Hoy desperté y sin dudarlo bajé inmediatamente a mi biblioteca, a buscar mi ejemplar de “La divina comedia”.
Antes, en el duermevela inminente al despertar recuerdos disímiles entrecruzaban sus formas y tiempos. Sí, es el día –pensé–, el peso de la conmemoración: “viernes santo”, por ello la confusión y la agilidad.
De esas visiones unas cuantas continuan dando vueltas.
En una curso el tercer año de secundaria –en el plantel norte del colegio Maldonado, cerca del bosque de eucaliptos, malezas y lagartijas. El sol de la mañana entra por la ventana, el profesor Plaza –pequeño, de piel cobriza, corte de pelo y bigotes delineados con navaja, vestido de negro, animadamente da saltos leves de uno a otro lado del salón. Libro en mano nos habla de una frase que le sublima: “ni una gota de lluvia”. Se detiene en la figura literaria y procura que entremos en ella y admiremos su belleza. No lo logra pero insiste, deja de lado a Juan Ramón Jiménez y salta a otro nombre: Dante Alighiere.
Recuerdo hoy al profesor Plaza; también al profesor Guevara, “el melancólico”. Fue en sus clases que escuché por primera vez citar con animada admiración el nombre y la obra del poeta toscano. En Quito, en los años de la U arremetí varias veces sus páginas, sin éxito. La leería de verdad sólo muchos años después, en 2008, en Horgen, Suiza, entre el viernes 21 y el domingo 23 de marzo, centrado y concentrado. Desde entonces vuelvo a ellas según el ánimo y la necesidad. Hoy, siguiendo las instrucciones que el mismo poeta nos diera he vuelto a releer la primera parte de su “Divina comedia”. Lo he hecho parcialmente, como exigen ser leídas sus tres partes: hoy, viernes santo, los 34 Cantos de El Infierno. Mañana, sábado de Gloria, los 33 Cantos de El Purgatorio y, el domingo de resurrección, los 33 Cantos de El Paraíso.
Puesto que he recordado una escena de mi vida estudiantil, de paso, he recordado también a mis compañeros de entonces –con quienes hoy, en el presente, nos juntamos en un chat que alimentamos proporcionalmente con memes y pensamientos píos, saludos emotivos e ilustrativo porno de época. En ellos pienso y a ellos les alcanzo este catálogo del infierno dantesco para que empecemos a buscar puesto – o vislumbrar el que bien correspondería a cada uno de nosotros.
Entonces, vamos para allá, el infierno aguarda:
A la mitad del camino —Dante tiene casi 35 años en el poema—, apartado de la senda, perdido en una selva oscura, el toscano da de improviso con un fantasma de carne y hueso: Virgilio, el poeta latino, su salvación, quién, para preservarlo con vida, será su guía por el infierno, el purgatorio y el paraíso terrenal en un recorrido que dura tres días. Es el viernes santo 25 de marzo del año 1300.
Entonces la representación del universo era la de Tolomeo: un territorio plano e inmóvil en el centro del mundo rodeado de astros y planetas, incluido el sol. En este plano representativo Jerusalén está ubicado al norte, sobre el infierno que es un gran abismo dispuesto en círculos descendentes que conducen al centro del planeta donde habita Lucifer. En las antípodas de Jerusalén, al otro extremo, se ecuentra la gran montaña del purgatorio. Es decir, el infierno y el purgatorio dantescos son terrenales.
Nos encaminamos al descenso. Antes un cartel: "Dejad aquí toda esperanza los que entráis". Son nueve círculos los que vamos a recorrer;
- En el primero, el limbo, no hay tormentos, sólo suspiros que se pierden entre las tinieblas. Son los de las almas justas que murieron sin bautizo o sin conocer la verdadera fe religiosa.
- En el segundo el tormento lo sufren los que en vida fueron lujuriosos.
- En el tercero los condenados por gula.
- En el cuarto, equidistantes, los avaros y los pródigos.
- En el quinto, los dominados por la ira.
Entre tanto hemos decendido en las profundidades del infierno. Nos acercamos de a poco a los pecadores de categoría especial; así:
- En el sexto círculo nos encontramos con herejes y renegados, apóstatas y réprobos.
- En el séptimo a los que ejercieron violencia –contra el prójimo, contra sí mismos y contra Dios.
- En el octavo a los fraudulentos, clasificados en diez grupos: seductores, aduladores, simoníacos, adivinos, barateros, hipócritas , ladrones, malos consejeros, sembradores de escándalos y falsificadores.
- Finalmente el noveno, dispuesto para los traidores clasificados en cuatro grupos: los traidores a la familia, a la patria, a sus huéspedes y los traidores a quienes les hicieron el bien.
Esto por ahora. Continuará: