4.9.05

Perro sin dueño

Esta semana, mientras fluía y tropezaba con mis asuntos, hábitos y compromisos; mientrás hacía lo que convino para resolverlos o ponerlos en el sitio que les corresponde, ví que, por debajo de la piel de craneo, me iban saliendo al paso, inesperadamente, imágenes, fotogramas, escenas del film que fuimos a ver el pasado sábado. No me salían recuerdos del film visto: se me aparecían, por debajo del cuero cabelludo, imágenes reales, realidades paridas por la ficción (como real es un verso de Paul Valery que me viene a los labios y altera con su sóla presencia lo que voy pensando).

Fuimos a ver este film, animados por el comentario admirativo pero también sigiloso que le dedicó Der Spiegel hace un par de semanas (sigiloso porque las palabras que allí se utilizarón para sugerirlo a los lectores se resisten a calificar la obra pero dejan ver la admiración que despertó en el reseñista)

Bombón. El Perro”, del cineasta argentino Carlos Sorín, resultó ser nó sólo la obra interesante que se apodera de la atención del espectador y no lo deja libre sino al encenderse las luces. La pélícula de Sorín logra ello y, bueno, también eso que vuelve entrañable a un poema, un cuadro, un artefacto de arte, un fragmento de realidad: legarnos su fantasma y ponerlo a caminar junto a uno sin que nuestra reflexión repare en ello sino hasta más tarde —cuando empiece finalmente a catalogar los atributos que la conforman.

Varios son los elemento originales que conforman esta historia con no-actores que sucede en la Patagonia. Pero no los voy a referir.

Al abandonar la diminuta sala en la que la están pasando, cada uno de nosotros —eramos tres— nos quedamos viendo las caras sonreidos y silenciosos. Era la media noche, mientras nos encaminabamos al auto y atravesamos el puente del Limmat, sólo de a poco empezaron a venir las palabras, de a poco la noche y las luces que la alumbraban empezaron a imponerse como realidades palpables; comenzamos entonces a repasar la satisfacción que esos 90 minutos humanísimos a los que habíamos asistido nos habían proporcionado.

P.S.
DE Sorín nada sabía hasta ahora; ha empezado sin embargo a interesarme —tomo al vuelo unas pocas de sus palabras para que le tomen el pulso:

«“Bombón. El perro” es una continuidad de mi film anterior ”Historias mínimas”, porque aquí vuelvo a trabajar con personajes simples, narrados en forma minimalista e interpretados por no-actores. Quizá hablar de personajes simples sea en sí mismo una simplificación. En realidad no hay personajes simples: el universo interior del más humilde campesino ecuatoriano es tan insondable como el de un profesor de filosofía. La diferencia está en que este último reflexiona y comunica mayormente a través de la palabra; y aquel, más elemental, a través de gestos y silencios. En cine siempre he preferido lo gestual a lo textual. Una mirada, un silencio, un pequeñísimo rictus adivinado en un primer plano, comunica con mayor contundencia que la retórica de la palabra. Y eso es lo que pasa con los personajes “simples”: hay que leerlos en los ojos. Pienso que es ahí donde el cine asume el gran legado de la pintura. La mirada abatida de Felipe IV en los últimos retratos realizados por Velázquez nos dice más de la tragedia de ese rey, que todos los volúmenes que pudieron haberse escrito sobre el tema.

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