25.4.07
Sobre el arte conceptual
1 Los artistas conceptuales son místicos más que racionalistas. Llegan a conclusiones a las que no llega la lógica.
2 Los juicios racionales repiten juicios racionales.
3 Los juicios irracionales llevan a nuevas experiencias.
4 El arte formal es esencialmente racional.
5 Los pensamientos irracionales deberían seguirse de manera absoluta y lógica.
6 Si el artista cambia de opinión a mitad de camino en la ejecución de su obra, pone en riesgo el resultado y repite resultados pasados.
7 La voluntad del artista es secundaria al proceso que va de la idea a la concreción de la obra. Su voluntad bien puede ser puro ego.
8 Cuando se utilizan palabras como pintura y escultura, se connota toda una tradición, y esto implica la aceptación de esta tradición, imponiendo así sobre el artista una serie de limitaciones que lo llevarán a evitar hacer arte que vaya más allá de esas limitaciones.
9 El concepto y la idea son diferentes. El primero implica una dirección general mientras que el segundo es el componente. Las ideas ejecutan el concepto.
10 Las ideas pueden ser obras de arte: se encuentran engarzadas en una cadena de desarrollo que eventualmente puede encontrar alguna forma. No todas las ideas necesitan materializarse.
11 Las ideas no proceden necesariamente en un orden lógico. Pueden enviarlo a uno en direcciones inesperadas, pero cualquier idea debe, necesariamente, completarse en la mente antes de que se forme la siguiente.
12 Por cada obra de arte que se materializa hay muchas variaciones que no.
13 Una obra de arte puede entenderse como el conducto que une la mente del artista con la del espectador. Pero bien puede nunca llegar a la mente de éste, o dejar siquiera la del artista.
14 Las palabras de un artista a otro pueden inducir una cadena de ideas, si comparten el mismo concepto.
15 Dado que ninguna forma es intrínsecamente superior a otra, el artista puede usar cualquier forma, desde una combinación de palabras (hablada o escrita) hasta la realidad física.
16 Si se utilizan palabras, y provienen de ideas sobre el arte, entonces son arte y no literatura; los números no son matemática.
17 Todas las ideas son arte si se preocupan por el arte, y caen dentro de las convenciones del arte.
18 Por lo general, uno entiende el arte del pasado aplicándole las convenciones del presente, malinterpretando así el arte del pasado.
19 Las convenciones del arte son alteradas por las obras de arte.
20 El arte exitoso cambia nuestro entendimiento de las convenciones al alterar nuestras percepciones.
21 La percepción de ideas lleva a nuevas ideas.
22 El artista no puede imaginar su arte, como tampoco puede percibirlo hasta que lo ha terminado.
23 El artista puede percibir erróneamente una obra (es decir, entenderla de un modo diferente a su autor), pero este malentendido de todos puede dar comienzo a su propia cadena de pensamiento.
24 La percepción es subjetiva.
25 El artista no necesariamente debe entender su propio arte. Su percepción no es ni mejor ni peor que la de los demás.
26 Un artista puede percibir el arte de los otros mejor que el propio.
27 El concepto de una obra de arte puede involucrar la materia de la que está hecha la obra o el proceso durante el que se realiza.
28 Una vez que la idea de la obra se establece en la mente del artista y su forma final es decidida, el proceso se lleva a cabo a ciegas. Hay muchos efectos secundarios que el artista no puede imaginar. Estos pueden utilizarse como ideas para nuevas obras.
29 El proceso es mecánico y no debería interferirse en él. Debería seguir su curso.
30 Hay muchos elementos involucrados en una obra de arte. Los más importantes son los más obvios.
31 Si un artista utiliza la misma forma en un grupo de obras, y cambia el material, uno debe asumir que el concepto del artista involucraba el material.
32 Las ideas banales no pueden salvarse mediante bellas ejecuciones.
33 Es difícil arruinar una buena idea.
34 Cuando un artista aprende su oficio demasiado bien, hace arte demasiado cool.
35 Estas frases son comentarios sobre arte, pero no son arte.
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El artista norteamericano Sol Lewitt murió el pasado 8 de abril en New York a los 78 años de edad. Imposible dejar de lado el catálogo que Pagina 12 dispone a sus lectores en homenaje al artista, uno de los fundadores del arte conceptual y minimalista norteamericano.
No es mucho el tiempo transcurrido desde la vez última que ví en pantalla gigante a Sol Lewitt; mejor dicho desde que lo ví y leí las definiciones arriba transcritas que atraviezan y sirven de apoyo al documental Conceptual Paradise, de Stefan Römer.
Este exaustivo documental sobre este territorio artístico y su manera partícular de plantearse y representar el universo fue presentado en Zürich el pasado 2 de diciembre, en una función especial organizada por mi antigua profesora Dorothee Richter, a la que asistió su director.
Muchos nombres claves (todos del norte) desfilan por ese reporte visual: Vito Acconci, John Baldessari, Sabeth Buchmann, Hans Haacke, Hartmut Bitomsky, Joseph Kosuth, David Lamelas, Ed Ruscha, Peter Weibel , el interesántísimo Lawrence Weiner, entre otros. Y tras todos estos nombres y el mundo por ellos tramado, está como una constante, como su nombre, Sol LeWitt.
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La BBC sobre LeWitt
23.4.07
San Jordi en Suiza
Un soberbio honesto
Hay acceso libre al texto y hay como leerlo enteramente aquí.
También el semanario inglés The Economist trae en su número último un comentario sobre el preseidiente Correa y la consulta popular realizada el pasado 15 de abril en la que ganó su propuesta política con más del 80% de votos. Dispongo ese texto en la carpeta de comentarios.
19.4.07
Agradecimiento de JV
Pregunté luego a Javier Vásconez por correo electrónico si me podría confiar el texto que leyó en agradecimiento a los editores y colaboradores de la publicación para hacerlo público en Ojo latino. Acaba de remitirmelo — agradezco su gentileza y buena disposición.
Puesto que el texto es algo extenso (dos cuartillas) lo coloco en la casilla de comentarios. Pasen y leánlo:
(En la foto el autor y el poeta Iván Carvajal)
18.4.07
Candidato
El nombre de la túnica provenía de la ra raíz indoeuropea kand- o kend- (brillar), de la cual se han derivado palabras tales como candelabro, candente, candela, cándido, incandescente, incendio, etcétera.
Ningún derivado de candidus llegó hasta nosotros con significado directamente alusivo al color blanco, pero la blancura deslumbrante que la palabra latina candor expresaba en la lengua de los césares se mantuvo en el español candor, con el sentido de "sinceridad, sencillez y pureza de ánimo" que la palabra también tenía en latín. El Diccionario de la Real Academia Española menciona el sentido de "suma blancura" como acepción de candor, pero en la práctica esta palabra es muy poco usada con ese sentido.
Con la extensión de la democracia desde la segunda mitad del siglo XVIII, la palabra candidato es hoy harto conocida en toda la comunidad hispanohablante. No lo era antes de esa época, como permite comprobar el Diccionario de autoridades (denominación de la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española, 1729), que decía:
El que pretende y aspira o solicita conseguir alguna dignidad, cargo, ó empléo público honorífico. Es voz puramente Latina y de rarísimo uso.
Cabe añadir que las velas, candelas o cirios eran llamados en latín candela, en alusión al brillo que provenía del calor; de ahí la palabra candente, que en latín significaba ‘blanco o brillante como consecuencia del calor’, y la castellana incandescente.
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Como lo he hecho ya en otras veces de exigente tiempo, en las que apenas he dispuesto de minutos para dar cuenta de algo —un recuento, una crónica o alguna alusión— me he valido también esta de la mera copia.
La historia de la palabra "candidato" llegó hoy a mi casilla de correo electrónica, a donde me llegan con regularidad la de otras tantas que tejen y dan sustento a nuestra lengua —y reiteradamente no dejan de asombrarme. Las remite Ricardo Soca, de La Página del idioma español.
17.4.07
El plebiscito de Correa
15.4.07
Kurt Vonnegut se fue volando
10.4.07
La ley de la selva
Así titula y empieza la extensa crónica publicada en el número último de Vanity Fair sobre el proceso jurídico que se está llevando cabo entre Chevron y el Frente de Defensa de la Amazonía Ecuatoriana.
Once cuartillas electrónicas (18 en A4) en las que William Langewiesche, el corresponsal extrajero de la revista norteamericana, da cuenta de este percance ambiental desde un punto de vista objetivo, amplio, y por su postura, impensable incluso en los medios ecuatoriano críticos.
Valdría la pena traducir este reporte en su totalidad y publicarlo en algún medio. La crónica es esclarecedora y, puesto que está escrita con objetividad, muestra no sólo los intereses que están en juego, sino que describe, nombra, a personas y empresas por lo general innombrables o, en todo caso, fuera de toda sospecha. ¿Podrá traducir esta crónica algún blogger, periódico o revista ecuatoriana?
Vanity Fair es una revista americana de cultura, moda y política (disculpen la aclaración). En 2013 cumplirá un siglo de andar por las calles. Su competidor, casi igual de antiguo, es el The New Yorker (1925).
Han colaborado en sus páginas los “mejores escritores de la era” (pasada): entre estos, Aldous Housley, T.S. Eliot, Gertrude Stein, Dyuna Barnes. Muchos de los episodios de la historia contemporánea norteamericana se hicieron públicos en sus páginas.
Crónica en Vanity fair : Jungle Law
Entrevista a Pablo Fajardo
9.4.07
Los juegos de Vásconez
A la obra de Javier Váscones nos hemos referido en este espacio en tres oportunidades. La vez última, en octubre 2006, tuvimos el gusto de tenerlo como huesped. Su buena disposición hizo posible que entonces llevaramos a cabo un experimento comunicativo entre Zurich y Quito en el que sus lectores y los de este weblog formularon preguntas al escritor quiteño a lo largo de una semana.
Desde entonces no había tenido noticias del autor de El viajero de Praga. Pero ahora ha empezado a correr una bastante grata. Un libro que lo refiere. No un nuevo título suyo sino uno que analiza su obra: “Apuesta. Los juegos de Vásconez” que Editorial Taurus (Grupo Santillana) saca al mercado en estos días. Un libro-homenaje en el que colaboran 23 escritores, cuyos trabajos han sido compilados por Francisco Estrella. Los autores que perticipan en este libro son:
Jorge Aguilar Mora (México), María Aveiga (Ecuador), Fernando Balseca (Ecuador), Eduardo Becerra (España), Margarita Borja (Ecuador), Iván Carvajal (Ecuador), Adolfo Castañón (México), Rafael Conte (España), Wilfrido Corral ( Estados Unidos), Juan González Soto (España), Eva Guerrero (España), Daniel Leyva (México), Mercedes Mafla (Ecuador), Eugenio Marrón (Cuba), Iván Oñate (Ecuador), Javier Ponce (Ecuador), Carmen Ruiz Barrionuevo (España), Nora Sigal (Alemania), Guido Tamayo (Colombia), Leonardo Valencia (Ecuador), Victoria Vergara (Ecuador), Cristóbal Zapata (Ecuador).
_____________________Pagina web de Javier Vásconez
Nota de Diario Hoy (EC)
2.4.07
Giacomo Casanova
"Yo que quisé ser un Casanova he terminado siendo un triste Don Juan".
Las veces que repito el verso en conversaciones con amigos, me piden siempre una explicación —las amigas una confesión—. Pues sí, ni modo, la mayoría de personas interesadas en el tema no alcanzan a distinguir la diferencia existente entre estas dos maneras de acercarse a la mujer. A primera vista parecería que no tendrían por qué hacerlo.
Eso es una redundancia atroz, un oximorón de poco gusto, son por lo general los comentarios que arrancan el verso del poeta. ¡En esencia no veo allí diferencia alguna que valga la pena entre un Casanova y un Don Juan! ¡Los dos tipos son unos aprovechadores, unos pobres diablos igualados por la tristeza! Suele añadirse a estos nombres que sirven para adjetivar el comportamiento amoroso de un tipo de hombre.
Supongo que la similitud en el imaginario de las personas que desprenden estos dos personajes tiene que ver con su gloria indiscutible, trabajada a paso casi legendario por las numerosísimas generaciones que comentaron esas vidas y comportamientos, para aprender de ellas unas veces, las más para condenarlas renovadamente y pulverizar sus expresiones donde se mostrasen.
Ciertamente que si nos atenemos a las reglas de base de toda comparación, sería impropio juntar a estas dos figuras para buscarles semejanzas o contrastes asentuados. Don Juan —el burlador de Sevilla— es mera creación literaria, el mito más grande aportado por España al imaginario de Occidente, una obra de teatro escrita por el padre Tirso de Molina hacia 1630. Casanova fue una persona de carne, hueso y temblor, un tipo que hizo de su vida (1721-1798) la obra de arte que ha servido de guía no sólo a Balzac, Sthendal y Schnitzer, a Hoffmannstahl y a Rilke, a Sandor Marai, Myklos Szentkuthy, Marina Zwetajewa, y en América Latina, a Octavio Paz, Bioy Casares y, entre los autores vivos, al entrañable escritor Sergio Pitol.
No son la misma cosa un Don Juan y un Casanova a pesar de los libros y, en al menos las dos últimas décadas, los numerosos films que reforzan esta confusión. No son lo mismo a pesar de que Wikipedia los defina así .
Don Juan sembró su mito multiplicándose por Europa con toda su fuerza, de generación en generación contado en lenguas varias y recreado por afamadas plumas, por la música de Mozart y el instinto de Lorenzo da Ponte, por Molliere y de Laclos, Lord Byron y Zorrilla hasta el XIX, Max Frish mediado el siglo XX o Peter Handke al iniciar el XXI —para nombrar a unos poquísimos autores—; Don Juan toma lo que le interesa sin apenas preguntar; no le importa la manera o la forma de la que deba valerse para conseguir lo que quiere; para poseer el objeto deseado y, a continuación, olvidarlo sin el más mínimo remordimiento, como el personaje de Diario de un seductor de Kierkergard.
Casanova, no. El veneciano aprecia, distingue, valoriza, se deja encantar; Giacomo Casanova es un flojo de corazón: no duda, se enamora y procede: con júbilo y delicadeza donde la delicadeza debe; con júbilo, locura y generosidad donde la pasión así lo exige.
Philippe Soller tiene escrita una hermosa frase sobre este duo dinámico: Don Juan es el volcán, Casanova el jardín. Y la biografía de Casanova escrita por Lydia Flem (también biógrafa de Sigmund Freud) se traduce en español así "Casanova, el hombre que amaba de verdad a las mujeres".
Una vuelta de tuerca en la saga don juanesca sería la que nos propone Milan Kundera cuyos personajes nos recuerdan un aspecto importante en toda relación, el de la separción, de la separación como arte: un Don Juan contemporáneo debe provocarla pero de tal forma que sea la mujer la que al final deba disculparse por abandonarnos, por dejarnos de lado y marcharse en busca de una mejor vida.
Este es un hermoso tema que parece no tener fin (como mi tiempo), por ello lo dejo esta vez en este punto. Dejo también de lado la saga cinematográfica y las numerosas cintas inspiradas en estos dos personajes, de resultados pobres en el caso de Casanova (no es otra cosa la película de Lasse Hallström), no así en el de Don Juan, más camaleónico y mejor dispuesto a la hora de tejerse en la pantalla gigante (valga de muestra la grata Broken flowers de Jim Jarmusch).
¿Pero por qué he abordado este tema? Para invitarles a leer un texto en verdad hermoso y bastante completo — a lo mejor ya lo conocen—. Apareció el pasado julio en Letras libres, firmado por Juan Villoro, como adelanto a la publicación de las memorias del Caballero de Seingalt, Giacomo Casanova en Editorial Renacimiento. Por lo que he podido comprobar, las memorias anunciadas para el pasado otoño no han aparecido aún. Por mi parte, como no he querido dejar escapar otra vez esta fecha, dos de abril, me he metido con el tema —más bordeándolo que abordándolo.
El dos de abril de 1721 nació en Venecia Giacomo Casanova. Leí sus memorias en serio por primera vez en 1996, en una edición argentina que tenía las anotaciones del dueño del libro, Benjamín Carrión; las releí en los tres tomos de Aguilar; he revisado siempre con provecho la versión en siete tomos de la edición original alemana (censurada por su primer traductor), que es de donde se tradujeron las versiones a los demás idiomas hasta mediados los años ochenta (incluida a la francesa), y repasado la edición francesa genuina que se publicó por primera vez solamente en los años ochenta. He leído con mucho gusto a los autores posibles que han escrito sobre el veneciano, una larga lista de admiradores a cuyas obras he sido conducido por la admiración compartida.
"Yo que quisé ser un Casanova he terminado siendo un triste Don Juan".
Le vi anotar al amigo sobre una hoja de papel.
Las veces que repito el verso en conversaciones con amigos, me piden siempre una explicación —las amigas una confesión—. Pues sí, ni modo, tengo dos autores que me gustan muchísimo y nunca dejo de leerlos con humildad y admiración, Giacomo Casanova y Michel de Montaigne.
Casanova y Mastroiani, Fernada Solorzano
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