Debo una disculpa a cada uno de ustedes. Acabo de rever la fecha de mi post último y dado cuenta de los dos meses transcurridos sin haber apenas escrito palabra alguna —demasiado tiempo, supongo, sin cruzar señales de vida a los imaginados conocidos que pasan por acá y, por ello mismo, les debo y correspondo mi respeto real—. En todo caso, estoy bien; salvo el paso de las horas, no me ha sucedido nada excepcional (por si las moscas, vale antés hacer una aclaración: esta retirada de dos meses al limbo electrónico, no ha sido forzada por la falta de tiempo o cosa parecida; ha sucedido de forma expontanea, como cuando uno abandona de pronto una reunión de amigos y se va por las calles con uno mismo, fumando un tabaco y pensándolos, con una imagen de sus palabras, alguna punzada de belleza, un gesto por entre el aire de la noche).
Entre tanto he hecho lo que casi todo el mundo en mi entorno hace por estas fechas: olvidarse del trabajo por unas pocas semanas e irse, sólo o con la familia, hacia algún sitio, a recobrar fuerzas matando horas y alterando rutinas; a despertarse en una habitación extraña, a toparse de pronto una mañana y otra con rostros desconocidos en paisajes por lo general no visitados antes; a caminar por calles, callejuelas y caminos con caritas despistadas y un mapa en la mano; a admirar y a aburrirse acumulando imágenes de una realidad pasajera que luego, al ser dispuestas en un orden de palabras escritas o pronunciadas, proporcionaran los argumentos básicos para erigir un comentario —si cabriado o lleno de satisfación no importará, pues en los dos casos será previsible—, tramar una fascinación —cierta, ingenua o forzada tampoco importará pues la emoción se permite de vez en vez esas buenas pasadas—, decorar un recuerdo, construir un recuerdo, ponerle fondo al paso del tiempo, multiplicar las posibilidades de conflicto familiar por el trato continuo sin apenas pausa o, si se quiere, a contribuir con un granito de arena a que se cumplan los ciclos económicos y por esta dirección... bueno, entre otras tantas cosas, buenas, buenísimas y lamentables, agotar la cuenta en el banco y llevar hasta el tope las posibilidades de las cartas de crédito.
Nosotros nos quedamos esta vez en la misma Suiza y nos fuimos a pasar un par de semanas al alto Valis, a Saas Fee, un pueblito alpino de ensueño en el que no hay tránsito vehicular convecional sino sólo unos carritos eléctricos diminutos, ubicado al pie de un formidable glaciar (belleza otra esta de los Alpes, de tupidas montañas y valles más bien estrechos en contraposición a la de los Andes, mejor dispuestos para el explendor y dejar imaginar las distancias y el horizonte). La pasamos bien, trepando y descendiendo sus pendientes tejidas de caminos y teleféricos, almorzando o tomando cerveza en sus paradores, cometiendo caminatas cuyos efectos se hacían sentir por la noche, a la hora de los tragos, pues entonces, los ánimos para continuarlos apenas se abrian paso. Sin embargo, como lo he anotado, la pasamos bien, sin sobresaltos, disfrutando de nosotros mismos, de la conversación, avivada esta vez por los comentarios siempre chispeantes de mi madre que, en su breve visita a Helvetia, también compartió con nosotros esos días de asueto.
La sorpresa ingrata me la llevé al regresar a casa, al empezar a poner mis papeles al día. En la correspondencia que me aguardaba (algo muy de acá, el correo, el servicio de comunicación por exelencia entre personas, instituciones, comercios, gobierno, impuestos ... y las variantes posibles entre estos remitentes y destinatarios) habían dos sobres de la policía de tránsito del cantón que los abrí solamente al final. No les dí importancia, supuse que eran un doble llamado de atención para que me acercase a la jefatura de transito con mi auto para llevar a cabo su revisión periódica y ver si este está aún en condiciones de circular o no. Pero supuse mal, las cartitas no trataban de ello, eran las facturas de dos multas minuciosamente detalladas que debía cancelar en el plazo máximo de treinta días; dos, de 250 Sfr. cada una (al cambio actual hacen como unos 400 U$): le milieu rouge c’est cher, me diría un amigo días después al preguntarle si sabía él de algún medio legal al que yo me pudiese amparar para recusar tal imposición. Resulta que, sin que yo me diese cuenta de nada, a inicios de junio, circulando por calles comunes y corrientes de Zürich, me había pasado dos semáforos en rojo provistos de cámaras fotográficas. En el primer semáforo, la fracción de segundo que dura el cambio de amarillo a rojo fue de 0,7 (el 2 de junio a las 17 horas 23 minutos 7 segundos). En el segundo semáforo, siguiendo la lógica anterior, la fracción fue de 0,15 de segundo (el 5 de junio a las 19 horas).
En los doce años que llevo viviendo por estos lares no me había sucedido antes algo parecido. Antes sólo me habían multado un par de veces, una con 70 francos y otra con 50 —las dos por ir a más velocidad en un camino en el que estaba permitido ir sólo a 50 Km/h—. Hasta esta vez no sabía que pasarse le milieu rouge es lo peor que le puede pasar a un conductor, digo en términos económicos.
Bueno, a estas alturas, ya se me pasó la cabriadera que me provocó leer el contenido de ese par de sobres en circunstancias poco propicias. No, no hay manera de recusar las multas establecidas. Desde luego que pude solicitar las fotos, alargar tramiteas y echar por la borda unas cuantas horas. Sin embargo, al final no habría conseguido nada pues la razón no me asistía. No, los chapas han hecho su trabajo, ese que la ley les obliga a cumplir y legitima —el peatón tiene la preferencia y es sólo alrededor de él que el tránsito motorizado se organiza-.
Por ahora no sé cuan ejemplar resulte este caro llanado de atención; por lo pronto he notado que, mientras voy conduciendo y me sale al paso un verde que ya tira para amarillo, prudencia baja la velocidad de golpe y detiene el auto sin premura (entre tanto amarillo se instala como un sol, languidece en un pestañear y da paso al rojo para aparecer de nuevo en unos segundos, ponerme alerta y, con el verde al frente, regresarme a mis prisas, a mis afanes.
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1 comentario:
Yaruco
Que bueno leerte de nuevo, mira que esos europeos con las multas comprueban clarito a Paulov...
jajajaja la obediencia siempre me ha parecido una ilusiòn...
que gusto que regreses, un saludo y buenas vacaciones.
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