29.8.06

La carta de Günter Grass

Mucha tinta y millones de bytes han hecho correr por todo lado las declaraciones que Günter Grass hiciese en la entrevista que el Frankfurter Allgemeine publicara el pasado 12 de agosto, a propósito de unas líneas contenidas en “Bein Häuten der Zwiebel”, sus memorias y más reciente libro publicado.

Grass, a sus 78 años, premio Nobel de Literatura 1999, hasta el día 11 de agosto de 2006, goza de una estatura intelectual y moral reconocida por gran parte del pueblo alemán y los lectores de todo el mundo. No en vano: en su obra y en su vida pública viene enfrentando con tenacidad desde hace cinco décadas a ese fantasma del pasado que no pocos alemanes (y personas de otras proveniencias) han querido revestirlo de silencio y hacer como si nunca hubiese existido o, en el mejor de los casos, confundirlo con el de la ópera, es decir, un personaje de la irrealidad. ¿Cómo es que, antes de la guerra, el Nacional Socialismo, impulsado por un loco criminal inconmensurable cautiva la atención del entonces pueblo más culto de Occidente y le abre el paso hacia el poder no sólo con facilidad sino, por lo que la historia va legando, con beneplácito? ¿Cómo es que esa gente de clase media, emprendedora, culta y de buena voluntad, se deja encandilar por una escuadra de fanáticos pensantes y les permite diseñar y ejecutar una catástrofe cuyas consecuencias no acaban de terminar? La obra de Grass aborda estos interrogantes; la voz con la que se abre paso, tanto en su prosa como en la discusión política, es una en las que se apoyara el pueblo alemán de la posguerra para nombrarse a sí mismo, para identificarse en ese tiempo destruido del que debió nuevamente levantarse con dignidad y no con la pretendida amnesia que para otros tantos —para el mismo poder— habría sido el camino a seguir; voz-espejo ésta que permitió a su sociedad mirarse, mirar alrededor y emprender el camino que debía. A cuestas con el peso incómodo de la memoria ciertamente, sin embargo, privilegiando insistentemente la dignidad humana, sin omitir el dolor propio y ajeno.

Transcurrido más de medio siglo, nuestro autor viene y nos comenta en una entrevista un fracmento de su juventud desconocido hasta ahora por sus lectores (pero no por el gobierno de los USA que lo sabía desde el 24 de abril de 1946), haber ingresado en las Waffen-SS cuando tenía 16 años y once meses y haber permanecido en ellas por siete meses.

Desde el 12 de agosto de 2006 la estatura moral e intelectual de Günter Grass está en entredicho. No para todo el mundo ciertamente, en cuya parte me sumo; si entre aquellos que discrepan de su visión política y no comparten en nada sus actitudes. Me atrevo a suponer que entre sus lectores, esta vuelta de tuerca en la memoria alemana que ha hecho brincar las alarmas en periódicos y revistas de todo el mundo, terminará multiplicándo el respeto a la personalidad y la obra de Grass que de momento parecería disminuido.

El pasado 23, el mismo Frankfurter Allgemeine traía entre sus páginas la carta que el autor alemán escribiera a Pawel Adamowicz, alcalde de Danzig, su ciudad natal, dándole su punto de vista sobre esta situación. Días antes, varios comunicados anunciaron que la ciudad iba a retirarle al autor su “ciudadanía de honor”. No se hizo tal cosa finalmente. Por otra parte, Lech Walesa, que al inicio se pronunció también en contra del autor, luego de leer la carta dirigida al alcalde de Danzig, retiró sus palabras y se sumó a la lista de los que lo defienden.


Puesto que he visto en varios periódicos y blogs alusiones a los contenidos de esta carta, cuya versión en español no la he encontrado hasta ahora, me permito alcanzarles una traducción provisional. Las personas que dominan la lengua alemana pueden darme una mano con las posibles imprecisiones que se puedan encontrar en mi versión (la carta original la coloco en la sección de comentarios).

Termino esta introducción con la visión que da de este asunto el profesor suizo Peter von Matt, reconocido germanista al que ya nos hemos referido antes en más de una ocasión.


Julian Schütt periodista del semanario Weltwoche, entre otras cosas, le pregunta los iguiente:

¿Qué es para usted escandaloso: la filiación a las Waffen-SS, la confesión tardía de esa filiación o el hecho de que Grass utilice a una de las organizaciones más criminales en la historia de la humanidad como instrumento publicitario de su Autobiografía?


Eso de instrumento publicitario no lo creo, porque él no lo necesita. Ese reproche es mezquino. La filiación de un muchachito en esa tropa, no era escandaloso en el contexto de aquellos años. La contrariedad fue el silencio. Eso era una mentira habitual. Ninguna mentira a si mismo. Nadie está obligado a mostrar en el noticiero el esqueleto que guarda en el armario. Salvo cuando justamente él mismo se convierte en moralista.
....
¿Afecta la memoria culposa de Grass a su obra literaria y su rol como instancia moral en la posguerra o es que su gloria como Premio Nobel es tan grande que le permitirá salir de este afaire de manera intacta?

Con lo de la instancia moral se aguó la fiesta. El tambor de hojalata (1959), sin embargo permanece como una soberbia novela. Ella ventiló la literatura alemana —atrevida, poética, emocionante, empeñada en el placer, yerma y humana. En todo caso se tendrá que leer de nuevo su obra temprana.
El gato y el ratón (1961), por ejemplo, se deja leer ahora de una manera emocionante. En verdad allí ya está todo. Sólo que entonces no se vió: trauma, estigma, autoacusación, autocastigo,... incluso aparece la chaqueta negra del uniforme (que es la que utilizaban los soldados de las Waffen-SS). Todo está cifrado, está desplazado como en un sueño. Pero está ahí. Me podría imaginar que ya entonces Grass aguardaba el debate que ha llegado solamente ahora.

Una última cosa que tiene que ver con la editorial en la que Grass publica sus libros: está no es una de las típicas contemporaneas que decide su política d edición en función del mercado y no de la calidad de los textos de sus autores. Recuerdo haber leído hace tiempo las razones por las que Grass abandonó hacia 1993 su editorial de entonces y se fue a una completamente desconocida cuyo editor, como en los viejos tiempos, se encarga de realizar en estos tiempos todo el trabajo.

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CARTA DE GÜNTER GRASS


Muy estimado señor Adamowiccz,

le agradezco mucho por su carta y la confianza que usted también me muestra ante la situación actual. Antes de que mi último libro “Beim Häuten der Zwiebel” (Pelando la cebolla), pudiera ser de dominio público, la noticia sobre algo ciertamente importante, pero para el contenido del libro, no el episodio dominante en el transcurso de mis años juveniles, ha desatado una controversia que, entre otros, en los vecinos de Danzig provoca inseguridad y a la vez, para mi, ha adquirido existencialmente proporciones amenazantes.

En mi libro, que abarca el rumbo de mi vida desde los doce años, hacia 1939, narrada descriptivamente, doy cuenta cómo en mi joven ofuscación, con casi quince años, quise enrolarme en la U-Boot-Waffe (los submarinos de guerra) pero no fui admitido. En su lugar, en septiembre de 1944, bordeando los17, fui enrolado sin mi intervención en las Waffen-SS. Esto le sucedió en aquel tiempo a no pocos de mi generación. A las dos semanas de acción militar, desde el inicio hasta aproximadamente finales de abril de 1945, sobreviví de casualidad.

En los años y décadas posteriores a la guerra, cuando me fueron revelados en sus espantosas proporciones los crimenes cometidos por las Waffen-SS, por vergüenza conservé para mi, pero no eliminé, ese corto pero pesado episodio de mis años juveniles. Solamente ahora, en esta edad, he encontrado la forma de dar cuenta de ello en un contexto más amplio. Este silencio puede ser valorado como un error —que es lo que está sucediendo— y ser juzgado. También debo aceptar que a causa de mi comportamiento mi distinción como ciudadano de honor está puesta en entredicho por muchos de los ciudadadnos de Danzig. No me corresponde a mi en esta situación llamar la atención sobre todo ello que conforma la obra de mi vida en cinco décadas, como escritor y ciudadano comprometido de la República Federal de Alemania; sin embargo quiero hacer válido para mí, haber comprendido las duras lecciones que me fueron dadas en mis años juveniles: mis libros y mi actividad política dan cuenta de ello.

Siento mucho haber impuesto a usted y a los ciudadanos de Danzig, ciudad con la que por ser su hijo me siento profundamente unido, el peso de una decisión que ciertamente sería más fácil de determinar si mi libro estuviese disponible en la versión polaca.

Para finalizar mi carta quiero dar las gracias a los vecinos de la ciudad suya y mía que en adelante me regalan su confianza. En una época temprana, hacia inicios de los cincuentas, debí comprender que la pérdida definitiva de mi ciudad natal, Danzig, fue por culpa alemana; añado, que esta dolorosa comprensión la he representado también públicamente y no por última vez en diciembre de 1970, cuando acompañé a Varsovia al entonces canciller alemán Willy Brand.

Desde entonces, gracias a la historia de posguerra de la ciudad de Danzig, esta pérdida ha sido más que mitigada pues, de su ciudad y la mía es de donde provienen las iniciativas políticas orientadoras, que en forma de movimientos obreros combativos unidos bajo el nombre de Solidaridad (Soloidarnosc) y Lech Walesa, entraron finalmente en la historia. Este proceso toma forma en mis libros de manera narrativa; y en mis textos políticos he valorado y señalado como ejemplar “la mesa redonda”, ese método de negociación que anula la violencia y se ejerció primeramente en Danzig. Tengo muchos motivos para estar orgulloso de mi antigua ciudad natal, de ella proviene una mentalidad que tuvo influencia en toda Europa, cuando se trató de poner término sin violencia al dominio dictatorial; así también en el caso del Muro de Berlín, contribuyendo a su derribo y abriendo las posibilidades para una verdadera democracia. Todo esto me infundió ánimo para insistir en las conversaciones reiteradamente interrumpidas entre Polonia y Alemania, Alemania y Polonia, una historia muy dolorosa de la que todos nosotros sacamos una enseñanza que permite el mutuo entendimiento.

Cordiales saludos

Günter Grass

P.S. del 10 de setiembre: encuentro en la prensa de este día una entrevista de Grass concedida a El País. Es un recuento de lo que se ha escrito sobre sus declaraciones que, sin embargo, no está nada mal leerla (aquí).

26.8.06

Estuario Guayaquil

A quienes nos interesa la escritura de Leonardo Valencia, en sus diferentes formas expresivas —narrativa, ensayística, periodística—, y también las lecturas que ella provocan en lectores de otras tradiciones, interesará el texto que viene este día en Babelia, a propósito de su novela última El libro flotante de Caytran Dölphin. Copio el texto a continuación y, para quienes lo deseen, dispongo el link respectivo.



Estuario Guayaquil

J. ERNESTO AYALA-DIP
BABELIA - 26-08-2006

El autor ecuatoriano Leonardo Valencia, afincado en Barcelona desde hace unos años, nos recuerda en su nueva novela, El libro flotante de Caytran Dölphin, una tendencia literaria europea de primera mitad del siglo veinte que entronca con Rainer Maria Rilke, Valéry Larbaud, Blaise Cendrars, entre otros. Una literatura de énfasis cosmopolita, de metaforización de la crisis de conciencia de las primeras décadas del siglo, de sutil itinerario de búsquedas estéticas. No es gratuito que en este libro un personaje secundario se llame Barnabooth, en clara alusión a la autobiografía novelada de Larbaud. Si los lectores han leído la novela anterior de Valencia, El desterrado (Debate, 2000, que por cierto lleva el mismo título que uno de los poemas más hermosos de Jorge Luis Borges), verán respecto a la que ahora reseñamos un propósito más experimental, sin que por ello se difumine la naturaleza esencial de la narrativa que lleva a cabo el escritor ecuatoriano. De manera más lineal, en aquélla se narraba la historia de tres generaciones de una familia: los Dalbona. Y su contexto histórico se movía alrededor del nacimiento del fascismo, focalizado en Roma. En la novela que ahora nos ocupa, Valencia vuelve a la anatomía de una familia, remarcando su carácter de desarraigo social y cultural, sólo que en esta larga historia se impone la proliferación de señas literarias, homenajes, alusiones y una extensa reflexión sobre el poder vivificante de los libros como búsqueda de nuestro ser.
El libro flotante de Caytran Dölphin es la historia de Iván Romano, el hijo de una familia judía italiana que emigra a Ecuador, exactamente a la ciudad de Guayaquil. Las múltiples referencias al agua hubieran hecho las delicias hermenéuticas de Gaston Bachelard. El relato en primera persona se concentra en la vida de los hermanos Fabbre: Ignacio y Guillermo, el que se hace llamar Caytran y el autor de un libro, Estuario, del cual Romano intenta deshacerse. Valencia no elude el juego autorial. Él mismo se introduce, como un ardid barroco, en la escena novelística. Y él mismo disimula, tras la autoría de Caytran, sus propios aforismos. Valencia alterna el relato lineal con la tradición literaria del fragmento. Para terminar, no quiero dejar pasar otra alusión que Leonardo Valencia nos ofrece, como de pasada, pero que creo que gravita sobre su magnífica novela. Me refiero a las referencias al poeta francés Edmond Jabès. Valencia toma prestado de Jabès su vocación especulativa en torno a las palabras y, no con menor intensidad, en torno al silencio.

22.8.06

De vuelta

Una sentida disculpa a las personas que han pasado por esta ventana las semanas últimas y comprobado el olvido en el que ésta se encontraba y, claro, la forma nada gentil de su responsable de cerrar el quiosco y marcharse sin colgar antés en la vidriera alguna razón que explicase su ausencia (que fueron de trabajo, visitas, estudios y, finalmente, unas merecidas vacaciones). Espero en lo suscesivo proseguir esta conversación de manera más activa. Si los tiempos no me traen azares incómodos, dispondré en estos días de más tiempo para leer y conversar.

Tiento este reinicio con un tema que, intensificado en las semanas últimas, pero sin solución desde 1948, no deja de parir y esparcir a raudales dolor y muerte: el problema árabe-israelí que, como todos saben, tiene de momento como foco principal, el territorio sur del Libano.

He seguido el desarrollo de esta guerra última a través de diarios y revistas diversos. Como casi todos (al menos losl de mis alrededores), he visto con no poca indignación el desafortunado papel jugado por la política europea a la hora de utilizar su poder de influencia para frenar esta desproporcionada guerra y forzar a sus actores al diálogo que hace falta. Ciertamente que es aquí donde las cosas se complican, sin embargo, no hay ni habrá manera otra alguna para plantar allí o donde sea esa delicada planta llamada paz. El jardín del método violento es sólo de flores de plástico.

Es este tema territorio minado en el que, por las demasiadas pruebas puestas sobre el tapete, al parecer, a la Razón, y de parte y parte, se le presta apenas atención. Aquí se apuesta por la fuerza, por la capacidad que esta tiene para desaparecer, o por lo menos, someter al rival a sus razones. Los caminos interpretativos que se hacen, y pueden hacerse, de su utilización se bifurcan a partir de este punto. Ningún alma de buena voluntad que quiera introducirse en esos meandros de dolor para entenderlos en perspectiva humanista, aspirando a una neutralidad necesaria, y se atreva luego a dar su versión, saldrá jamás bien parado. Muchas pruebas de esto nos las alcazó en vida Edward Said (1935-2003), el palestino de la Universidad de Columbia en New York, quien, por su manera de alumbrar estos problemas, nunca dejó de ser objeto de feroces críticas tanto de palestinos como israelíes. Le ha sucedido algo parecido a nuestro estimado novelista Vargas Llosa, quien, en un artículo publicado en El País justamente dos días antes del ataque israelí a Libano, a propósito de palabras suyas bien plantadas sobre este asunto, le llovieron luego las críticas, como él nos cuenta, en la prensa israelí y cartas de lectores allí publicadas en las que le tildaron incluso de “comunista”.

Recuerdo haber leído hace cosa de uno o dos años un artículo de Timothy Garton Ash en el que el historiador inglés, a partir del estado de cosas de ese momento, aventuraba un pasisaje futuro del mundo hacia el 2025 (¿o era hacia el 2050?). Muchos de los aspectos, instituciones, tradiciones, modas, geografías las suponía completamente diferentes a las de su estado y forma actuales, en algunos casos, incluso irreconocibles al cotejarlos. Sólo uno, sin embargo, permanecía invariable en ese catálogo del futuro, constante en sus contenidos y sus formas expresivas: el conflicto palestino-israelí.

Me es es muy arduo adentrame en este territorio sin dejar de sentirme limitado ante la comprensión de los elementos descisivos que allí habitan. Sé en todo caso, que lo que allí sucede lo deciden apenas un puñado de fanáticos con poder de lado y lado en cuyas visiones y representaciones del mundo nunca tiene ni tendrá cabida el otro, cualquier otro cuyas razones difieran de las suyas.

He dado todo este ruedo para conectarles a un texto que lo considero de interés. Les cuento.
El pasado 14, en un café de Gran Carajal, un hermoso y apasible pueblito en Fuerteventura (que es donde he pasado estas dos semanas últimas con mi familia), leyendo la prensa española dí con una noticia que me dejó triste: uno de los misiles disparados por Hizbolá alcanzó a un carro de combate israelí y mató en el acto a sus ocupantes. Uno de ellos era Uri Grossman, hijo de nuestro admirado novelista David Grossman, hombre de paz, defensor de lo justo, a costa de no ser muy bien visto por sus compatriotas de fé extrema y razones absolutas.

La edición de ayer de El País, en la sección de Opinión, trae un texto firmado por David Grossman cuya lectura me llegó hasta los huesos. Es una carta que el padre escribe a su hijo muerto el pasado 12. No he leído hasta ahora, entre lo mucho y valioso que se publica al respecto, algo que exprese con dolorosa claridad las coordenadas de este conflicto del que ha sido desterrada la política para que la muerte haga su verano.

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...