1 De palabra
Procuro no perderme nunca las opiniones que semana a semana Javier Marías vierte en sus artículos de El País Dominical. Tienen éstos un elemento especial y grato que sus libros, por su naturaleza misma, no pueden mostrar, o si lo hacen queda siempre en el trasfondo, flotando en el aire que respiran los personajes de sus narraciones, dando vida pero invisible.
En sus artículos dominicales —como hace unos años en los mensuales de Letras Libres— el autor Marías es una persona que va a pie por los días, se cabrea, sonríe, toma el bus, el metro, aborda un avión, sale del cine, va al quiosco a comprar tabacos y se pierde por una calle del centro de Madrid, por una calle de cualquier sitio conversando con un amigo, a lo mejor contándole eso que nos cuenta a sus lectores luego, domingo a domingo, como si fueramos ese mismo amigo con el que se aleja calle arriba.
En su prosa semanal, en la que, en varios niveles y sentidos valdrá decir, contemporaniza la necesidad de equilibrio, pocas veces falta la ira, ese elemento temperamental que, cuando se lo percibe en un texto, parecería provenir de un desacuerdo razonado y quizá sólo por ello la encontramos incluso saludable, a punto en el caso del autor madrileño que nunca deja de mostrarla y siempre la tiene a raya como a un doberman obediente.
Como les sucederá a muchos de los lectores del escritor Marías, no coinciden siempre con mis apreciaciones las que él hace sobre algunos temas; sin embargo, nunca deja de serme aleccionadora la manera cómo él presenta sus alegatos y el cuidado con el que los aborda. No me dejan jamás impavido sus textos jaspeados con referencias eruditas —que parecen no serlas— y sus observaciones inteligentes —que jamás presumen como tales—. Por lo que he podido comprobar el autor Marías de los domingos disiente en no pocas cosas con su prójimo. Y nunca deja de dar razones para ello. Cuando cierra un artículo el lector sabe que la idea que lo motivó no se olvida y queda abierta como una puerta. El autor se ha marchado pero por si quisieramos contradecirlo, con razón o sin ella, sabemos sus lectores que podemos entornar esa puerta, pasar a su laboratorio y conversar.
Cuando opina de política local o mundial, tengo la impresión que esos miligramos de bilis que segrega su vescícula doblaran su dosis. Las palabras se tensan entonces más de lo normal y los adjetivos, quizá porque el terreno que pisan es muy peligroso, se hacen con un brillo y efectividad que obligan al lector a contrastarlas y pensarlas de nuevo. No hay condesendencia en sus artículos, hay disidencia, un desacuerdo casi continuo con las cosas que conforman y nombran el mundo, con las personas que nos representan y deciden en nombre de cada uno de nosotros. Hay en sus palabras un no estar de acuerdo constante. Y algo que mucho le honra y valoro por demás, continuo respeto, respeto constante.
2 De palabra y hecho
Cualidad primera es el respeto en quien ejerce la palabra escrita, de principio en quien ejerce el poder, en quien merece ejercerlo en nombre de los demás. Esta cualidad de principio es la que los ecuatorianos, con más pena que rabia, hemos echado en falta hace poco en nuestro presidente. El pasado sábado 19 de mayo, el Econ. Rafael Correa, presidente de los ecuatorianos, ofendió en palabra y acción a dos periodistas que en diálogo público discreparón con sus puntos de vista. "Saquen a este hombre de aquí", según la prensa, fueron las palabras que dirigió a sus policías señalando al periodista Emilio Palacio. A mucha honra Carlos Jijón, periodista de diario Hoy —ejerce la defensoría del lector—, en solidaridad con su colega, abandonó también la sala en la que estaban reunidos.
En los pocos meses que lleva el Econ. Correa en el cargo de presidente ha implementado y llevado adelante una política que provoca discusión en algunos de sus puntos pero que la mayoría de los ecuatorianos hemos reconocido como necesaria y en todo caso guíada por un afan de justicia, ya casi extraviado en los políticos de nuestros lares.
Con los artículos que Emilio Palacio publica en El Universo, me sucede algo similar a lo que me pasa con los que suscribe su colega Javier Marías en El País: intento no perdérmelos nunca. En la claridad de su escritura, dispuesta desde una perpectiva parabólica, donde lo local y lo universal toman sentido con la actualidad y la historia universal, hay un elemento moral constante que jamás troca en moralina. La exaustiva documentación que los ampara los preserva de esos precipicios. Mucha injusticia hay en nuestra sociedad; denunciarla con altura es oficio sino peligroso sí bastante molesto y en todo caso jamás rentable. Hace falta tener mucho valor para escribir como lo hace el periodista guayaquileño, con respeto siempre pero sin conceder ni un milimetro a la injusticia, el abuso y la irregularidad. La fineza de su estilo es comparable sólo con su firmeza.
No sé si hasta esta fecha el Econ. Correa ha pedido una disculpa pública por su comportamiento. Si este percance hubiese sucedido en su hogar, como persona racional que es, me lo puedo imaginar pidiendo disculpas a su esposa y a sus hijos. Si fuese el presidente de una empresa privada, dando una explicación por lo menos al directorio. Sabemos todos que fue docente en la Universida San Francisco ¿habrá sido intolerante con sus alumnos, con esos jóvenes hijos de familias adineradas? ¿Cómo habría sido su comportamiento si hubiese sido profesor de la Universidad Central? Salvo a la imaginación, no importan las respuestas posibles a estas preguntas. Para la realidad de los días, sin embargo, me viene a mente una que es ciertamente incómoda ¿Qué estarán pensando sobre el presidente Correa los funcionarios honestos —que los hay— que trabajan para su gobierno? ¿No corre el riesgo el presidente Correa de perder la confianza de esas personas de estima, muy necesarias si quiere llevar adelante un gobierno honesto?
3 De frases sabias
Esta semana ha topado el humor del autor madrileño algo que a todos nos incumbre: los lugares comunes; y en ese territorio, algo que se cuida de parecerlo, los lugares comunes distinguidos. El arte de la cita anda por los suelos, parecería decir el madrileño. Esto me ha recordado la lectura hecha hace un par de años de un manojo de textos escritos sobre el tema por Gabriel Zaid. No han perdido valor ni actualidad esas reflexiones del maestro mexicano. Pueden comprobarlo ustedes mismos
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O que yo pueda asesinar un ..., de Javier Marías
Tristeza real, de Emilio Palacio
Y del maestro Gabriel Zaid
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1 comentario:
Voltarei com calma.
Por agora um dos "lugares comunes"
Bom fim-de-semana
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