Mucha tinta y millones de bytes han hecho correr por todo lado las declaraciones que Günter Grass hiciese en la entrevista que el Frankfurter Allgemeine publicara el pasado 12 de agosto, a propósito de unas líneas contenidas en “Bein Häuten der Zwiebel”, sus memorias y más reciente libro publicado.
Grass, a sus 78 años, premio Nobel de Literatura 1999, hasta el día 11 de agosto de 2006, goza de una estatura intelectual y moral reconocida por gran parte del pueblo alemán y los lectores de todo el mundo. No en vano: en su obra y en su vida pública viene enfrentando con tenacidad desde hace cinco décadas a ese fantasma del pasado que no pocos alemanes (y personas de otras proveniencias) han querido revestirlo de silencio y hacer como si nunca hubiese existido o, en el mejor de los casos, confundirlo con el de la ópera, es decir, un personaje de la irrealidad. ¿Cómo es que, antes de la guerra, el Nacional Socialismo, impulsado por un loco criminal inconmensurable cautiva la atención del entonces pueblo más culto de Occidente y le abre el paso hacia el poder no sólo con facilidad sino, por lo que la historia va legando, con beneplácito? ¿Cómo es que esa gente de clase media, emprendedora, culta y de buena voluntad, se deja encandilar por una escuadra de fanáticos pensantes y les permite diseñar y ejecutar una catástrofe cuyas consecuencias no acaban de terminar? La obra de Grass aborda estos interrogantes; la voz con la que se abre paso, tanto en su prosa como en la discusión política, es una en las que se apoyara el pueblo alemán de la posguerra para nombrarse a sí mismo, para identificarse en ese tiempo destruido del que debió nuevamente levantarse con dignidad y no con la pretendida amnesia que para otros tantos —para el mismo poder— habría sido el camino a seguir; voz-espejo ésta que permitió a su sociedad mirarse, mirar alrededor y emprender el camino que debía. A cuestas con el peso incómodo de la memoria ciertamente, sin embargo, privilegiando insistentemente la dignidad humana, sin omitir el dolor propio y ajeno.
Transcurrido más de medio siglo, nuestro autor viene y nos comenta en una entrevista un fracmento de su juventud desconocido hasta ahora por sus lectores (pero no por el gobierno de los USA que lo sabía desde el 24 de abril de 1946), haber ingresado en las Waffen-SS cuando tenía 16 años y once meses y haber permanecido en ellas por siete meses.
Desde el 12 de agosto de 2006 la estatura moral e intelectual de Günter Grass está en entredicho. No para todo el mundo ciertamente, en cuya parte me sumo; si entre aquellos que discrepan de su visión política y no comparten en nada sus actitudes. Me atrevo a suponer que entre sus lectores, esta vuelta de tuerca en la memoria alemana que ha hecho brincar las alarmas en periódicos y revistas de todo el mundo, terminará multiplicándo el respeto a la personalidad y la obra de Grass que de momento parecería disminuido.
El pasado 23, el mismo Frankfurter Allgemeine traía entre sus páginas la carta que el autor alemán escribiera a Pawel Adamowicz, alcalde de Danzig, su ciudad natal, dándole su punto de vista sobre esta situación. Días antes, varios comunicados anunciaron que la ciudad iba a retirarle al autor su “ciudadanía de honor”. No se hizo tal cosa finalmente. Por otra parte, Lech Walesa, que al inicio se pronunció también en contra del autor, luego de leer la carta dirigida al alcalde de Danzig, retiró sus palabras y se sumó a la lista de los que lo defienden.
Puesto que he visto en varios periódicos y blogs alusiones a los contenidos de esta carta, cuya versión en español no la he encontrado hasta ahora, me permito alcanzarles una traducción provisional. Las personas que dominan la lengua alemana pueden darme una mano con las posibles imprecisiones que se puedan encontrar en mi versión (la carta original la coloco en la sección de comentarios).
Termino esta introducción con la visión que da de este asunto el profesor suizo Peter von Matt, reconocido germanista al que ya nos hemos referido antes en más de una ocasión.
Julian Schütt periodista del semanario Weltwoche, entre otras cosas, le pregunta los iguiente:
¿Qué es para usted escandaloso: la filiación a las Waffen-SS, la confesión tardía de esa filiación o el hecho de que Grass utilice a una de las organizaciones más criminales en la historia de la humanidad como instrumento publicitario de su Autobiografía?
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¿Afecta la memoria culposa de Grass a su obra literaria y su rol como instancia moral en la posguerra o es que su gloria como Premio Nobel es tan grande que le permitirá salir de este afaire de manera intacta?
Con lo de la instancia moral se aguó la fiesta. El tambor de hojalata (1959), sin embargo permanece como una soberbia novela. Ella ventiló la literatura alemana —atrevida, poética, emocionante, empeñada en el placer, yerma y humana. En todo caso se tendrá que leer de nuevo su obra temprana. El gato y el ratón (1961), por ejemplo, se deja leer ahora de una manera emocionante. En verdad allí ya está todo. Sólo que entonces no se vió: trauma, estigma, autoacusación, autocastigo,... incluso aparece la chaqueta negra del uniforme (que es la que utilizaban los soldados de las Waffen-SS). Todo está cifrado, está desplazado como en un sueño. Pero está ahí. Me podría imaginar que ya entonces Grass aguardaba el debate que ha llegado solamente ahora.
Una última cosa que tiene que ver con la editorial en la que Grass publica sus libros: está no es una de las típicas contemporaneas que decide su política d edición en función del mercado y no de la calidad de los textos de sus autores. Recuerdo haber leído hace tiempo las razones por las que Grass abandonó hacia 1993 su editorial de entonces y se fue a una completamente desconocida cuyo editor, como en los viejos tiempos, se encarga de realizar en estos tiempos todo el trabajo.
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CARTA DE GÜNTER GRASS
Muy estimado señor Adamowiccz,
le agradezco mucho por su carta y la confianza que usted también me muestra ante la situación actual. Antes de que mi último libro “Beim Häuten der Zwiebel” (Pelando la cebolla), pudiera ser de dominio público, la noticia sobre algo ciertamente importante, pero para el contenido del libro, no el episodio dominante en el transcurso de mis años juveniles, ha desatado una controversia que, entre otros, en los vecinos de Danzig provoca inseguridad y a la vez, para mi, ha adquirido existencialmente proporciones amenazantes.
En mi libro, que abarca el rumbo de mi vida desde los doce años, hacia 1939, narrada descriptivamente, doy cuenta cómo en mi joven ofuscación, con casi quince años, quise enrolarme en la U-Boot-Waffe (los submarinos de guerra) pero no fui admitido. En su lugar, en septiembre de 1944, bordeando los17, fui enrolado sin mi intervención en las Waffen-SS. Esto le sucedió en aquel tiempo a no pocos de mi generación. A las dos semanas de acción militar, desde el inicio hasta aproximadamente finales de abril de 1945, sobreviví de casualidad.
En los años y décadas posteriores a la guerra, cuando me fueron revelados en sus espantosas proporciones los crimenes cometidos por las Waffen-SS, por vergüenza conservé para mi, pero no eliminé, ese corto pero pesado episodio de mis años juveniles. Solamente ahora, en esta edad, he encontrado la forma de dar cuenta de ello en un contexto más amplio. Este silencio puede ser valorado como un error —que es lo que está sucediendo— y ser juzgado. También debo aceptar que a causa de mi comportamiento mi distinción como ciudadano de honor está puesta en entredicho por muchos de los ciudadadnos de Danzig. No me corresponde a mi en esta situación llamar la atención sobre todo ello que conforma la obra de mi vida en cinco décadas, como escritor y ciudadano comprometido de la República Federal de Alemania; sin embargo quiero hacer válido para mí, haber comprendido las duras lecciones que me fueron dadas en mis años juveniles: mis libros y mi actividad política dan cuenta de ello.
Siento mucho haber impuesto a usted y a los ciudadanos de Danzig, ciudad con la que por ser su hijo me siento profundamente unido, el peso de una decisión que ciertamente sería más fácil de determinar si mi libro estuviese disponible en la versión polaca.
Para finalizar mi carta quiero dar las gracias a los vecinos de la ciudad suya y mía que en adelante me regalan su confianza. En una época temprana, hacia inicios de los cincuentas, debí comprender que la pérdida definitiva de mi ciudad natal, Danzig, fue por culpa alemana; añado, que esta dolorosa comprensión la he representado también públicamente y no por última vez en diciembre de 1970, cuando acompañé a Varsovia al entonces canciller alemán Willy Brand.
Desde entonces, gracias a la historia de posguerra de la ciudad de Danzig, esta pérdida ha sido más que mitigada pues, de su ciudad y la mía es de donde provienen las iniciativas políticas orientadoras, que en forma de movimientos obreros combativos unidos bajo el nombre de Solidaridad (Soloidarnosc) y Lech Walesa, entraron finalmente en la historia. Este proceso toma forma en mis libros de manera narrativa; y en mis textos políticos he valorado y señalado como ejemplar “la mesa redonda”, ese método de negociación que anula la violencia y se ejerció primeramente en Danzig. Tengo muchos motivos para estar orgulloso de mi antigua ciudad natal, de ella proviene una mentalidad que tuvo influencia en toda Europa, cuando se trató de poner término sin violencia al dominio dictatorial; así también en el caso del Muro de Berlín, contribuyendo a su derribo y abriendo las posibilidades para una verdadera democracia. Todo esto me infundió ánimo para insistir en las conversaciones reiteradamente interrumpidas entre Polonia y Alemania, Alemania y Polonia, una historia muy dolorosa de la que todos nosotros sacamos una enseñanza que permite el mutuo entendimiento.
Cordiales saludos
Günter Grass
P.S. del 10 de setiembre: encuentro en la prensa de este día una entrevista de Grass concedida a El País. Es un recuento de lo que se ha escrito sobre sus declaraciones que, sin embargo, no está nada mal leerla (aquí).