al menos losl de mis alrededores), he visto con no poca indignación el desafortunado papel jugado por la política europea a la hora de utilizar su poder de influencia para frenar esta desproporcionada guerra y forzar a sus actores al diálogo que hace falta. Ciertamente que es aquí donde las cosas se complican, sin embargo, no hay ni habrá manera otra alguna para plantar allí o donde sea esa delicada planta llamada paz. El jardín del método violento es sólo de flores de plástico.
Es este tema territorio minado en el que, por las demasiadas pruebas puestas sobre el tapete, al parecer, a la Razón, y de parte y parte, se le presta apenas atención. Aquí se apuesta por la fuerza, por la capacidad que esta tiene para desaparecer, o por lo menos, someter al rival a sus razones. Los caminos interpretativos que se hacen, y pueden hacerse, de su utilización se bifurcan a partir de este punto. Ningún alma de buena voluntad que quiera introducirse en esos meandros de dolor para entenderlos en perspectiva humanista, aspirando a una neutralidad necesaria, y se atreva luego a dar su versión, saldrá jamás bien parado. Muchas pruebas de esto nos las alcazó en vida Edward Said (1935-2003), el palestino de la Universidad de Columbia en New York, quien, por su manera de alumbrar estos problemas, nunca dejó de ser objeto de feroces críticas tanto de palestinos como israelíes. Le ha sucedido algo parecido a nuestro estimado novelista Vargas Llosa, quien, en un artículo publicado en El País justamente dos días antes del ataque israelí a Libano, a propósito de palabras suyas bien plantadas sobre este asunto, le llovieron luego las críticas, como él nos cuenta, en la prensa israelí y cartas de lectores allí publicadas en las que le tildaron incluso de “comunista”.
Recuerdo haber leído hace cosa de uno o dos años un artículo de Timothy Garton Ash en el que el historiador inglés, a partir del estado de cosas de ese momento, aventuraba un pasisaje futuro del mundo hacia el 2025 (¿o era hacia el 2050?). Muchos de los aspectos, instituciones, tradiciones, modas, geografías las suponía completamente diferentes a las de su estado y forma actuales, en algunos casos, incluso irreconocibles al cotejarlos. Sólo uno, sin embargo, permanecía invariable en ese catálogo del futuro, constante en sus contenidos y sus formas expresivas: el conflicto palestino-israelí.
Me es es muy arduo adentrame en este territorio sin dejar de sentirme limitado ante la comprensión de los elementos descisivos que allí habitan. Sé en todo caso, que lo que allí sucede lo deciden apenas un puñado de fanáticos con poder de lado y lado en cuyas visiones y representaciones del mundo nunca tiene ni tendrá cabida el otro, cualquier otro cuyas razones difieran de las suyas.
He dado todo este ruedo para conectarles a un texto que lo considero de interés. Les cuento.
El pasado 14, en un café de Gran Carajal, un hermoso y apasible pueblito en Fuerteventura (que es donde he pasado estas dos semanas últimas con mi familia), leyendo la prensa española dí con una noticia que me dejó triste: uno de los misiles disparados por Hizbolá alcanzó a un carro de combate israelí y mató en el acto a sus ocupantes. Uno de ellos era Uri Grossman, hijo de nuestro admirado novelista David Grossman, hombre de paz, defensor de lo justo, a costa de no ser muy bien visto por sus compatriotas de fé extrema y razones absolutas.
La edición de ayer de El País, en la sección de Opinión, trae un texto firmado por David Grossman cuya lectura me llegó hasta los huesos. Es una carta que el padre escribe a su hijo muerto el pasado 12. No he leído hasta ahora, entre lo mucho y valioso que se publica al respecto, algo que exprese con dolorosa claridad las coordenadas de este conflicto del que ha sido desterrada la política para que la muerte haga su verano.
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4 comentarios:
Estimado Víctor:
Ya esperábamos su regreso...
Es impresionantemente dolorosa y sincera la carta de David Grossman. Ese dolor traducido en el fin, en ese "nada más se puede hacer"...
Me aterra ser testigo del final de cualquier práctica política o diálogo. La humanidad, en definitiva, ha perdido la guerra.
Muchas gracias Eduardo por su saludo. Vamos a seguir conversando, procurando que las palabras, ese delicado instrumento que asiente el entendimiento, no deje de asistirnos.
Va mis saludos y que esté bien.
Gracias por tu saludo. No hablo espagnol pero me recuerdo de como se dicen algunas palabras.
Me gusta tener outros ojos tambien latinos mirando las ventanas.
Asta siempre (Hasta????...)
outros ? otros....
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