16.12.06

Susan Sontag y sus diarios

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El 28 de diciembre de 2004 moría Susan Sontag en New York; en 2003 se le diagnosticó leucemia, el cáncer a la sangre que terminaría con su vida aquel día de diciembre.

Cinco lustros atrás intimó ya con la enfermedad, entonces fue un cáncer al pecho, del que finalmente salió con vida y un conjunto de observaciones sobre ese estado de “no salud” que plasmaría en su libro “La enfermedad y sus metáforas” (1978).

Esta vez no tuvo salida. Murió y la noticia de su fallecimiento se esparció rapidamente por todo el mundo; y desde los distintos puntos del mundo donde sus libros fueron leídos, comentadas sus ideas y admirado sus posiciones ante los distintos tipos de poder ciego que ciñen nuestra cuotidianidad, se hizó sentir el pesar por su desaparición. Desde luego, en la forma mejor que la admiración tiene para estos casos, haciéndo memoria, rememorando su vida y su obra tejida a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, un periplo vital en el que, si ponemos atención a cada uno de sus escritos, jamás dudó en formular y formularse las preguntas que más hicieron falta a su sociedad en momentos difíciles (Vietnam, Sarajevo, el 11 de septiembre de 2001 en New York, Irak y las fotos de las torturas cometidas allí, entre los más relevantes), o de recordar a creadores y críticos (de las artes plásticas y cinematográficas, de la literatura y el ensayo) la necesidad de replantearlas continuamente.

Escritora, filósofa, ensayista, novelista, dramaturga, teórica de arte, periodista, provocadora, son, si queremos definirla por sus obras, los calificativos que le calzan. Y no la contradicen.

Nació en New York el 16 de enero de 1933; a los 14 años tuvo el privilegio de tomar el té con Tomas Mann —la adolescente Susan Rosenblatt (este fue su nombre hasta los seis años) ya a esa edad era una especialista en Edgar Allan Poe—; a los 16 inició sus estudios de literatura y filosofía en la Univeridad de Chicago y luego en Berkeley; con 17 contrajó matrimonio, a los 19 dio a luz a su único hijo, David Rieff. Tres años más tarde se separó de su esposo y nunca más volvió a casarse. En 1982 inicia una relación afectiva con la fotografa Annie Leibovitz de la que nunca haría referencia sino sólo desde 2000, a partir de la publicación de un artículo suyo aparecido en The Guardian en el que hace pública su bisexualidad.

Bordeando la veintena se doctoró en Harvard con una tesis sobre Paul Tillich, se fue por un año para París y a su regreso inició a dictar clases en la universidad de Columbia, en New York. Con su esposo, el sociólogo Philipp Rief, publica entonces un trabajo sobre Freud y la cultura moderna. En 1963, aparecé “El benefactor”, primera novela de la joven académica que entre tanto había empezado a llamar la atención en los círculos intelectuales newyorkinos. En 1992 publicara su segunda novela “El amante del volcán” libro que llegaría a ser un bestseller; sin embargo, su prestigio estará siempre relacionado a los numerosos y variados ensayos publicados desde los años sesenta. Contra la interpretación (1966), Estilos radicales (1969), Sobre la fotografía (1977), Bajo el signo de Saturno (1980), El SIDA y sus metáforas (1987) entre otros.

En 1993, en Sarajevo, a donde se trasladaría (como Juan Goytisolo) para testimoniar sobre la guerra que se estaba llevando a cabo entonces, pondría en escena “Esperando a Godot”. De sus trabajos aparecidos antes de su muerte se recuerda aún su ensayo de marzo de 2003 “Regarding the Pain of Others”, a propósito de la guerra en Irak y el restringido material fotográfico proporcionado hasta entonces por el gobierno norteamericano.


Antigua es mi relación con los escritos de Susan Sontag. Por los frentes que aborda, la perpicacia y valentía de sus análisis ellos nuca dejan de ser oportunos y enriquecedores. Este año que en poco se nos va la he pensado y leído en varios tramos pero sólo en dos oportunidades estuve tentado a escribir sobre su memoria: la primera a mediados de septiembre, que fue cuando leí un manojo interesante de notas inéditas suyas escritas en sus diarios y publicadas como primicia en el New York Times del 10 de septiembre.

La otra en octubre, al enterarme de la muestra que Annie Leibovitz, la célebre fotografa con la que Susan Sontag vivió desde 1982, hacía en el Brookling Museum con materiales publicados en medios de prensa conocidos y una cantidad de fotografías privadas que se mostraban por primera vez. En ellas había muchas hechas a Susan Sontag, tomadas en diferentes sitios del planeta -en ciudades, en el desierto, en el hogar, en la cotidianidad más íntima (como la foto que he colgado al inicio: Susan at the House on Hedges Lane, 1988) o una muy imprecionante, en la que se la ve en su lecho de muerte, instantes despues de haber expirado.

Repasando la versión española de Letras Libres de diciembre, acabo de dar con la traducción de los fragmentos de los diarios de Susan Sontag aparecidos en el NYT el pasado septiembre. Allí encontramos declaraciones como esta escrita en diciembre de 1961:

El escritor debe ser cuatro personas:

1) el loco, el obsédé.

2) el tarado

3) el estilista

4) el crítico


1) suministra el material

2) permite que se exponga

3) es gusto

4) es inteligencia

Un gran escritor es las cuatro, pero puedes ser aún una buena escritora con 1) y 2) solamente; son muy importantes.

o esta otra de julio de 1964:

Arte = un modo de ponerse en contacto con la propia locura.

o esta otra:

El mayor crimen: juzgar.

La mayor carencia: falta de entusiasmo.

a la que sigue esta muy auto exigente:

Mis faltas:

—censurar a otros por mis propios vicios*

—convertir mis amistades en aventuras

—pedir que el amor incluya (y excluya) todo

*pero esto es quizá más frenético y evidente –alcanza un clímax, cuando lo que llevo dentro se está deteriorando, cediendo, desplomándose– como: mi indignación contra la delicadeza física de Susan [Taube] y de Eva [Kollisch]

NB: mi ostentoso apetito –verdadera necesidad– de comer platos exóticos y “asquerosos” = la necesidad de exponer mi rechazo a la delicadeza. Una afirmación contraria.

Se cierra esta selección con un fragmento de finales de 1967:

mi formación intelectual:

a) Knopf + la M[odern] L[ibrary]
b) P[artisan] R[eview]
(Trilling, Rahv, Fiedler, Chase)
c) Universidad de Chicago, P[latón] & A[ristóteles] gracias a Schwab-Mckeon Burke
d) “Sociología” centroeuropea. Los intelectuales judíoalemanes refugiados
Strauss, Arendt, Scholem, Marcuse, Gourevitch, [Jacob] Taubes, etc. (Marx, Freud, Spengler, Nietzsche, Weber, Dilthey, Simmel, Mannheim, Adorno etc.)
e) Harvard Wittgenstein
f) Los franceses: Artaud, Barthes, Cioran, Sartre
g) Más historia de la religión
h) I; mailer, el anti-intelectualismo
i) Arte, historia del arte
Jasper [Johns]
Cage
Burroughs

Resultado final: ¿francojudía cagesiana?


Extrañamente esta traducción hecha por Aurelio Major no trae explicación alguna de estos diarios que nos permita contextualizarlos.

Para hacernos una idea de ellos copio un par de referencias publicadas en el NYT: el período en el que inicia Susan Sontag su diario, del que Letras Libres ha tomado fragmentos, es hacia finales de 1958, cuando la autora está a punto de cumplir los 26. Su matrimonio le causa entonces muchas preocupaciones, ha obtenido una beca de estudios que piensa aplicarla en Oxford, Inglaterra - pero finalmente terminaría aterrizando en París.

Los diarios apareceran sólo en 2008 o 2009, en Farrar, Straus & Giroux, su editor de siempre.

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Fragmentos de los diarios de S. Sontag en Letras Libres

Varios autores a propósito de muerte de S. Sontag

Brooklyn Museum, con la muestra de Annie Leibovitz

1.12.06

Durs Grünbein

¿El tobillo, el empeine, el pie verde por el golpe? La parte baja del empeine del pie izquierdo; no verde, más bien un confuso morado, entre azulino y rojizo sobre el tobillo interno. No es nada grave, apenas un golpe, apenas una molestia, si la recuerdo. La razón: una patada perdida en medio de un partido de fútbol de salón.

Lo juego cada jueves con mis compañeros de trabajo. Lo hago desde hace cuatro años, sobre el medio día, en la pausa del almuerzo, entre la una y las dos. Ese día dejo mi oficina a las 11.45 y regreso dos horas después, a las 13.45 o a las dos, fresco como una lechuga la mayoría de veces o, como ayer, de buen ánimo pero algo magullado. Este percance deportivo, sin ser en absoluto preocupate, cambió sin embargo mis planes previstos para ayer para la noche del jueves (para este viernes en la uni).

El hombre

Desde 1995, que es cuando dí por primera vez con su nombre en la prensa, a propósito de la concesión que se le hizo del George Büchner-Preis de ese año (uno de los más importantes en lengua alemana), sigo con atención los desplazamientos que comete Durs Grünbein libro a libro.

“Grauzone morgens. Gedichte”, un tomo de poemas publicado por Suhrkamp inicialmente en 1988 es para mí el referente más intenso que tengo de este poeta nacido en 1962 en Dresden, en la entonces Alemania del este (como Mi ciudad de porcelana, la distingue el poeta en un texto publicado en 2005, a propósito de los 60 años transcurridos desde el bombardeo a que fuera sometida por los aliados al final de la segunda guerra mundial).

Me hice con este librito en 1995 y, con más entusiasmo que conocimiento, me puse a traducir unos cuantos poemas que supuse aquella vez haber captado bien (dos textos que hacían referencia a dos poetas de nuestra lengua, Vallejo y García Lorca, me resultaron interesatísimos). Los poemas de este libro hablan de la ciudad y sus habitantes convertidos en anónimos cargados de madrugada y asombro, de rutina y energía obscura, que en algún momento de tan no poder asirse a sí misma ésta se vuelve resplandeciente. El libro que era un canto juvenil a la vida espectada y vivida, sugería de paso el trasfondo de una voz con preocupaciones otras, casi en desface con el vuelo que suponemos planea sobre la lírica contemporánea, buena y trabajada ciertamente, pero más preocupada en tender hilos con el presente y la memoria inmediata que con la antigüedad o las duras referencias de la modernidad. Grünbein ha asumido ese rol, se hizo cargo de esa mirada y desde entonces ha empezado a remontar la tradición de occidente con sus bordes tensos, sus puntos de fuego y fuga dispersos a lo largo de la historia y recreadas posteriormente por el poeta en libros siempre diversos con formas y tratamientos siempre otros.

Su último título es Antike Dispositionen (2005), un tomo con ensayos y textos cortos que hablan de las vidas de Heiner Müller y Nietzsche, de Seneca y Juvenal o un concurso de belleza en Caracas entre otras cosas y otras vidas. Su trepidante inquietud nos deja ver eleocuentemente su penúltima publicación, Berenice (2004) un libreto de opera, escrito a partir de textos de Edgar Allan Poe, para una composición de Johannes Maria Staudt que fuera puesta en escena en ese mismo año. Y poemas no faltan entre sus últimos trabajos, a decir verdad, epitafios, 33, Die Teuren Toten (los muertos caros), publicados en 2003. Y sigue la lista, sobre todo de colecciones de poemas.


Las señas

En 1995 conocí en Zurich al poeta y traductor español Jaime Siles. Una amiga común nos puso en contacto; nos hablamos por teléfono -el poeta residía entonces en Sant Gallen, en cuya universidad impartía clases- y quedamos de acuerdo para hacerle una entrevista que se publicó posteriormente en Eskeletra, en 1996. Cuando nos encontramos y despachamos la entrevista de marras, en un restaurant de la estación central de Zurich, conversamos luego, como siempre que se dan esas situaciones, de lo que gusta a cada uno —entonces era Tabucci la novedad, y la recurrencia Pessoa, su obra y las traducciones hechas al español por su amigo Ángel Crespo. Conversamos de Grünbein —a quien no conocía—, de Heiner Müller —a quien sí conocía— y de su teatro que lo llevaría alguna vez hasta los Andes ecuatorianos (La máquina Hamlet).
De vuelta en Quito, en 1997, leyendo Letra internacional, dí con un manojo de poemas de Durs Grünbein traducidos por Jaime Siles. Me alegró leer sus traducciones pues el poeta valenciano, filólogo y traductor de poesía posee una base de conocimientos lingüísticos en cinco lenguas poco común. Un mes más tarde recibí una carta del poeta agradeciéndome por haberle sugerido leer la obra del alemán a quien había empezado a leer con deslumbramiento y a traducirlo con no pocas dificultades. En todo caso, me dije mientras leía la carta, nada comparables con las que me salieron a mi al paso mientras intentaba descifrar los sentidos paralelos posibles que tiene cada poema del poeta alemán.

La cita perdida

El municipio de la ciudad de Zurich y el departamento de Germanística de la Universidad suelen organizar las Zürcher Poetikvorlesungen (lecciones poéticas zuriquesas) al inicio de cada semestre de invierno. A estas clases, para el público en general y para estudiantes en especial, que se dan una vez cada siete días, por tres semanas seguidas, suelen venir invitados poetas y escritores de prestigio en lengua alemana (en el 99 estuvo por ejemplo W. G. Sebald). Suelen organizarse alrededor de temas propuestos por los mismos autores. Las de este año, tuvieron como invitado a Dürs Grünbein quien no sólo puso un título y un subtítulo al ciclo poético sino también a cada una de las lecciones. Así, y en ese orden, el ciclo: Alegre edad de hielo (tres meditaciones cartesianas). La del jueves 9 de noviembre en el museo de literatura (y el viernes en la universidad) trató el tema: Sin un yo puro (o si se quiere, No hay un yo puro); la del 23 (y al siguiente día en la uni), La escuela del mirar; y la del 30 (hoy en la uni): Tema para un cerebro obediente.

Asistí sólo a la clase del viernes 10 de noviembre, en la uni, cuyo horario cuadró con mi agenda. No pude asistir a la del 23 ni a la del 24. Tenía planeado ir ayer por la noche pero, después de un golpe en el tobillo interno del pie izquierdo, cartesianamente, decidí no ir y aprovechar ese tiempo para quedarme en casa y leer en tranquilidad a Grünbein (literalmente, pie verde).

Como sucede con no pocos autores de enjundia y alcance universal que en sus lenguas respectivas, consecuentemente, son objeto de admiración y estudio pero se los desconoce en otras por ser poco propicios para la difusión o quiza por falta de atención, sucede con la obra de Grünbein, cuyos libros, de manera casi inexplicable apenas son percibidos fuera de su entorno germano. Si no el destino, puede que sea ese el ritmo de los poetas, de las obras de los poetas que por la vía lactea transcurren a paso de tortuga. A paso firme en todo caso -a pesar de tener un pie verde en el nombre.

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Un texto de D. Grünbein sobre Berlin
Poemas de D. Grünbein en español

Un abrazo ecuatoriano-mexicano

Por mero equilibrio es necesario contraponer pesos – para no dar un mal paso. Las relaciones diplomáticas de Ecuador y México están rotas de...