Sí, hablamos de ello mismo, de lo uno y lo otro, de los límites definidos del primero y del todo vale del segundo, centellante en sus mejores momentos pero por lo general indiferente y, en gesto de fortaleza, desmemoriado. El arte sopesa y, amparado en códigos memoriosos, sospecha del desparpajo y las formas del segundo. El arte contemporáneo ríe, sonríe, coquetea, apurando los momentos, se va para aparecer en otro sitio con otro ropaje. Casi todo le vale lo mismo, salvo el precio y el valor de obras que ascienden a los cielos vistosas y fulgurantes, para esparcirse luego en guijarros ciegos por la noche infinita, sin dejar más pista que el recuerdo de su fulgor.
A pesar de la transparencia, la calidad y las demasiadas luces, no es fácil ver. No al menos palpar con los sentidos en pleno lo que se nos muestra como arte sin tener la impresión del embauco. Por ello me gusta escuchar, leer las palabras de los artistas, para, si no disipar mis dudas todas, darme apoyos para entender lo que voy viendo o no perderme del todo. En esas he estado o estoy siempre: en estas acabo de dar con una entrevista hecha a Gabriel Orozco hace poco, a propósito de las exposiciones antológicas de su obra expuestas en el Moma de Nueva York, el Centre Georges Pompidou de París, el Kunstmuseum de Basilea y la Tate Modern de Londres. Visité la muestra de Basilea curada por Bernhard Mendes Bürgi en abril del 2010. Ví entonces obras que no había visto antes, volví a encontrarme con otras, eché en falta algunas – por ejemplo la serie de videos hechos en Super8. Salí de la muestra alegre y falto de palabras. No supe cómo asirla en términos que fueran más alla de la impresión grata. Y continué mi camino, me fui por los días y las noches y otras muestras y olvidé valorar lo que allí ví. Hoy, repasando Letras Libres, doy con esta entrevista que, a riesgo de parecer excesivamente técnica, ha logrado aclarar mi visión de entonces.
Entrevista con Gabriel Orozco