6.11.05

Iwasaki y la larga noche

Zürich es la ciudad más poblada de Suiza (le sigue Ginebra). Según los registros oficiales, en sus casi 92 km cuadrados viven 367.724 habitantes —laboran en ella sin embargo el doble o más de personas (soy uno de los que trabajan en la ciudad pero viven fuera de su perímetro, a 16 km de distancia o, si se quiere, 10 puntualísmos minutos en tren rápido).

Zürich es una ciudad con mucho nervio y movimiento, un pequeño enclave en el que las actividades económicas, como las culturales y académicas, sin olvidar jamás su arraigo y tradición, se piensan y realizan en perspectiva global. A la banca, la industria, el comercio y los servicios habrá siempre que añadir la investigación en sus universidades e institutos más las actividades artísticas que se llevan a cabo sobre las tablas, escenarios, foros de discusión, salas de exposición, nucleos de creación.

Turicum, que fue como los romanos llamaron a esta ciudad a su paso por estas tierras, es también una pequeña Babel. El 29.9% de sus habitantes son extranjeros, gran parte de estos vienen de la propia Europa y la otra de países de los cuatro continentes restantes.

Las personas que la habitan, o por razones laborales la frecuentan a diario, saben que las finezas que ofrece la ciudad y la fría puntualidad que marca su ritmo son las dos caras de esa moneda esencial, el respeto mutuo; saben así mismo que no son pocos los problemas y retos que, apurados por los procesos globales, enfrenta y debe solucionar para no perder dos características que la distinguen, a saber, su concordancia con la modernidad de punta y su, siempre de agradecer, talante para la convivencia. Lo que la ciudad, sus ciudadanos y representantes políticos, planean y ejecutan para fortificar esas dos columnas en las que se apoya la convivencia es variado, múltiple y simultaneo.

Entre esas varia-multiple hay una actividad pequeña pero muy simbólica a la que nunca dejo de renovarle mi admiración: La larga noche de las pequeñas historias, un fiesta anual del libro que patrocina el municipio, los editores y las librerías de la ciudad y destacan su importancia los lectores y las personas todas que se sienten atraídas por alguna de las numerosas lecturas y presentaciones de libros que se llevan a cabo en los tres días y dos noches que dura ese desfile nocturno que se inicia en librerías y bibliotecas y luego, con la conversación enrumbada, se instala a gusto en los bares y restaurantes de la ciudad.

Die lange Nacht der kurzen Geschichten, como se llama en alemán, de este año se llevó a efecto del 28 al 30 de octubre pasados. Romanica Buchhandlung, la librería de la ciudad que ofrece a su público libros en castellano, italiano, francés y portugués, tuvo esta vez el acierto de invitar para la lectura del sábado 29 a Fernado Iwasaki, escritor peruano radicado en Sevilla. Su visita ha sido una buena oportunidad para tratarlo, hacerme con sus libros, leerlos en estos días con disfrute y ahora, si lo consigo, trasmitirles mi entusiasmo. Pero antes, si no lo conocen aún, unos pocos datos que permitan ubicarlo y situarlo en su generación:



“Fernando Iwasaki nació en Lima en 1961. Realizó sus estudios de Licenciatura y Maestría en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde fue profesor de Historia de 1985 a 1989, y los de Doctorado en la Universidad de Sevilla, donde fue profesor invitado en 1985 y 1991. Desde 1989 reside en Sevilla, donde es director de la revista literaria Renacimiento , director de la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco y columnista del diario ABC”.

Si les gusta las citas, les alcanzo estas tres:

Dice Mario Vargas Llosa: "Fernando Iwasaki Cauti explora la historia con ojos de artista y creador de ficciones" .
El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, fallecido el pasado febrero: "Iwasaki se ha propuesto antes que nada deleitarnos y de paso instruirnos".
El poeta español Luis Alberto de Cuenca, "La prosa de Iwasaki es un ejemplo de lo que debe ser la prosa castellana de fines del siglo XX"
(Si de Cuenca no ha cambiado de opinión, habra que extender este comentario al siglo XXI)

Mi primera impresión con los textos de Iwasaki se dio a través de Ajuar Funerario, libro de microrelatos, al que uno de sus lectores califica de “maravillosos haikus de terror”. Se trata de un libro que contiene 89 historias compactas y fulminantes, de media o máximo una página de extensión. Por todas ellas transita la muerte pero no necesariamente como protagonista. Este rol lo reserva en gran parte de estos relatos a esa gama de sentimientos que la muerte provoca en los humanos -y van del terror a la ingenuidad, de la naturalidad más sorprendente al comportamiento mejor calculado.

He leído también Un milagro Informal (Alfaguara, 2003) y Neguijón, novela publicada el pasado mayo (Alfaguara, 2005). Con gusto he ingresado en estas páginas y salido de ellas con no pocos asombros en mi morral. La gentileza de su escritura nos sale al paso inmediatamente, las cualidades de su prosa, en el primer caso agradecida con el habla limeña, confrontada con la de los siglos XVI y XVII en el segundo, no nos despistan de los mundos que el autor seleccionana y narra. Ha llamado mi atención sobremanera su pulso para abordar temas y situaciones desde una perspectiva que, se me ocurre llamarla, de frontera —sea esta de géneros, culturas, tiempos—. A los que celebramos el humor en la literatura (en la forma que sea, como instrumento o fín, en sus distintos colores, en su insinuada o verbosa expresión) la escritura de este autor serio mucho nos dice —mucho desde sus distintos géneros, el microrelato, el cuento, la crónica, el ensayo, el artículo de opinión.

Zürich es una ciudad por la que transitan escritores de todo el planeta. Cuando aparecen versiones en alemán de sus libros, se sabe de antemano y con toda certeza, que los más destacados de ellos pasaran por acá a presentarlo y promocionarlo. Dos de los más visibles que han estado en suelo zuriqués en el pasado inmediato, Houellebecq y Kenzaburo Oe, no dejaron tras su paso estela alguna que valga la pena recordar —el francés, bueno, dejó un indisimulado malhumor; el japones la afable frialdad—. Los lectores que asistimos a la lectura de Iwasaki el pasado sábado no podremos olvidar facilmente la gratísima impresión que su obra y personalidad causó en todos los presentes. No olvido que una cosa es la presencia de un autor y otra muy distinta sus libros; sin embargo, como público, no puedo dejar de celebrar la grata coincidencia que a veces se da entre la palabra escrita, vivaz e interrogativa, y la personalidad de quien les puso en un orden determinado y les dotó de espíritu.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
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Roberto Iza Valdés dijo...
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Anónimo dijo...

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