Pues sí, dejando de lado algunas cosas de la líneal cuotidianidad que nos presiona, “a cada quién según su circunstancia”, me inventé el tiempo que hace falta, incluso en días de feriado, para meterse con este libro, y me eché con él al camino — en prosa castellana, desde luego, pero sin dejar de echar un ojo curioso a los tercetos italianos del original, a fin de cuentas, base primera sobre la que se levanta la lengua italiana de nuestros días.
Tres días le dediqué, los últimos transcurridos, para leerlo en conformidad con el rito que Rafael Argullol nos recomendara el jueves pasado — expuesto alguna vez por el mismo Dante y sugerido en parte en el verso 113 del Canto 22 del Infierno; a saber, que la lectura ideal de este Poema teológico fundacional, debería acometerse, simbólicamente, y de ser posible, en estas fechas y en el siguiente orden:
Viernes Santo = Infierno
Sábado de Gloria = Purgatorio
Domingo de Resurección = Paradiso
Así lo he hecho: este feriado de Semana Santa de 2008, por tanto, en al menos dos sentidos, me es ya inolvidable: ha sido el primer viaje “last minut” de mi vida sin salir de casa ni gastarme un peso; y, lo que importa, la lectura, que es en sí exigente, por haber sido realizada en las fechas sugeridas por el toscano y vueltas actuales por el barcelonés, he de volver a recordarla (si no se me triza antes el hielo bajo los pies) cada vez que el calendario vuelva a discurrir por estas fechas.
Infierno, viernes 21
Saltándome las páginas introductorias de la edición que manejo (Obras completas de Dante Alighieri, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1980) pero sin descuidar las explicaciones de su traductor, Nicolás Gonzáles Ruiz, ese día muy por la mañana, a paso enjundioso, ingresé en el Infierno:
Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita.
(o, en nuestros términos: A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva obscura, porque había perdido la buena senda. …)
Al verso 134 del Canto 34, que es con el que termina el Inferno, llegué a las 23.51 de ese día, a tiempo con el plan, agotado, sin sobresaltos espirituales pero, eso sí, admirado por la arquitectura de la obra, y la vivacidad con la que nos deslizamos por sus páginas.
El día se me fue volando —que no volado—, descendiendo de círculo en círculo, de uno malo, por estar repleto de malos, a otro peor y exelente, por mostrarse más vistoso e imaginativo, entreviendo por la ruta, constantemente, espíritus de mala laya, que en vida, por lo general y sobre todo, por los cargos, aspiraciones, ropas y maneras que portaban, apenas habrían parecido serlo. Guíado por la voz de Dante, y Dante y el lector por los pasos de Virgilio, nos introducimos en la alta noche que nunca deja de bajar, deambulando por entre sus sombras como si fuesen calles de una ciudad nocturna, golpenado puertas de mala muerte o de trato reservado, negociando, tranzando el paso con sus porteros y cerberos (como con los amigos lo hacíamos a las puertas de la Seseribo, el Son Candela o el del Gato Son en el Quito de los ochentas y noventas y luego, con amainado ímpetu, en ciudades otras de otros lares y lenguas confusas) para que nos permitieran el descenso sin tener que reñir. Mucho hay que ver en ese camino, pero mucho más que escuchar, pues en ese discurrir el lector, siendo el tercer protagonista en este descenso por los infiernos, es todo el tiempo ese que ve, calla y escucha hablar a Dante, o a él y Virgilio, o a los dos con desconocidos condenados y descreídos, con creídos arrepentidos y antiguos soberbios que viven ahora maltrechos su mala eternidad; no les niegan los bardos atención a los avaros e impulsivos, a los abusivos y aprovechadores de bienes y confianza ajenas que, a su paso por la tierra que conocemos, no perdieron oportunidad para hacer de las suyas con su prójimo, almas incautas las más, a las que mataron sin peso alguno de conciencia o llenaron de escarnio público no merecido.
Los criminales, llamados entonces pecadores, los hay en este trecho en diversidad tanta que no es exageración si ajustamos a ese sujeto el adjetivo posmoderno (por eso de lo multi tuti); sin embargo, muchos de los condenados allí presentados provienen de la política y vienen sobre todo de un sitio, Florencia, la patria de Dante (el primer Estado moderno, según Jacob Burkhardt), la mala madre que le envío al destierro y a la que el poeta, sin negarle el respeto y el cariño, no deja de ajustarle las cuentas y encararle los nombres de sus “mal paridos” que ya en ese entonces jugaban a capricho con la cosa pública como juegan hoy muchos como si fuese patrimonio de su propiedad. Muy comprometido con sus días el Dante de aquel tiempo (casi, casi, si no es un exabrupto decirlo, como un Vargas Llosa en un sentido, o un Eduardo Galeano en otro).
Imposible el descenso sin tender puentes paralelos con el año en curso, la década, el siglo. Me parecía a ratos estar viendo el noticiero; con las palabras del poeta, cuando refiere la infamia de algunos de sus contemporáneos, tomaron forma algunos rostros públicos habituales en los noticieros televisivos y los reportes de prensa.
Purgatorio, sábado 22
Son las siete y, levantado ya, mientras desayuno, dejando de lado la prensa de ese día, empiezo a repasar la lectura de la noche anterior y las anotaciones sacadas en su decurso. Hecho esto, con paso leve, me introduzco en el Purgatorio, ese “segundo reino donde se purifica el espíritu santo para hacerse digno de subir al cielo”.
Los colores del decorado son otros. La atmósfera un poco más benigna, nos presenta al dolor de otra forma, menos dramático y expresivo que en la esfera de abajo, donde el ojo ve y el oido escucha con asombro, parecería que acá el exceso destinado al sentido auditivo suspendiera manifiesto para centrar la atención del paseante en los detalles silenciosos de lo visible, donde las fronteras de los colores suaves est¿an casi casi borradas: van, vienen fantasmas en silencio con sus penas a cuestas; los aquí confinados son también malos, mejor dicho, lo fueron, como los de abajo, pero a diferencia de ellos, estos de acá, se arrepintieron de sus malas acciones en el último momento.
Ciertamente, el potencila fílmico de esta esfera es menor que la anterior; sin embargo, si de buscarle una analogía se tratase, me pareció, por el estado espiritual con el que deambulan las almas allí confinadas, ser esta copia fiel de la atmósfera que acompaña a los candidatos políticos en sus campañas pre-electorales; no hacen otra cosa las almas esperadas, sino aguardar resos y oraciones de los que en ellos aún creen e imploran por su salvación en la tierra — o elección para subir al cielo respectivo.
Una reflexión de Dante, puesta casi al final del Canto 33, a partir del verso 136 del Purgatorio, es necesario repetir para no perder vista la percepción que él tenía de su oficio. Dice el Poeta:
“Si tuviera, lector, más espacio para escribir, contaría en parte la dulce bebida que nunca me habría saciado, pero, por estar llenas todas las hojas preparadas para esta segunda parte, no me permite más el freno de la construcción artística.” …
Llegué al verso 145, que concluye esta esfera, a las 24.28 horas de ese día.
Paraíso, domingo 23
Como todo cielo, también este me resulto arduo, más arduo en todo caso que los territorios ambulados los dos días anteriores. No sólo por su transpariencia, más difícil de imaginar pero más fácil para extraviarse — o para que nos demos de bruces con sus cristales. No pude leerlo acostado, que es cómo más me gusta leer; ni sentado, como lo hago para descansar la espalda y sacar notas con agilidad. Esta vez tuve que leer muchos tramos del libro de pie, para concentrarme mejor, junto a la ventana que da a nuestro jardín, de frente a la mañana y la tarde que dejaron caer, con intermitencia nieve lenta y borrascosa.
Pero esta vez llegué a verso último del libro un poco más temprano, a las 20.57 de la noche, “libre y risueño”, según la anotación hecha al pie de la lectura en ese momento; y ”sin palabras”, según esa misma referencia.
Vano es este momento insistir en la arquitectura de las palabras allí dispuestas, pensadas, proyectadas y asentadas con firmeza para que la memoria de los hombres vaya y vuelva a por ellas y sobre ellas, enriqueciéndose con las lecturas que cada tiempo proporciona. Legendaria y numerosa es la saga interpretativa que cobija y rodea a “la Divina Comedia”; no pocas palabras sabias encontramos en sus páginas, enmarcadas en situaciones que entonces reinaron y hoy nada nos dicen pero que sin embargo no impiden que las palabras resplandezcan y sigan trasmitiendo un espíritu.
Como todo libro que nos intraquiliza más de la cuenta, nunca termina su lectura tras cerrar su última página. A otras pesquizas nos impele su misterio para mejor empaparnos de su arte y de la vida de quien lo realizó. Llego aquí con ese ánimo, sereno en parte, pero a la vez aguijoneado para seguir, desde ahora ese otro capítulo firmado por el toscano “La vida nueva”. Voy en esa ruta pero ahora, por suerte, sin rito ni calendario que me apuren.
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Vida de Dante Alighieri
Adriana Hernández: El papel de la Divina Comedia en la consolidación del imaginario
occidental en la literatura
P.S. Rabanal como Dante, una entrevista
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