26.9.11

Gustavo Salazar

La columna semanal que publica Don Jorge Salvador Lara en Diario El Comercio de Quito, tiene esta vez por tema la serie "Cuadernos A pie de página". Se trata de trabajos publicados en Madrid, en verdad, desconocidos por el público lector. La serie, que se mantiene abierta a sorpresas futuras, está conformada hasta ahora por tres cuadernos, dedicado cada uno a un escritor ecuatoriano nacido alrededor del 1900. Estos trabajos han sido imaginados, escritos, financiados y editados por Gustavo Salazar – su presentación en Quito, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, me entero leyendo la nota, se ha llevado a cabo la semana pasada.

Reflexivo, admirativo, es el sumario que hace Don Jorge de estos cuadernos y, puesto que muy pocos lo saben, de las publicaciones todas hechas hasta la fecha por nuestro autor-editor. En conjunto, se trata de trabajos de naturaleza poco común en el medio, esencialmente investigativos, ricos en datos, amparados en documentos que han sido salvados de bibliotecas y archivos, muchas de las veces, insospechados, lejanos entre sí, casi imposibles de recavar o de imaginar siquiera su existencia como la de los mismos documentos. Los resultados, sea en forma de libro o de cuaderno, como es el caso de estos tres que motivan la nota, comparten una constante: portan siempre en sí algo nuevo, algún material descuidado por la crítica, desconocido en la academia, olvidado por la mala lectura de las generaciones de lectores ecuatorianos transcurridas en los últimos sesenta años. Sus apariciones tienen la rara cualidad de ampliar perspectivas, alterar puntos de vista y visiones conocidas de la vida y obra del autor que trata o, simple, contundentemente, la de presentarnos y devolvernos a un autor cuya valía había sido omitida por las instituciones académicas, como sería el caso de César E. Arroyo. Como se podrá comprobar a continuación, nada comunes son estas publicaciones en el entorno de la literatura ecuatoriana, y quiza por esto mismo, no valoradas como debieran serlo, como suguiere Don Jorge o, desde otra perspectiva y otro entorno, lo hace el académico escocés Niall Binns.

He leído con gusto las palabras que Don Jorge dedica a Gustavo en el espacio de su columna semanal. Hace un par de meses, con sorpresa, leí las que Niall Binns pronunciara en la presentación hecha en Madrid de estos mismos cuadernos. Los escrúpulos me han impuesto la costumbre de jamás juntar en uno el territorio literario con el de la justicia; sin embargo, si estos pudiesen coincidir alguna vez, intuyó que la sensación que se experimentaría sería similar a la que he sentido leyendo el texto que Niall Binns dedicará a los trabajos de Gustavo Salazar.

Cuadernos a pie de página 1: Pablo Palacio
Cuadernos a pie de página 2: César Arroyo
Cuadernos a pie de página 3: Gonzalo Zaldumbide

P.S. Simón Espinosa sobre GS en Diario Hoy en Agosto 2012


-->
Gustavo Salazar y sus Cuadernos “a pie de página”: Gonzalo Zaldumbide


Niall Binns


Cuando conocí en Madrid, hace cuatro años, al novelista Javier Vásconez, me habló de un sabio que trabajaba en el Consulado de Ecuador. Tardaría un par de años en conocerlo en persona. Se refería, por supuesto, a Gustavo Salazar, el cerebro y el autor de estos cuadernos. Después de los libros anteriores, dedicados a Pablo Palacio y César E. Arroyo, esta misma semana Gustavo ha publicado su nueva entrega sobre el notable ensayista Gonzalo Zaldumbide.

Esta pequeña colección –porque si dos son pareja, tres son ya colección– se llama Cuadernos “A pie de página”. El título es curioso e intencionado. Dialoga, evidentemente, con las notas a pie de página que estamos acostumbrados a ver, y algunas veces a leer, en los libros eruditos. Pues en cierta medida, habría que leer estos tres cuadernos a pie de página como extensísimas notas a pie de página a todo lo que se ha dicho y todo lo que se ha escrito sobre Pablo Palacio, César E. Arroyo, y Gonzalo Zaldumbide.

Un prestigioso historiador de la Universidad de Princeton, Anthony Grafton, ha escrito un libro precisamente sobre el tema de las notas a pie de página. The Footnote. A curious history (1999), se llama, y ofrece, en efecto, una historia curiosa. Habla, por ejemplo, de la nota a pie de página más extensa de la historia, que va de la página 157 a la 322 en una historia del condado de Northumberland, publicada en 1840 por el inglés John Hodgson. 165 páginas de nota. Lo cierto, dice Anthony Grafton, es que la nota a pie de página se multiplica con las nuevas exigencias de rigor y objetividad que surgen con la modernidad. Se convierte en la marca inequívoca del investigador moderno, que considera su materia –aunque sea humanística: la historia o la filología– una ciencia. Es la herramienta que distingue al profesional del aficionado. Es la prueba de que el investigador ha hecho sus deberes, ha visitado los archivos necesarios, ha consultado los documentos clave, ha repasado exhaustivamente toda la bibliografía sobre el tema. Es la marca de su legitimidad, la garantía de su calidad.

La nota a pie de página puede ser, también, y así lo reconoce Grafton, algo antipático. Interrumpe el flujo de la lectura, obligando al lector a andar constantemente bajando y subiendo por la página, del texto a la nota, de la nota otra vez al texto: y luego ¿dónde estaba? ¿por dónde iba? Decía el dramaturgo inglés Noël Coward que leer una nota a pie de página es como cuando alguien toca el timbre mientras estás haciendo el amor, y tienes que levantarte de la cama, bajar por las escaleras, abrir la puerta, despachar a la visita, y cuando vuelves a subirte al dormitorio ya nada es igual. El historiador de Princeton ofrece otras analogías para señalar lo antipático que pueden ser las notas a pie de página. El zumbido de la erudición de las notas, dice, es como el chirrido de un taladro dental, algo molesto y persistente que hay que aguantar para que la ciencia funcione. O bien, dice Grafton: la nota a pie de página es tan fundamental a la vida civilizada como la alcantarilla. Sólo llama la atención cuando funciona mal, cuando la ciencia falla, cuando el investigador o el ingeniero no ha hecho sus tareas.

Creo que es en este sentido en el que hay que entender este título de Cuadernos “A Pie de Página”. Hay huecos, olvidos y tareas pendientes en lo que han escrito los investigadores sobre estos tres escritores ecuatorianos. Gustavo Salazar quiere suplir con su trabajo esas lagunas, esas fallas, esa falta –quizá– de rigor y objetividad, aportando una serie de documentos –artículos, reseñas, cartas y fotografías– que constituyen en su conjunto enormes y abigarradas notas a pie de página a lo que la crítica ha escrito sobre los tres autores.

Además, hay que decirlo, estos cuadernos son una prueba luminosa de que el rigor puede ser, no molesto ni antipático, sino realmente fascinante. Los textos reunidos en estos tres cuadernos permiten conocer, por una parte, el lado más humano de los escritores en su correspondencia con sus pares; permiten ver, en el caso de Arroyo y de Zaldumbide, el riquísimo diálogo que establecieron con grandes figuras de la intelectualidad española e hispanoamericana; y permiten conocer mejor el impacto de sus obras, tanto en Ecuador como en el resto del mundo hispano, mediante el intercambio epistolar y las reseñas de sus libros.

En este último cuaderno, me gustaría señalar algunas cosas que me han parecido particularmente interesantes. Están, por ejemplo, los dos pequeños textos sobre Zaldumbide de Rafael Cansinos Assens, maestro de la vanguardia en Madrid, que muestra que la relación entre los dos empezó con cierta frialdad, sobre todo –se intuye– por el atrevimiento que tuvo el ecuatoriano al matizar el valor de dos de sus libros: según Cansinos, Zaldumbide los encontró “demasiado modelados con piedras de la península”, demasiado “insulares”, y criticó en ellos la ausencia de la literatura extranjera. Es evidente que a Cansinos le desconcertó este hispanoamericano afrancesado, que lo visitó junto al venezolano Rufino Blanco Fombona. Así lo describía: “Este nuevo amigo, pequeñito, comedido, fino y lento, como metido en una urna de cristal finísimo, es todo lo contrario de este aborrascado Fombona y hace pensar en la América sin grandes volcanes, sin flora gigantesca ni largas tempestades, que es acaso la más verdadera América, pero que desencanta un poco”. Ese tipo de hombre frío y lleno de “prudente reserva”, que hablaba francés y tenía formación francesa, le resultaba muy ajeno a Cansinos y, sin duda, muy poco exótico... No obstante, a pesar de estas reticencias, es de reseñar que Cansinos no pudo dejar de elogiar la belleza y la inteligencia de los libros de Zaldumbide sobre Gabriel D’Annunzio y Henri Barbusse.

Cansinos no comulgaba, a nivel personal, con el galicismo mental de Zaldumbide, pero los hispanoamericanos que escribieron sobre él y su obra incidían una y otra vez en su calidez, y en la generosidad con la que los acogía en sus distintos destinos diplomáticos, desarmando así emocionalmente a los que llegaban –como el beligerante mexicano José Vasconcelos– cargados potencialmente de discrepancias y de antagonismo intelectual. Así, el colombiano Alejandro Vallejo, que lo entrevistó en 1927, comentaba hacia el final de su texto: “Gonzalo Zaldumbide es un hombre de una gran simpatía y una gran gentileza. Aunque no siempre sus palabras convencen, y a veces se siente uno al otro extremo de sus opiniones, no he querido yo discutirle. Primero porque no ha sido a discutir que yo he venido sino a tomarle opiniones para el público más que para mí. Pero sobre todo porque es tan cordial, tan extremadamente cordial, el ambiente en la casa de Zaldumbide, que una opinión contraria, aun sobre las más abstractas cuestiones, tendría allí cara de mal huésped”.

Muchos de los grandes intelectuales hispanoamericanos del comienzo del siglo compartían esta admiración hacia Zaldumbide. En este libro de Gabriel Salazar se encuentran los testimonios de José Enrique Rodó –sobre el que el ecuatoriano escribió uno de sus libros centrales–, y de muchos de los llamados “arielistas”: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón. Zaldumbide es, con ellos, uno de los fundadores del pensamiento hispanoamericano moderno.

Por otra parte, están también en este cuaderno los comentarios sobre la obra de Zaldumbide, más matizados y marcados irremediablemente –como señala Gustavo Salazar en su prefacio– por sus diferencias ideológicas, de ecuatorianos como Joaquín Gallegos Lara, Alfredo Pareja Diezcanseco, Jorge Carrera Andrade y Humberto Salvador.

Antes de terminar, me gustaría señalar tres momentos que me parecen de un interés muy especial en este cuaderno. En primer lugar, el intercambio epistolar con Gabriela Mistral, que le pidió un prólogo para su libro Tala: un libro central, sin duda, en la decisión de concederle el Premio Nóbel en 1945. El libro de la Mistral se publicó al final sin prólogo, pero el simple hecho de pedírselo es una muestra en sí de la enorme estima que tenía la chilena por Zaldumbide. En segundo lugar, se reproduce aquí una poco conocida entrevista que le hizo en 1924 el gran César Vallejo, curiosa sobre todo por la forma lacónica y tartamudeante en que el poeta peruano articula su discurso. Y luego está la entrevista ya mencionada, del otro Vallejo –el colombiano Alejandro Vallejo–, en la que Zaldumbide toca temas centrales en sus ensayos –como el americanismo literario, que le parece una ridiculez, y el “descastamiento”– pero los toca, hablando, con un desparpajo muy entrañable. Daré un solo ejemplo. Cuando el colombiano le pregunta si cree que Rodó “ha calado en América” y si se han escuchado las palabras de Ariel, Zaldumbide responde lo siguiente:

Mejor que no... en ese concreto punto de Ariel. Es un reparo que tal vez no se le ha hecho a Rodó. Ese exceso de idealismo del Ariel estaba bueno para predicárselo a pueblos fenicios, a masas de traficantes. Por eso el Ariel debió escribirse en inglés, o mejor en yanqui. En los Estados Unidos hubiera estado muy bien. Pero a nosotros nos conviene lo contrario. Nuestras pequeñas repúblicas están pobladas de soñadores. Somos pueblos perezosos, enamorados de las quimeras, de manera que predicarnos más idealismo era inyectarnos la pereza, la inacción, el sopor que de sobra tenemos. A nosotros, se nos debe predicar lo contrario, el amor a la tierra sobre todo... Yo creo que el enriquecerse no es inmoral. La riqueza trae el bien. La necesidad más urgente para Hispano América es una instalación de material firme. Después vendrá lo demás. Siempre nos quedarán poetas de sobra. Los poetas no se mueren. Si el salchichero vive, el poeta puede vivir. Pero si el salchichero muere, ¿quién alimenta al poeta? Para ser idealista con eficacia hay que ser rico o fuerte.

Se trata, no cabe duda, de una perspectiva ajena a las ideas dominantes sobre la identidad hispanoamericana, y su conservadurismo y su extranjerismo bastan en sí para entender por qué Zaldumbide fue un autor incómodo para la mayoría de los intelectuales ecuatorianos del siglo XX. Sólo diría –para establecer un vínculo dentro de una nutrida línea de ensayistas conservadores–, que tienen mucho que ver estas palabras con un ensayo del chileno Jorge Edwards, titulado “La culpa de Rodó”, que cuenta precisamente lo que dice Zaldumbide, y critica en Hispanoamérica el exceso de idealismo, de vaguedad, de autocomplacencia y de palabrería.

Me gustaría terminar celebrando en Gustavo Salazar su envidiable sabiduría. Cada vez que converso con él vuelvo a casa con una nota mental de al menos media docena de libros que necesito, urgentemente, leer. Admiro su rigor, admiro esa labor detectivesca y sin duda obsesiva de ir peinando hemerotecas, registrando archivos, en busca de la siempre elusiva carta, libro o artículo. Y admiro su pasión, su hambre de conocimientos. Es un verdadero bibliófilo, o bien –podemos decirlo así, reivindicando la imagen–, un ratón de biblioteca, y en eso creo que me reconozco, por lo menos en parte, en él. Un ratón de biblioteca o como decimos en inglés, un bookworm: un gusano del libro. Qué curioso, cómo los enemigos del libro –los que miran con ojos suspicaces al que ha leído demasiado, al que sabe demasiado– han fijado en el imaginario popular estas imágenes. Porque los pequeños roedores y los insectos –gusanos, polillas, carcoma, pececitos de plata, termitas, se alimentan del libro destruyéndolos. En cambio, el ratón de biblioteca, el gusano de libros, se alimenta de libros para dar luz a otros nuevos libros.
 
Recordemos, para terminar, las palabras de Francis Bacon: “Some books are to be tasted, others to be swallowed, and some few to be chewed and digested”. Algunos libros son para probarlos, otros para devorarlos y unos pocos para masticarlos y digerirlos. Pues yo os recomiendo, con mucho fervor, el muy rico alimento de estos tres cuadernos “a pie de página” de Gustavo Salazar.

-->
-->

8.8.11

El sistema económico creativo de Gabriel Orozco

En no pocos asuntos de la vida pública –bueno, digamos más bien, en muchas fascetas de la comunicación – me es difícil no usurpar el título que Raymon Carver diera a uno de sus libros de relatos: De qué hablamos cuando hablamos de amor (What we Talk About When We Talk About Love ). Suelo asociar este enunciado, sobre todo, cuando leo comentarios y crónicas que reseñan exposiciones, obras de arte y posiciones artísticas. Los términos arte y arte contemporáneo, al menos en este plano, remplazan con holgura el término exasperado de Carver: ¿De qué hablamos cuando hablamos de arte contemporáneo?

Sí, hablamos de ello mismo, de lo uno y lo otro, de los límites definidos del primero y del todo vale del segundo, centellante en sus mejores momentos pero por lo general indiferente y, en gesto de fortaleza, desmemoriado. El arte sopesa y, amparado en códigos memoriosos, sospecha del desparpajo y las formas del segundo. El arte contemporáneo ríe, sonríe, coquetea, apurando los momentos, se va para aparecer en otro sitio con otro ropaje. Casi todo le vale lo mismo, salvo el precio y el valor de obras que ascienden a los cielos vistosas y fulgurantes, para esparcirse luego en guijarros ciegos por la noche infinita, sin dejar más pista que el recuerdo de su fulgor.

A pesar de la transparencia, la calidad y las demasiadas luces, no es fácil ver. No al menos palpar con los sentidos en pleno lo que se nos muestra como arte sin tener la impresión del embauco. Por ello me gusta escuchar, leer las palabras de los artistas, para, si no disipar mis dudas todas, darme apoyos para entender lo que voy viendo o no perderme del todo. En esas he estado o estoy siempre: en estas acabo de dar con una entrevista hecha a Gabriel Orozco hace poco, a propósito de las exposiciones antológicas de su obra expuestas en el Moma de Nueva York, el Centre Georges Pompidou de París, el Kunstmuseum de Basilea y la Tate Modern de Londres. Visité la muestra de Basilea curada por Bernhard Mendes Bürgi en abril del 2010. Ví entonces obras que no había visto antes, volví a encontrarme con otras, eché en falta algunas – por ejemplo la serie de videos hechos en Super8. Salí de la muestra alegre y falto de palabras. No supe cómo asirla en términos que fueran más alla de la impresión grata. Y continué mi camino, me fui por los días y las noches y otras muestras y olvidé valorar lo que allí ví. Hoy, repasando Letras Libres, doy con esta entrevista que, a riesgo de parecer excesivamente técnica, ha logrado aclarar mi visión de entonces.

 Entrevista con Gabriel Orozco


"El artista se posiciona con su obra entre las distintas fuerzas sociales y establece una estrategia de acción. Y en el establecimiento de su sistema económico, creativo y productivo está el germen de la distribución social de su trabajo. La posición del artista en el mercado, así como en lo político y en lo social, es resultado de la economía originaria de su trabajo como sistema de producción. Para mí fue muy importante entender esto y me parece indispensable para analizar cualquier tipo de arte que esté generando un diálogo público en el mundo del arte o en la academia, la vida política, la moda o el espectáculo. El sistema económico creativo que le dio origen a mis primeras prácticas ha generado su propia inercia de tránsito por diversos circuitos de intercambio social." G.O.

 

11.7.11

El arte quiteño



Crecimos con los cables cruzados. Lo tuvimos siempre al frente pero nos llegó de oídas. Las frases que van en una dirección se cruzan con conceptos que vienen de la otra, de otras partes, con vocablos que dan vueltas, sobrevuelan, se desplazan, borbotean sobre esa edad específica del arte que vivió este entorno social que hoy es la capital de los ecuatorianos: la Escuela de Quito, la Escuela Quiteña, el arte barroco andino, los maestros invisibles, anónimos, la colonia, el arte colonial, el catolicismo ortodoxo, la expresión, el Expresionismo, los mundos cerrados, jerarquizados en los que los artistas y artesanos pintaron, tallaron y cifraron cuidadosamente su huella, la de su huida – de la época que les tocó vivir, de las condiciones que les fueron impuestas para, a pesar de ello, dar forma a su arte. Fue todo un tiempo cuya hechura no ha dejado de perseguirnos quizá porque nos sugiere, nos habla e increpa.

Las obras de estos maestros las vimos de niños, adolescentes o jóvenes. Entrar a una iglesia era lo más normal del mundo, era como ver pasear un perro por una esquina. Por tanto, el recuerdo de lo visto, indiferente o referencial, ha estado siempre implícito en nuestros relatos, nos ha seguido por los años como un interrogante o, mejor, como la respuesta ejemplar a una pregunta que no acaba de escribirse porque no atinamos con la palabras que reflejen cuanto está ante nosotros.

Es la mañana de lunes 11 y estamos a punto de salir al convento de Santa Clara a ver la Exposición "El Arte Barroco de Quito". Voy preparado para ese encuentro. Ya compartiré mis impresiones de ello.

___________
Gloria del cielo en el arte de Quito
Sobre los constructores de la vieja ciudad
Escuela Quiteña


1.7.11

Yo aventuro una respuesta mejor que la suya

Desde el pasado jueves estoy en Quito, de paso. Vuelvo a esta ciudad que la identifíco también como mía –soy de Riobamba– a los dos años. Salvo por teléfono, no he podido aún saludar personalmente a mis amigos, a los que veré en los días que vienen. Un compromiso, por suerte, depachado ya, más minucias previstas e inesperadas, se han apropiado de casi todas mis horas. Sin embargo, entre salto y sentada, hojeo la prensa impresa, la que de normal leo a través de la red. Y en la del pasado domingo encontré algo que me llamó la atención, en el suplemento Familia de Diario El Comercio. Es un texto de preguntas planteadas por Doña Laura Jarrín que se cierra con una respuesta sugerida que a mi no convence del todo. Como el texto es corto, lo copio, y a continuación anoto mi respuesta – que en verdad no es mía, pues se trata de un verso dicho por un poeta nuestro, Paco Benavides. Entonces:



Yo me pregunto...¿Por qué es tan difícil llegar a acuerdos? ¿Por qué nos molesta tanto perder? ¿Por qué no podemos ceder jamás? ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar? ¿Por qué no podemos decir lo que sentimos? ¿Por qué no aceptamos lo que nos dicen? ¿Por qué si nos gusta tanto criticar no podemos soportar la crítica? ¿Por qué culpamos a diestra y siniestra pero jamás aceptamos la culpa propia? ¿Por qué hablamos mal del prójimo pero nos enferma saber que alguien habla mal de nosotros? ¿Por qué mentimos sin rubor pero nos enojamos cuando nos damos cuenta de que alguien nos mintió? ¿Por qué damos consejos que no nos piden pero nos exaspera que alguien nos sugiera algo? ¿Por qué exigimos que nos crean pero no confiamos en nada de lo que nos dicen? ¿Por qué culpamos al resto de lo que nos sucede pero somos incapaces de aceptar nuestros errores? ¿Por qué, como dice ese sabio refrán, vemos siempre la paja en el ojo ajeno pero jamás la viga en el propio? ¿Es acaso nuestro ego el que impide que razonemos y aceptemos que somos simples mortales con fortalezas y debilidades, con aciertos y desaciertos?¿O se trata en el fondo de un complejo de inferioridad que nos agobia de manera tal que logra desubicarnos? "Vanidad de vanidades, todo es vanidad", esta cita del Libro de la Eclesiastés pudiera ser la respuesta.
La respuesta del poeta sería esta: Porque a mi me gusta hacer a los demás lo que no me gusta que los demás hagan conmigo.


22.1.11

Bill Viola

En el especial de Babelia por sus primeros 20 años, hay una serie de textos de lo más interesantes. Cada una de sus secciones, de sus convidados, desde su particular ámbito, celebra el tiempo transcurrido de este publicación dedicada a las letras y las artes echando una mirada al camino recorrido.
Mi lectura se detiene con especial interés en un texto del artista newyorkino Bill Viola, reflexivo y transparente. Admiro mucho sus trabajos; para el camino que hay que recorrer como público impenitente los considero propicios, pues nos sirven como referencia crucial para no perder el paso mientras nos adentramos por entre la selva, la inaudita selva de imágenes que poblan las horas de cualquier mortal conectado o desconectado a la hora del reloj planetario.
Cuando ví por primera vez uno de sus vídeos (Ancient of days, 1979), sin saber quién lo había imaginado y tramado y, peor aún, sospechar de la trayectoria de su creador, quedé punzado, perturbado y curioso por saber más de esa obra y el artista que la había imaginado o, sencilamente, en su busqueda, dado con ella: era la calidad de las imágenes y el tempo de la obra, su manera de contradecir el fluido temporal pero para volver sobre él pletórico de sospechas y sugerencias. Entonces, recuerdo, quedé ecantado como un niño feliz: había dado con una mina insospechada, una ruta, una posibilidad que me expresaba mientras miraba, mientrás intentaba adentrame, primero con los meros sentidos, luego con un vocabulario forzado de urgencia por entre sus segundos dilatados, sus imágenes tan perfectas como fantasmagóricas.
Viola no es un desconocido, no está demás, sin embargo, volverlo a visitar. Su texto magnífico nos da esa oportunidad. Y de paso, un video que nos resume su vida en 60 segundos:



-----------
Página oficial de Bill Viola

4.1.11

The Future of Art

Ha visto alguién ya este documental? Si no, a seguirle la pista, es prescindible desde luego, pero vale tomarlo en cuenta para tener una idea de esa vistuosa ruta que recorren muchos artistas y sirve de referencia a otros, sinde jar de ser exactamente eso, una ruta más.

2.1.11

Giacomo de nuevo

Acabo de dar con el Blog de Lydia Flemm, una escritora francesa que mucho admiro. Entre las entradas de su bitácora, encuentro un video y una serie de fotos en las que, junto a ella, posa sonreido mi estimado autor Philippe Sollers. Se trata de documentos registrados el pasado 9 de marzo de 2010, en la Bibliothèque Medicis. Les unía esa tarde o noche un asunto de interés compartido: El manuscrito original de "La histoira de ma vie" de Giacomo Casanova, que lo adquirió por esas fechas la Biblioteca Nacional de Francia por siete millones de Euros, el precio más caro, nunca antes pagado por documento alguno.

Euros aparte, me interesa el afan compartido de estos dos autores por el Caballero de Seingalt. Madame Flem publicó en 1995 Casanova ou l'exercice du bonheur, una hermosa biografía sobre el veneciano en la que, de la mejor manera posible -nunca mejor dispuesto el tacto, la observancia femeninas- intenta corregir el tremendo malentendido que pesa sobre la figura de nuestro veneciano de marras (Es castellano hay una versión del libro bajo el nombre Casanova, el hombre que amó de verdad a las mujeres). Desde otra perspectiva, pero apuntando en igual dirección, lo ha venido haciendo Philippe Sollers. Varios son los títulos dedicado a Casanova (ver aquí una lista), pero destaco uno aparecido en 1992 Casanova, l'admirable, que acaba de reeditarse en francés; lastimosamente, no tenemos una versión en nuestra lengua.
 


Empezar el año trayendo a mientes a estas dos personas es de mi completo agrado. A finales del 2011, si no se cruza nada inesperado en el camino, ellos serán de nuevo noticia. Monsieur Watzlawick, el editor de "L'intermédiaire des casanoviste" me comenta por mail que la Biblioteca Nacional de Francia prepara una gran exposición sobre el veneciano, a la que, paralelamente, se juntan los esfuerzos de Editorial Gallimard (Sollers es su director) que prepara su edición definitiva y anotada de la Historia de mi vida.

Lydia Flem et Philippe Sollers, (photo Thierry Sauvage)

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...