El Ecuador arde. La indignación se manifiesta y exige, esparce protestas, y, esta vez, se expresa con una voz que le pertenece (se conduce a sí misma, no es conducida, no podrá ser secuestrada). La paciencia exánime, la buena fé desengañada, la indiferencia conmovida, con los rostros que les son propios y los lenguajes que mejor les expresan están diciendo lo que el poder nunca quiso escuchar. Esta vez no hay intermediario que “de diciendo” —es decir, “desfigurando”, que es como se entiende en nuestra manera de tratar a las personas y a las palabras— alguna verdad, unos derechos, una parva de necesidades, la necesidad del respeto elemental.
Se agitan los ánimos, arde la indignación. Esperemos que la Razón encuentre su equilibrio (que encuentre ella a las personas que mejor puedan leer y entender nuestro país plurinacional, nuestro mundo multipolar, peligrosamente unívoco). Espermos que este reclamo al poder, tan justo como necesario, no arda en su propia llama para volver mañana, pasado mañana, a este ayer que no termina de pasar desde hace casi tres décadas.
El Ecuador arde y yo cantando (es a lo que más se parece literatura). Bueno:
Por la prensa me entero que Editorial Norma acaba en estos días de poner en circulación en el mercado ecuatoriano “Como una novela”, ensayo novelado de Daniel Pennac*, autor francés de nuestro mismísimo presente.
Pennac es un escritor que conozco de recién, hará a lo mucho dos años. Accedí a él por encantamiento (al parecer, la puerta más utilizada con este autor), sin amigo o amiga interpuesto, o el comentario especializado de revista o periódico alguno, de normal, las vías más transitadas hacia lo desconocido, lo otro y los otros. Sólo después he ido enterándome de quién es este señor y de las obras que ha publicado hasta el presente (novelas juveniles y ¡Oh sorpresa! libros de comics).
Fue así. Hace como dos años, en una clase a la que asistía entonces, la sabia profesora que la impartía, tuvo una vez la grata ocurrencia de pegar a una puerta, junto a informaciones que tenían que ver con el contenido del curso y nada con Pennac, el siguiente texto:
Los derechos imprescindibles del lector
1. El derecho a no leer
2. El derecho a saltarse las páginas
3. El derecho a no terminar un libro
4. El derecho a releer
5. El derecho a leer cualquier cosa
6. El derecho al bovarismo (enfermedad de trasmisión textual)
7. El derecho a leer en cualquier lugar
8. El derecho a hojear
9. El derecho a leer en voz alta
10. El derecho a callarnos
Como lo podran entender sin ir muy lejos, quedé deslumbrado de inmediato por esta concisa y gratificante declaración de amor a la vida.
Luego, tan pronto como pude, me hicé con un ejemplar de la versión original del libro y
uno en su versión castellana. El original fue publicado por Gallimard en 1992 y, casi inmediatamente, en 1993, en España por Anagrama (la edición que tengo es la novena, de 2003).
Estos molestosos datos los he citado a propósito de un par de detalles, más bien leves (algo nos dicen de la manera de leer un mismo texto en diferentes tradiciones, o de las leyes del mercado y sus tácticas).
En la versión francesa, luego de la dedicatoria que el autor pone al inicio del libro, en la página siguiente el autor hace el siguiente pedido a sus lectores:
Se ruega (les suplico) no utilzar estas páginas como instrumento de tortura pedagógica. D.P. (On est prié (je vous supplie) de ne pas utiliser ces pages comme instrument de torture pédagogique .D.P)
La versión española no incluye este pedido del autor pero, a cambio, pone una cinta publicitaria en la portada que contiene el siguiente texto:
“Leed cien veces este libro, los pedagogos, mil veces...Una esplendida reivindicación de la lectura desde unos presupuestos tan inhabituales pedagógicamente como de sentido común” (Cuadernos de pedagogía).
No sé si la edición de Norma respeta el pedido del autor expuesto al inicio del texto.
La lectura de este libro es gratísima. Las cuatro partes que lo conforman abordan las maneras cómo nos relacionamos (nos relacionan) con los libros, cómo niños y cómo adultos. No me desparramo sobre su contenido explicito en el decálogo anotado. Creo que éste es suficientemente rico como para movernos hacia él.
Me detengo más bien en otro asunto allí contenido: el bovarismo, el significado de esta palabra citada en el derecho número 6.
Hace ya algunos años leí con mucho entusiasmo Madame Bovary; como suele suceder a los jóvenes que se acercan a ese libro con un algo de fervor, terminé entonces enamorado de Emma, la madame de la novela. Me queda aún el recuerdo de aquella emoción; ésta encaja bien con esta definición francesa de la palabra en marras:
BOVARISMO: Palabra forjada a partir de un personaje de Flaubert, para designar una actitud caracterizada por el rechazo a la mezquindad cotidiana y la busqueda torpe de una vida más novelesca (en nuestra lengua, si se quiere, cabría el adjetivo sentimental).
En Les mots clés du francais au bac (Profil Pratique 422-423), de Paul Désalmand.
(Me parece que en lengua castellana esta palabra ha sido utilizada sólo por Ricardo Piglia. La leí en uno de sus textos ensayísticos hace también algunos años.)
Lanzo esta botella al mar a ver cuan derechos están estos derechos.
*http://www.france.diplomatie.fr/label_france/ESPANOL/DOSSIER/2000BIS/11pouvoir.html
P.S. En un lapso de 24 horas este texto ha sido “retocado”. No alterado: le he sumado los parrafos iniciales y limpiado unos ripios. Disculpas por ello.
19.4.05
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8 comentarios:
Ojo Latino:
es demasiada la coincidencia, justamente ando leyendo un libro sobre Flaubert es mas estoy escribiendo un post sobre este. El libro es hermosisimo se llama Flaubert`s parrot del ingles Julian Barnes.
Los derechos del lector los habia leido antes pero no sabia de donde eran, me has dejado con la curiosidad.
Parece que Emma esta rondando por muchos lados estos ultimos dias.
Edipa
me parece que el fantasma de Flaubert —cuyas apariciones suele hacerlas preferentemente con la máscara de Emma Bovary—, efectivamente, ronda „muchos lados“. Entiendo como „lados“ a tradiciones y lenguas distintas que despliegan por igual en la cátedra, el bar o la caminata en conversa. No deja de llamar la atención que este autor haya planteado en su obra, en las formas dadas a su obra, varias de las líneas de discusión principales en el siglo XX (y, por lo que parece, también del que acabamos de empezar). Una de ellas, la relación entre el creador y la obra artística, concebida a partir de entonces como un objeto autónomo, cuya elaboración está enteramente bajo control, pensada hasta la coma última y sofocado todo intento de improvisación. Es de agradecer en nuestra lengua el estudio hecho por Vargas Llosa en su „Orgía perpetua“, libro de ensayos bastante esclarecedor para entender la obra de Flaubert en la posmodenidad, y el rol del creador bajo tales rigores.
No he leído aún „El loro de Flaubert“. Tuve alguna vez la oportunidad de hacerlo pero, por alguna descosida razón, deje pasar ese chance. Dado tu encantamiento con el libro voy a buscarlo y ver que sorpresas me trae. Gracias por compartir el gusto que Barnes te provoca.
Que estés bien
(P.S. conoces las tesis sobre el cuento de Piglia?)
Hierofonte
Hasta antes de tu comentario, no había reparado en el uso tan común que damos a la palabra „quijotismo“, que, como lo anotas, sería el equivalente —vale decir mejor antecedente— masculino de „bovarismo“, con las añadiduras de género respectivas que el prejuicio o la usanza otorgan. No había reparado tampoco en la naturaleza literaria de los varios términos que usamos con regularidad en la conversación y que provienen justamente de la literatura. Me vienen a la memoria tres: „pantagruélico“, haber asistido a una cena pantagruélica, suele decirse. Otro „kafkiano“, para denostar lo laberíntico de un proceso (un amigo suele decir que leer a Kafka es kafkiano). Otro más, de poco uso pero lleno de claridad: „donjuanesco“.
A ver si continuamos con la lista.
Va un saludo
"Dantesco" siempre seguido de "incendio"... una de las descripciones ready-made más utilizadas por el limitado periodismo ecuatoriano.
¡Que vivan los clichés!
Pero los términos que señalas no provienen de la literatura, Hierofante.
Los griegos han dejado huella: complejo de Edipo, complejo de Electra, odisea, talón de Aquiles . . .
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