11.7.11
El arte quiteño
Crecimos con los cables cruzados. Lo tuvimos siempre al frente pero nos llegó de oídas. Las frases que van en una dirección se cruzan con conceptos que vienen de la otra, de otras partes, con vocablos que dan vueltas, sobrevuelan, se desplazan, borbotean sobre esa edad específica del arte que vivió este entorno social que hoy es la capital de los ecuatorianos: la Escuela de Quito, la Escuela Quiteña, el arte barroco andino, los maestros invisibles, anónimos, la colonia, el arte colonial, el catolicismo ortodoxo, la expresión, el Expresionismo, los mundos cerrados, jerarquizados en los que los artistas y artesanos pintaron, tallaron y cifraron cuidadosamente su huella, la de su huida – de la época que les tocó vivir, de las condiciones que les fueron impuestas para, a pesar de ello, dar forma a su arte. Fue todo un tiempo cuya hechura no ha dejado de perseguirnos quizá porque nos sugiere, nos habla e increpa.
Las obras de estos maestros las vimos de niños, adolescentes o jóvenes. Entrar a una iglesia era lo más normal del mundo, era como ver pasear un perro por una esquina. Por tanto, el recuerdo de lo visto, indiferente o referencial, ha estado siempre implícito en nuestros relatos, nos ha seguido por los años como un interrogante o, mejor, como la respuesta ejemplar a una pregunta que no acaba de escribirse porque no atinamos con la palabras que reflejen cuanto está ante nosotros.
Es la mañana de lunes 11 y estamos a punto de salir al convento de Santa Clara a ver la Exposición "El Arte Barroco de Quito". Voy preparado para ese encuentro. Ya compartiré mis impresiones de ello.
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Gloria del cielo en el arte de Quito
Sobre los constructores de la vieja ciudad
Escuela Quiteña
1.7.11
Yo aventuro una respuesta mejor que la suya
Desde el pasado jueves estoy en Quito, de paso. Vuelvo a esta ciudad que la identifíco también como mía –soy de Riobamba– a los dos años. Salvo por teléfono, no he podido aún saludar personalmente a mis amigos, a los que veré en los días que vienen. Un compromiso, por suerte, depachado ya, más minucias previstas e inesperadas, se han apropiado de casi todas mis horas. Sin embargo, entre salto y sentada, hojeo la prensa impresa, la que de normal leo a través de la red. Y en la del pasado domingo encontré algo que me llamó la atención, en el suplemento Familia de Diario El Comercio. Es un texto de preguntas planteadas por Doña Laura Jarrín que se cierra con una respuesta sugerida que a mi no convence del todo. Como el texto es corto, lo copio, y a continuación anoto mi respuesta – que en verdad no es mía, pues se trata de un verso dicho por un poeta nuestro, Paco Benavides. Entonces:
Yo me pregunto...¿Por
qué es tan difícil llegar a acuerdos? ¿Por qué nos molesta tanto
perder? ¿Por qué no podemos ceder jamás? ¿Por qué nos cuesta tanto
perdonar? ¿Por qué no podemos decir lo que sentimos? ¿Por qué no
aceptamos lo que nos dicen? ¿Por qué si nos gusta tanto criticar no
podemos soportar la crítica? ¿Por qué culpamos a diestra y siniestra
pero jamás aceptamos la culpa propia? ¿Por qué hablamos mal del prójimo
pero nos enferma saber que alguien habla mal de nosotros? ¿Por qué
mentimos sin rubor pero nos enojamos cuando nos damos cuenta de que
alguien nos mintió? ¿Por qué damos consejos que no nos piden pero nos
exaspera que alguien nos sugiera algo? ¿Por qué exigimos que nos crean
pero no confiamos en nada de lo que nos dicen? ¿Por qué culpamos al
resto de lo que nos sucede pero somos incapaces de aceptar nuestros
errores? ¿Por qué, como dice ese sabio refrán, vemos siempre la paja en
el ojo ajeno pero jamás la viga en el propio? ¿Es acaso nuestro ego el
que impide que razonemos y aceptemos que somos simples mortales con
fortalezas y debilidades, con aciertos y desaciertos?¿O se trata en el
fondo de un complejo de inferioridad que nos agobia de manera tal que
logra desubicarnos? "Vanidad de vanidades, todo es vanidad", esta cita
del Libro de la Eclesiastés pudiera ser la respuesta.
La respuesta del poeta sería esta: Porque a mi me gusta hacer a los demás lo que no me gusta que los demás hagan conmigo.
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